Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 37 – Invierno 2015
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja



Ciudad de Torrevieja, sábado uno de noviembre del año de nuestro Señor de 2014, 21 horas, Teatro Municipal; se abre el telón y comienza la representación de Don Juan Tenorio de José Zorrilla, a cargo del grupo de actores, más invitados, de la Asociación Cultural Ars Creatio, bajo los auspicios del Instituto Municipal de Cultura Joaquín Chapaprieta.

Ilusión, ensayos, compromiso, responsabilidad, rico vestuario, decorados, iluminación, sonido, maquilladoras, técnicos, actores, actrices, figurantes, expectación, nervios... Un grupo de personas volcadas con el proyecto de volver a representar en la Ciudad de la Sal la obra más famosa y conocida del teatro español, ante un público agradecido y entregado.

Primer misterio, las campanadas de las ocho

A mitad del primer acto, desarrollado en la hostería del Laurel, Butarelli se dispone a llamar la atención al capitán Centellas y al caballero don Rafael de Avellaneda, sobre la circunstancia de que empiezan a sonar las campanadas para las ocho, hora fijada, junto con la fecha, un año antes, por don Juan Tenorio y don Luis Mejía, a fin de encontrarse y dar cumplimiento a la apuesta sobre quién realizaría más duelos y conquistas. Pero, a pesar de que el bueno del hostelero pide silencio, nada se oye; mímico requerimiento a que suenen, más silencio; lapsus temporal y, al fin, las campanadas de las ocho empiezan a desgranarse y la taberna comienza a llenarse de curiosos.

 

 

 

 

 

 

 

Segundo misterio, la carrerilla hacia el reclinatorio

Concluido el primer acto en la hostería, así como el segundo, en una calle sevillana ante la casa de doña Ana de Pantoja, llega el momento de iniciar el tercer acto, que no es otro que la escena del convento. El telón va a abrirse de manera inminente y doña Inés debería estar colocada de rodillas en un reclinatorio orando con suma devoción. Pero la actriz encargada de dar vida a la novicia tiene serios problemas, a pesar de la ayuda que se le presta, para culminar con éxito la adecuación de su micro de diadema a la monjil toca, lo que acarrea el riesgo de que al descorrerse las cortinas los espectadores encuentren el reclinatorio vacío. Sin embargo, cuasimilagrosamente acaba la compleja operación de colocación del artilugio, se oyen de fondo virginales cánticos a la vez que el telón va abriéndose, y la pundonorosa intérprete efectúa una rápida y limpia carrerilla hacia su objetivo; así logra pasar, como una exhalación, de la agitación al recogimiento de la oración a la vista del público.

 

Tercer misterio, el papelito

Tras las admoniciones de la abadesa de las Calatravas a su pupila, doña Inés de Ulloa, llega a la celda de la inocente su taimada aya Brígida. Sobre una mesita se encuentra un libro de oraciones y en su interior se supone debería encontrarse una amorosa carta de Tenorio. Pero, ¡oh “sielos”!, la mesita está, el libro está, pero el escrito no está, ni se le espera. Es necesario que apareza, ¡tiene que aparecer! so pena de someter a las abnegadas actrices que dan vida a la joven y a la alcahueta a un inmerecido estrés, y quién sabe a qué más. La cuerda se va tensando en una situación de prepánico escénico. Pero, ¡oh “sielos”! (de nuevo), en esto que irrumpe en escena, sin estar ni en el texto ni previsto, una diligente hermana tornera que, a la vez que musita algo así como “aquí he encontrado un papelito”, lo entrega y facilita que la obra pueda seguir su curso, ante el aplauso unánime de la sala. Y la obra siguió su curso, vaya si lo siguió.

Después del convento, pasamos a la quinta de don Juan a las afueras de Sevilla (“¿No es verdad, ángel de amor?”), al palacio hecho panteón (“Mi buen padre empleó en esto entera la hacienda mía”), a la casa adquirida con tal boato (“porque se vendió a barato para pago de acreedores”), para concluir, de nuevo trasladados al pantéon de don Diego Tenorio (el comendador y demás estatuas en movimiento) con el “Dios clemente, gloria a tí”.

Al final del trayecto, los cálidos aplausos, otorgados generosamente en los saludos por parte del respetable, colmaron de felicidad a todo el equipo, que venía trabajando desde el mes de mayo en el asunto. Felicidad que se prolongó, y aumentó, al día siguiente, dos de noviembre, cuando tuvo lugar una segunda representación del drama religioso-fantástico en cuestión, y sobre la que hubo consenso en calificarla aún mejor que el estreno; sonaron las campanas de las ocho puntualmente, no hubo carrerilla hacia el reclinatorio y sí que hubo un papelito introducido oportunamente en el libro de oraciones. Salvados estos “infortunios” en la segunda ocasión, nos quedamos todos más tranquilos y, a decir de muchos, rozamos casi la perfección (“arsa”, que no tengo abuela).

De todas formas, la noche del estreno, el uno de noviembre de 2014, del Tenorio de Ars Creatio en el Teatro Municipal, a pesar de la demora en las campanadas de las ocho, de la correntilla de la novicia y de la ausencia de la carta, fue una noche tan especial, tan única, que no cambiaría nada de todo lo que allí aconteció. Y eso que se cuenta que, entre bambalinas, el arscreatiano encargado de la dirección cogió unos intermitentes rebotes que, según testimonian los que se hallaban cerca del mencionado sujeto, fueron espectaculares. Pero eso, amigos, es otra historia.