Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 38 – Primavera 2015
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja



La noche es calurosa. Una leve brisa sopla llegada desde lo alto de las Montañas Saladas aportando algo de frescor a un ambiente tórrido. Camino cabizbajo hacia el puesto de vigilancia situado en la atalaya al pie de las montañas. No dejo de repetirme una y otra vez que la mala suerte me persigue. Hoy no me tocaba hacer guardia. Disfrutaba de mi día libre cuando un emisario llegado desde el castillo me trajo un mensaje del capitán; debía incorporarme de inmediato a cubrir a un compañero que había caído enfermo por fiebres.

¡Mentira! Posiblemente esté ahora en brazos de una ramera gastándose el jornal que nos pagaron ayer, disfrutando y gozando mientras yo paso la noche a la intemperie con la única compañía de Dalurne alumbrando mi desesperación. Y tenía que ser justo hoy, el día en que había decidido pedir matrimonio a la mujer con la que llevo años compartiendo mi vida. He ahorrado durante dos ciclos para poder pagar al orfebre una sortija con brillantes incrustados que no voy a poder regalar porque un compañero ha decidido irse de putas la noche más importante de mi vida. 

En fin, habrá que esperar unos días para poder prepararlo todo tal y como lo había hecho. Una mesa apartada en la taberna a la luz de dos velas, un bardo entonando baladas e impregnando el ambiente de un romanticismo palpable y una suculenta cena preparada para la ocasión.

Me detengo en mitad del camino. Una espesa niebla ha aparecido de la nada ocultando el sendero y los árboles que lo delimitan. No puedo divisar la atalaya a pesar de su altura. La temperatura ha subido como si el sol hubiera decidido salir a pasear por nuestro reino. Me cuesta respirar y mi cuerpo empieza a sentirse agotado. He oído algo, unos pasos a mi derecha. Es una especie de siseo. Podría ser el viento, pero también ha desaparecido como por arte de magia. Vuelvo a escucharlo con más nitidez. Es un susurro que suena ahora a mis espaldas. Mis piernas empiezan a temblar hasta hacerme caer de rodillas. Desenfundo mi espada e intento darme la vuelta, pero mi cuerpo no responde. Apenas puedo reunir fuerzas suficientes para mantener firme el acero en mi mano. Y entonces lo oigo de nuevo. Está situado detrás de mí. Puedo sentir su respiración sobre mi cabeza. El hedor es nauseabundo. El olor de la muerte se introduce por mi nariz y hace llorar mis ojos. Una mano fría como el hielo roza uno de mis hombros. De inmediato mi espalda se sacude como si mil latigazos hubieran impactado a la vez haciendo que todas las terminaciones nerviosas se estremecieran. La visión se me nubla por las lágrimas de sangre que empiezan a brotar de mis ojos y caigo al suelo apoyado sobre mis manos. Mi respiración se convierte en un jadeo, luchando por atrapar la última bocanada de aire.

En este momento soy consciente de que voy a morir. Un último pensamiento para recordar que la mala suerte me persigue. Yo no debería estar aquí hoy.

 ¿Quién le dará ahora a mi prometida su sortija?... ¿Quién?