Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 35 – Verano 2014
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

 

Nunca el mar estuvo tan vivo. Las olas alcanzaban la altura de las estrellas y los barcos desaparecían llevando en su interior decenas de almas condenadas al olvido de las profundidades. Durante tres días, los ejércitos de blanca espuma arrasaron las costas del reino de Vharane. Los más ancianos no recordaban una tormenta de furia tan devastadora. El agua penetró en la tierra hasta llegar a los desiertos, creando vergeles donde antes sólo había arena. Y fue en uno de esos oasis repentinos donde la encontraron.


Había cesado de llover y el sol intentaba recuperar el dominio del cielo. Las últimas nubes se alejaban mar adentro y el rugir de las aguas dio paso al silencio de la calma más deseada. Los habitantes de las aldeas comenzaron a auxiliar a las víctimas y a reparar los daños. Un grupo de aldeanos se acercó hasta el Desierto de los Médanos recogiendo enseres que el mar había arrastrado. Entonces la vieron. Un pequeño estanque de agua salada se había creado entre varias dunas de fina arena y, en el centro, una hermosa sirena permanecía varada moviendo su aleta sin parar. Tenía el pelo del color del sol y su rostro, dulce y cálido, reflejaba una gran tensión. Con suma rapidez, los hombres y mujeres que allí se encontraban corrieron al auxilio de tan majestuoso ser, pero nadie sabía cómo actuar. Un pescador había oído que a las sirenas no se las puede tocar, porque de lo contrario perderían su cola y morirían. Pero, si no debían rozarla, ¿cómo la llevarían hasta el mar?
Unos y otros intentaban aportar ideas, a cuál más disparatada. Finalmente fue un niño el que dijo:


—Si no podemos llevarla hasta el océano, ¿por qué no traemos el agua hasta aquí?


Y eso hicieron. Cientos de vharaneses llegaron desde las aldeas vecinas y empezaron a construir un canal que uniría el mar con el pequeño oasis, que ya empezaba a secarse a consecuencia de las altas temperaturas del reino del sol. Trabajaron día y noche cavando con palas y rastrillos y llevando cubos de agua hasta la sirena para que su cuerpo siempre estuviera húmedo. Después de dos semanas de esfuerzo colectivo, el mar llegó hasta el estanque inundándolo de agua y haciendo que la sirena pudiera nadar y sumergirse. Nadie quiso perderse el momento en el que aquel ser maravilloso atravesaba la enorme y profunda zanja cruzando el desierto. Los habitantes de los pueblos cercanos se amontonaban en las orillas del canal saludando alegres a la sirena, que agradecía la ayuda recibida luciendo esplendorosa una sonrisa que le iluminaba el rostro.


Al llegar al mar se irguió sobre su cola, dejando el torso fuera del agua, y agitó la mano en señal de despedida. Luego se sumergió y puso rumbo a Zirwania, de donde el temporal la había arrancado semanas atrás.


El canal que construyeron los vharaneses nunca se cerró y el agua sigue aprovisionando a un pequeño estanque situado en el desierto que hace las delicias de todos los que allí se bañan.


Hay quien dice que en las noches de mar tranquila, las sirenas llegan hasta las costas del reino del sol, cruzan el canal y nadan hasta el estanque para visitar a sus amigos de Vharane, que un día demostraron que para ayudar a un ser vivo no hay que ser de la misma raza o especie, sino tener la voluntad de querer hacerlo.