Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
37 – Invierno 2015
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

(Finalista en el II Certamen de Microrrelatos Ciudad de A Coruña)
Mi vida cambió aquel día de otoño. El sol ya no flagelaba el llano, los ciervos comenzaban a berrear de madrugada y nosotros, con la misma ilusión que sentimos cuando un rayo de luz nos señala el final de la caverna, aguardábamos al hechicero extranjero, quien nos debía guiar mágicamente hasta la victoria frente a los crueles opinhud. ¡Ay!, el hechicero. Mis amigos alfareros se contagiaban la alegría relatándose inverosímiles hazañas, curiosas versiones de su origen divino. Los corazones, durante tantos meses sobrecogidos, se alegraban con la magia de aquel hechicero libertador.
Por eso mismo, mientras la ciudad estallaba de júbilo con su llegada y preparaba su celebración a base de palomas y de conejos ungidos con el humo de pino y el olor del musgo de roble, mi mujer y yo nos esforzábamos aún más en disimular el dolor, la inmensa pena al saber que nuestro hijo había sido elegido para el sacrificio que el visitante habría de ofrecer a la diosa.
Un jefe alto y fornido me había llevado por la mañana al enorme palacio situado en lo alto del cerro y una vez lavado y aseado para la ocasión, supe la voluntad del supremo. Fue como el filo helado de una espada clavada en mi pecho. Hube de reprimir mi protesta, bajar la cabeza para no verla rodar por los suelos. Salí sobrecogido, la gente me animaba, todo sea por la ciudad, si vienen los opinhud nos decapitarán para luego violar a nuestras mujeres, decían.
Nunca los habíamos visto de verdad, pero los opinhud siempre estaban en boca de los hechiceros. Desde aquel día, la ciudad vive en paz y la diosa vigila mis pensamientos, especialmente por las noches, cuando recuerdo la mirada triste de mi hijo al llevárselo el hechicero y aprieto los puños para calmarme.