Editorial

En no pocas ocasiones hemos sido testigos de sentencias apocalípticas cuando un afamado escritor deja esta vida. «Las letras quedan huérfanas» o «el fin de una era» son titulares familiares esos días. Mas si de ley de vida natural se trata, nadie debiera rasgarse las vestiduras, a nuestro entender, pues el lazo que se haya podido crear no tiene tanto que ver con vidas privadas, sino con obras escritas y proyectadas hacia el espacio común de lo público. Y es ahí donde muy seguramente los escritores quieren permanecer, pues pocas cosas son tan íntimas y gratificantes como una creatividad compartida.

Y es que la creatividad no es monopolio de maestros o virtuosos, sino que consiste en un ejercicio que nutre a quien lo practica en cualquiera de las artes. Lejos de permanecer como simples Homo consumitas (permítase esta licencia creativa pseudolatina), el acto creativo despierta la acción y la sensibilidad y nos descubre las mil y una dificultades de cualquier dominio artístico o artesanal, hecho que permite reconocer aún más a los que consideramos grandes por mérito propio.   

Sea por ese mérito que dediquemos este editorial al recientemente fallecido Mario Vargas Llosa, no tanto en tono melancólico sino apelando a lo más vital dentro de lo cotidiano, a lo más sorprendente desde unos ojos que contemplan el mundo como si fuera nuevo otra vez. Él mismo nos invitó a hacer esto cuando dijo: «A veces me pregunto si fui más feliz cuando no sabía que lo era. Cuando correr descalzo por el patio era un acto de libertad, y el mundo entero cabía en la sonrisa de mi madre desde la cocina».

A esos grandes escritores, recordémosles, sí. Pero más aún: renovemos la vivencia de ese testimonio perenne que es su obra escrita, que nos transmita no lo particular de una vida humana, sino lo universal que podamos encontrar en ella.

Con este ánimo, os deseamos una primavera cargada de buenas lecturas y grandes momentos de creatividad compartida.