Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 35 – Verano 2014
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

 

Me encanta ir de compras, aunque no compre. Me siento viva, revivir a cada momento. Es una droga, un rito perpetrado. Tocar la tela, ver su caída, su olor…, su sabor, ese sabor dulce del ensueño que provoca la imaginación, cuando miro un escaparate bien diseñado. No puedo evitarlo.

Me encanta ver revolotear a mi alrededor a la dependienta y adivinar su juego escondido detrás de la retahíla: “Es la última moda”, “¡Ay, es precioso!”, “Te quedará divino, disimulará tus caderas” (¡malditas caderas, que me hacen recorrer a diario el pasillo de mi casa a culetazos!, porque, según dice la revista Mujeres, ese vaivén acentúa la cintura y suaviza las cartucheras). Lo que no sabe la dependienta es que ese día no es mi día de compras, sino de lamer escaparates. Por eso, y para eso, me visto de marquesa. Muy distinto es cuando realmente voy con la intención de comprar. Me pongo mis viejos vaqueros y una camiseta descolorida por el mal hacer del detergente. Entonces, la dependienta ni se me acerca. No recuerda a la marquesa del día anterior. Desprovista de joyas y de signos de riqueza, no soy interesante, no vale la pena perder el tiempo conmigo. Me deja tranquila, puedo mirar, tocar y hasta probarme, claro que sin quitarme el ojo, ¡no vaya a ser que desaparezca alguna prenda! Yo me divierto mirando, tocando, probando… y, cuando al final me dirijo a la caja con un par de buenos y caros conjuntos, no puedo reprimir la sonrisa, al ver la cara de bobalicona de la dependienta, que ha dejado escapar su comisión.

Me encanta ir con amigas. Pasar la tarde hablando de boberías, mientras toqueteamos aquí y allí. Y aunque no sean tan amigas también, porque, sin quererlo, me aconsejan incluso mejor. Si me dicen: “Qué monada, qué bien te sienta”, sé que no, que me hace adefesio, que vocea mis caderas, ¡vamos, como si me vistiera con un paraguas! Ahora, si la falsa amiga se muerde el labio y me mira de reojo, buena señal. Más se muerde el labio, más me decido a comprarlo.

Pero con quien me encanta ir es con Lisa. Es una buena amiga, de las que se alegran con mis éxitos y se entristecen con mis penas. Tiene un gusto exquisito y es un encanto. Lo que no sé es cómo aguanta a su marido, es el perfecto mezquino. Ella nunca dice nada, por eso me quedé boquiabierta el otro día. Habíamos quedado en que yo pasaría por su casa, cercana a la boutique de Serrano que acababa de abrir y que nosotras íbamos a estrenar. Yo estaba al pie del ascensor, cuando ella salía contando el dinero que le había dado su mezquino marido. Y me dijo (o tal vez se lo decía a sí misma): “Lo haré con Pepe, aunque no me apetezca”.