Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
38 – Primavera 2015
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

El sitio elegido era sobre todo discreto, una construcción de dos plantas y un torreón, con aires de castillo, semiescondida en el centro de un pequeño bosque de pinos cercano a la costa, la costa mediterránea. El único acceso para vehículos consistía en una ondulante carreterilla asfaltada a la que se llegaba tras desviarse, en el kilómetro siete, de una carretera comarcal relativamente cercana a una autovía transitada medianamente.
Poco a poco la sala se iba llenando. En torno a la amplia mesa ovalada que ocupaba la estancia casi por completo, las diecisiete sillas ergonómicas que la flanqueaban comenzaban a poblarse. Frente a cada asiento se había colocado un ordenador, un bloc de notas, una pluma estilográfica, una botella de agua mineral de los fiordos noruegos, un vaso de plástico, dos servilletas de papel y un paquete de galletas maría.
El primero en llegar fue el presidente del Consejo de Administración de la cadena de supermercados más importante del país, que ahora comenzaba su expansión internacional con la apertura de su primer establecimiento en Asia, en la ciudad malaya de Kuala Lumpur para ser más exactos. A continuación llegaron juntos una curiosa pareja, la dueña de las galerías de arte más exclusivas de la Costa Este de Estados Unidos, y a su lado el cantante brasileño más famoso de todos los tiempos. Le siguieron el premio Nobel de medicina del último año, la escritora de bestsellers más editada en Africa negra, la cabeza visible del espionaje británico, el mayor productor japonés de atún rojo y sus derivados, el chef propietario del más sofisticado restaurante de Bombay, el presidente del parlamento ruso, la jueza más reputada de Islandia, el ingeniero jefe de la mayor plataforma petrolífera del Pacífico, un riquísimo banquero moldavo, la fallera mayor de Valencia, el tenista número uno de la ATP, el consejero delegado de la primera empresa energética francesa y, cerrando la lista por orden de aparición en el lugar en el que iba celebrar la capital reunión, el obispo de la Seo de Urgell.
Tan solo faltaba por ocupar la silla principal el convocante de la reunión, primer representante de la Asociación de Fabricantes de Automóviles centroeuropeos. Tras muchos dimes y diretes, a pesar de su provecta edad, tomando el toro por los cuernos, ante los dos grandes peligros que acechaban al mundo civilizado, y al incivilizado igualmente, se había decidido a organizar el secreto cónclave, con la esperanza de sentar las bases para iniciar un plan conjunto que intentara parar lo que parecía imparable. Mientras los medios de comunicación distraían al personal hablando de cambio climático, guerras larvadas, pobreza y de ataques terroristas, dos auténticos jinetes del Apocalipsis, aparentemente inocuos, avanzaban y avanzaban.
Al fin entró y se dirigió con calculada teatralidad a su sitio. Cesaron los murmullos y todos los asistentes lo miraron guardando un silencio sepulcral. Un carraspeo y comenzó a hablar.
—Damas y caballeros, nos hemos reunido hoy aquí, amparados en la discreción y en la confidencialidad, para dar el pistoletazo de salida a una ardua lucha contra dos grandes amenazas que pueden hacer tambalear nuestro mundo. La primera de ellas la he sufrido en mis propias carnes no hace mucho, causándome una fractura severa del segundo hueso metacarpiano de la mano derecha, así como un fuerte hematoma en el bajovientre. Todo eso, como ya lo habrán imaginado, intentando abrir un producto, en mi caso una bandeja de pechugas de pavo campero, con el sistema abrefácil, sistema inocuo a primera vista, engañoso, en ocasiones desquiciante y que carga el diablo, sistema que ha invadido todos los campos productivos, comerciales y domésticos. Claro, que la segunda amenaza tampoco es manca, me refiero, lógicamente, a los sensores, aparentemente inocentes, de apagado y encendido automático de las luces en los urinarios de edificios públicos, cafeterías y hoteles, sensores que provocan ansiedad y baja autoestima, amén de desarreglos fisiológicos, con sus caprichosos y erráticos “on” y “off”.
El silencio en la sala se podía cortar con un cuchillo. Los rostros de todos los reunidos reflejaban la tensión del momento. En sus manos estaba salvar a la humanidad de esas dos inquietantes amenazas. ¿Estarían a la altura? ¿No sería ya demasiado tarde?