Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
36 – Otoño 2014
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja
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Desde la débil luz de esta mañana de invierno, ante mi humeante taza de café, que reconforta mi cuerpo y aclara mis ideas, en el tibio calor de mi casa y acompañada de mis cosas concretas, que tan atada me tienen a veces, quiero dar paso, a través de la palabra escrita, a esas cosas tan volátiles que nos ocurren en los sueños. A veces esas visiones inconcretas no son lo que parecen. Alguna vez los sueños quieren decirnos algo.
Las primeras horas de la noche fueron de un sueño profundo, inconsciencia total. Lo primero que oí fueron las campanadas de un reloj que yo conté como las seis, pero debieron ser más, porque ya notaba cierta claridad en mis ojos. Entré en un duermevela en que pasó por delante de mí todo lo que vi ayer tarde, cosas del trabajo, las fichas que estuve terminando a última hora. Esto es lo último que recuerdo, pues me quedé dormida de nuevo hasta que me he despertado con esta frase en mis labios: «San Juan de la Cruz, noche oscura del alma, tu encontrarás el camino, no te canses de buscar» y todas aquellas estrofas que no recuerdo muy bien pero dicen más o menos así:
En una noche oscura,
con ansias en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada.
Mientras preparaba el café pensé: qué bonitos son estos versos y qué hermosos valores transmiten. Cuánto tiempo hace que no leo nada de esto.
Empecé a recordar mi sueño. Comenzó en la calle, era de noche y había mucha gente: unos conocidos, otros no, compañeros de trabajo, también estaban por allí mis tíos y mis primos de Madrid. Era como una fiesta y todos parecían alegres, había jaleo. Era todo bastante confuso: personas, imágenes, luces sombras...
Decidimos ir a un lugar que estaba lejos, no sabíamos el sitio exacto, pero era lejos. En un momento determinado me encontré sola, muy sola. El camino era difícil: rocas, agua, poca luz; pues la noche era oscura y cerrada. De vez en cuando y sin saber de dónde procedía, se divisaba un lejano resplandor.
Hubo un momento en que desistí de seguir, pero una fuerza desconocida me impulsaba hacia delante. Me puse a pensar, no encontraba solución, pero no podía, ni quería, ni debía abandonar el camino emprendido.
Entonces me puse unos zapatos blancos que yo tiré hace unos años. No sé cómo, pero allí aparecieron entre las rocas. Estos zapatos fueron unos que compré una tarde de primavera. Eran muy cómodos. Fueron de esas cosas a las que, con el paso del tiempo, se les toma cariño. Yo les había tomado cariño y además había sido muy feliz con ellos, porque viajé con ellos. Y las cosas fueron bien mientras me pertenecieron.
Sumergí mis pies en el agua, que era muy transparente, y mis pies con los zapatos puestos se veían muy bien. Me quedé un rato mirando fijamente. Debía de ser verano, ya que me agradaba el contacto con el agua. Me sentía muy contenta de haberlos recuperado.
La noche empezó a tomar una cierta claridad, las nubes se fueron disipando y empezaron a asomar las estrellas, que desprendían una suave luz. Lentamente fui percibiendo mucha belleza a mi alrededor: el brillo de las estrellas, el sonido de las olas, el olor del mar. Y así, envuelta en un estado de paz interior, empecé a caminar con mucha seguridad, pues llevaba puestos mis zapatos blancos.
Con los primeros rayos del alba divisé a lo lejos una figura, que se fue acercando a medida que caminaba. Era un hombre, esperó mi paso, sentado en una piedra al borde del camino. Vestía un hábito religioso. Como ocurre en los sueños, todo era un poco indefinido, pero sí pude ver que sus vestiduras no eran de este tiempo. Se acercó y después de saludarme dijo:
—No busques fuera lo que puedes encontrar dentro. Busca en tu corazón y encontrarás el camino.
Comenzó a recitar unas estrofas de un poema de San Juan de la Cruz, que en otro tiempo yo había leído mucho.
En una noche oscura,
con ansias en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada.
La figura se fue difuminando, pero el sonido de su voz permanecía y me ha acompañado hasta el despertar.
Lentamente he abierto mis ojos, la luz ha penetrado a través de la ventana. Ya es de día.
Sí, es de día y este sueño, dentro de la carga imaginativa que lleva consigo, me invita a pensar, a no perder de vista lo que es esencial en la vida.
Qué hermosa la frase «estando ya mi casa sosegada» y qué difícil ponerla en práctica en esta sociedad que nos ha tocado vivir, llena de atracciones exteriores que nos invitan continuamente a mirar hacia fuera.
Antes de empezar mi vida cotidiana, he buscado entre mis libros. Me he detenido en la lectura del poema completo. Con independencia de su misticismo y espiritualidad, el poema Noche oscura del alma es equilibrado y armonioso, con un lenguaje llano y musical de rimas fáciles, sin estridencias. Es bonita la literatura mística.