Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 37 – Invierno 2015
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja


Llevaba una ciudad dentro.
La perdió.
Le perdieron.
(Rafael Alberti)

 

No son más de las doce cuando andar la calle Arenal se le antoja un prolongado recreo cósmico sembrado de jardines. Camina. En cada escaparate son un sinfín los transeúntes que atraviesan el cristal de seguridad para confundirse con su paso. Así arranca las primeras flores en una hamburguesería. Transita entre exposiciones y maniquíes. Van o vienen. Son y ya no son. Ofrezco flores galantes a muy buen precio. Nadie compra, nadie responde. En medio de la plaza, una fuente vocaliza pétalos ajenos volando junto a palomas multicolores. Esparce las cartas. El as de espadas subsiste con el filo manchado. Gotas de salsa kétchup apuntan al cuello de aquella mujer gorda cargada de paquetes que mira extrañada, asustada, horrorizada, y huye y maldice. No quiere tan siquiera por caridad comprarme una flor roja y amarilla. Tal vez le gusten blancas. Blancas, sin kétchup ni mostaza. Odio las flores blancas. Prefiere hamburguesas con pétalos rojos al igual que las sirenas congeladas en alta mar. Sigue andando, saltando e intenta recordar. Una marea de humo en la esquina. La gente observa y señala un gran charco de agua. Imposible entenderse entre las bocinas que aturden. No sé qué pensar. ¿Acaso lo sabrán ellos?

 

Son las siete

El tiempo transcurre con la mirada ciega, perdida en una taza de café. De a ratos juega con los posos. Forma figuras, blanquea el fondo. Otra forma de cara, un ojo, un perro. Esto no sé lo que es.
El sol goza cuando flirtea con las nubes. Se oculta, aparece, sonríe, pero ellas igual se marchan. Recogen los aparejos entre bandazos. Una hermosa sirena está atrapada en la red. Todas las sirenas son hermosas. Las sirenas no compran flores. Les regalamos flores. Seguro que los curiosos se atropellarán para contemplar esos cabellos de oro y escamas resplandecientes. Aplauden a rabiar. Se abrazan.
Abre el segundo paquete de tabaco del día. Enciende el primer cigarrillo. Con el humo, junto al conocido acceso de tos, siente un dolor agudo en el pecho. El médico te ha prohibido fumar. Los médicos siempre prohíben fumar. Las sirenas no fuman, inventan burbujas. Burbujean y las burbujas son besos. Besan. Los transeúntes no se besan entre ellos.
La misma silla, la misma taza, pensando sin saber en qué pensar. Sin recordar el instante anterior. No tengo hambre. El café con humo es suficiente. Café, humo y soledad. Caféhumoledad. Sólo vivo de caféhumo y tu ausencia entre tanta gente.


Son las ocho

De vez en cuando levanta la cabeza para buscar la calle. Con el segundo cigarro del segundo paquete remite el dolor. Peatones apiñados, felices. Todos parecen felices. Comen helados de escama de sirena, tienen hijos que comen helados de escama de sirena light. Llegan al centro en coche, metro o autobús. Todos son todos. Todos comen, ríen y lloran a la vez. Adultos pequeños. Insignificantes adultos. Aman u odian. Trabajan esperando las vacaciones, gritan en los estadios, se emborrachan, van a misa, se suicidan o deciden morir de muerte natural entre blancas sábanas en asépticos hospitales. Mienten. Cómpreme usted estas flores para el muerto, alguien lloriquea. No tuvo nada en vida, pobrecito.
A los muertos y a las sirenas les obsequiamos flores. Sí, todos somos todos, y aunque muchos no hayan leído un libro de poemas, igual son traicionados, enterrados, y nadie, absolutamente nadie nos recordará.


Son las nueve

Perverso verano. Eterno agosto. Siempre quiso cultivar flores rojas y amarillas, no blancas. Ahora quiere verlas crecer entre las grietas de las fachadas en los viejos edificios del centro.
Cansa estar de pie y levantar la cabeza sólo para ver flores entre la ropa mal lavada tendida en los balcones. En los postes de teléfono.
No queda cerveza en la nevera. El papel sigue en blanco. Piensa que no piensa, que han pasado miles de años y el sol se divorció de las nubes sin consultar tan siquiera a un abogado de oficio.
En la borra se adivina el futuro. Qué futuro a seguir con mi estómago y mis pulmones llenos de caféhumoledad. Las redes se apilan en la cubierta. En algunos balcones asoman flores transparentes. En pozos negros, fosas comunes.


Son las diez

El sopor lo vence. Todo sigue igual. Casi dormido evoca sueños dulces de café negro y mezcla pesadillas de humo con nata. Una fogata encendida en los sesos arde en sus vísceras. Los caminantes se chocan. No se miran. No se detienen. La madre grita. Caféhumoledad en el plato. Este nudo en el pecho. Lápidas salpicadas de barro. Flores blancas escondidas bajo la almohada. Quiero volver a la realidad, ya que ser real no puedo. Todo es mentira. No debo. Todos mienten. No es posible. Todos te mienten. No quiero. Pagan los ataúdes de madera de pino de última calidad con bonos del Estado. Ataúdes no socializados. Pagan lloronas. Hasta pagan el aviso en la sección de necrológicas. Pagan el nicho. Pagan los responsos. Sólo el olvido es gratis. La ausencia puede dejar cuentas en números rojos pero los muertos no tenemos deudas. Al morir se saldan todas las deudas. Las sirenas no tienen deudas. Sólo esperan un golpe de suerte para volver a la mar.


Son las once

...y ya es de noche. El sol se fue. Yo también. Sé que dejo café quemado en la cafetera y frío en el fondo de la taza. Nado entre dos aguas, cenizas y conjuros. Ahora camina. Deja que te lea la mano. No hay olas. Llega vacilante hasta la borda. Abro sin prisas la puerta acristalada que me conduce al balcón. Cargo la sirena congelada en alta mar. Cómpreme este ramito. Desearía que el maldito sopor de agosto lo despertara de miles años, pero es tarde. Con las garras de su mano libre se afirma en la barandilla, se inclina, se balancea. Los pliegues de su frente no le dejan ver la luna. Algunas nubes aún buscan al sol.
Otro bandazo de mar. Equilibrista de los astros se bambolea dejando caer la sombrilla. Al esparcirse las flores en medio de la calzada, su grito se extiende metro a metro. Se prolonga centímetro a centímetro hasta dar con el toldo de una frutería que amortigua el golpe. Es el instante de tragar el cigarro encendido y vomitar el último café. Los arcanos así lo decidieron.
La sirena congelada en alta mar se descongela entre flores rojas y amarillas. El guardia de tráfico llega apresurado a la esquina. Hay huelga de semáforos en el centro de Madrid.