Invierno

—¡Mami! ¿Dónde guardaste los pijamas gordos? ¿Y el edredón de mi cama? ¡Seguro que ya lo tiene puesto mi hermano!

—Joo... Mami... ¿Me puedo ir a vuestra cama un ratito hasta en entrar en calor?...

Invierno... ¡Ya estás aquí!

El frío, los días cortos, las tardes oscuras... Muchas veces he exclamado: «¡No me gusta el invierno!». Pero... ¿no me gusta el invierno?... ¿Seguro que no me gusta el invierno?

Me encantan esos ratos de sillón y mantita con una buena lectura. O los momentos en que mis hijos se vuelven de nuevo pequeños y se meten en mi cama con la excusa del frío.

Esas tardes de maratón de pelis y empacho de palomitas, incluso esas interminables partidas de Monopoly tirados en la alfombra, puestos de pijama del Pirineo y calcetines de lana.

Es ahora, en invierno, cuando suelo recordar la receta de los rollos dulces de mi abuela, las comidas ricas de mi madre o a mi padre haciendo de experto cocinero, tirando de mandolina y artilugios de multicorte...

Me vienen los sonidos de cocina llena, de cacerola y olla caliente, de fregoteo y de trajín...

Y pienso que... también es ahora cuando vuelven los olores de siempre, de naranja, de lumbre y de familia, y qué bonito el olor de las manos de mi padre...

Se me dibuja una sonrisa en la cara sólo de pensarte...

Invierno.