Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 34 – Primavera 2014
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja


A los tres años me hicieron la permanente. Mi abuelo, que estaba en Madrid, ingresado en un hospital curándose un “mal que tenía en el pie, escribía cartas a la familia, y en una de ellas decía: “Quién te viera con la permanente, Perindola”.

Nunca más nos vimos, yo me acuerdo de él aunque era muy pequeña.

Mi madre siempre me decía que en el bar San Miguel, con su dedo mojado en cerveza, me la dio a probar y me gustó. El bar se encontraba en la esquina de la calle del Aire con Medieras, era un bar muy antiguo y bonito, con grandes barriles y azulejadas las paredes con anuncios de Anis del Mono,Coñac Terry y otros de diversos licores.

Mi infancia me resultó corta y feliz, y ahora la edad madura me sigue pareciendo corta y feliz (a ratos).

No soy la mayor, mi hermano era mayor que yo seis años, pero hace casi veinte que se fue. Era muy bueno y nos queríamos mucho.

La naturaleza es maravillosa, es libertad, preciosismo, misterio y sorpresa. Si amaneces en plena naturaleza, el piar de los pájaros te aturde, te puedes entretener contemplando las nubes solitarias, ésas que parecen perdidas y van buscando a sus compañeras, ver cómo cambian continuamente. Parecen caras y objetos. También los árboles mecidos por el viento y su susurro misterioso.

También, en el baño, los dibujos de las losas forman caras y te acompañan en ese rato de encierro.

Muchas veces se me ha cerrado la puerta de casa, y he tenido que bajar a casa de mis consuegros, que tienen una llave. Así me ahorro el cerrajero.

Las cicatrices te dejan marcada para siempre, producen un extraño placer y una suave aspereza rozarlas, dan escalofrío.

Resulta obsceno ver crecer una semilla en un vaso con algodón húmedo, contemplas su intimidad más absoluta.

Íbamos a Tenerife, y seguramente, por el cambio de hora, desde la ventanilla del avión vi la puesta de sol más larga y bonita de mi vida, nunca llegaba a esconderse del todo.

Y el amanecer más maravilloso fue a las cinco de la mañana en el desierto rosado de Jordania. Habíamos dormido en una jaima, están construidas con una especie de lonas fabricadas con pelos de cabra. Iluminadas con velas, y la cama con muchas mantas de colores, tenía una gran mosquitera que la cubría entera. El guía nos llamó, y salimos a ver el maravilloso espectáculo, y fue precioso ver salir el sol entre las dunas de arena cambiando sus sombras a cada instante rodeados de un silencio sepulcral. La ardiente arena del día estaba fría, helada a esa hora tan temprana. Al regresar al campamento a desayunar, nos llevamos una gran sorpresa, teníamos preparados huevos fritos, tortillas a la francesa y pan tostado, café con leche, frutas y dulces de miel que ellos utilizan mucho. Resultó una bonita experiencia.

Los hombres con genio, ingenio e inteligencia han sido necesarios para la humanidad, últimamente parecen haber desaparecido con el fin deseado y estas cualidades sólo las utilizan para su propio beneficio. Por lo tanto, sólo resultan superfluos parásitos, acumuladores e inútiles para el resto de sus conciudadanos, estas personas disfrutan pisoteando al resto.

Los notarios deberían ser un seguro de la verdad, ahora algunos van a favor de la impostura.

Los jueces también deberían ser justos, también los abogados defensores y los fiscales. Sobre todo, los fiscales no deberían ejercer de defensores, según quién y en qué casos.

No se puede creer casi en nada, jueces, fiscales, abogados, notarios, sacerdotes, gobernantes corruptos o médicos que se autodenominan políticos.

El mal hay que separarlo del bien. La mediocridad se ha instalado entre nosotros y a algunos les debe de ir muy bien, con la mediocridad se tambalea la democracia.

Antes gastaba el número 36 de zapato, ahora gasto el 38, si vivo más tiempo gastaré el de mi marido, el 42.

Mi hijo mayor, de pequeño, no pronunciaba la D, decía eo al dedo, bañaor al bañador, comía a la comida, vestio al vestido, y así sucesivamente. Este año, 25 de las Fiestas de Carthagineses y Romanos, será el general de su tropa, y su mujer, la princesa. Tiene un don especial como organizador de eventos.

El pequeño siempre fue tranquilo y rollizo, probablemente por mi culpa y por mi ascendencia familiar a la diabetes. (Lo siento, hijo).

A los treinta años se le manifestó una diabetes Melitus tipo 1. Es insulinodependiente. Él no lo lleva mal y nos lo hace llevar bien a los demás. Ahora hace maratones, corre, escribe, baila y no para.

Los musicales me gustan, sobre todo los que preparan él y sus compañeros de Ars Creatio junto con la academia de danza de María del Angel. El último que interpretaron fue una adaptación de Jack el Destripador, el Dr. Jekyll y Mr. Hyde, Aceite de perro y El embudo de cuero. Se titulaba «Pánico en la niebla». También actuaban mi nieta y su amiguica Candela, como si fueran dos angelitos, dando luz a un mundo tan malvado como el que se representaba en la obra, con asesinos, mangantes y, como dice mi nieta pe-u-te-a.

No me gusta el auditorio del Batel, para mí es una gran barraca de Uralita. Sólo tiene aseos en el bajo, con escaleras espantosas sin barandilla, un solo ascensor, amén de pocas salidas de emergencia, filtraciones de agua y un derroche de dinero impresionante.

Ahora, en el barrio, tenemos una vía verde (que no es tan verde). Antes era la vía del tren, sólo a unos cincuenta pasos de mi casa. Se produjo un gran accidente, precisamente el día de mi santo. Un diecinueve de noviembre. Las barreras (antes había unas grandes barreras corredizas) eran deslizadas por el guardabarreras sobre las vías, primero una y luego otra. A veces, si el tren tardaba por algún retraso, se hacían grandes colas de coches, no tantas como se harían ahora, porque había menos coches. Aquella tarde-noche pasó el tren con dirección a Cartagena, y el dicho encargado abrió, como siempre, una y luego la otra, y los coches iniciaron su marcha; el primero, un taxista con su cliente, y en el otro vehículo, un matrimonio con su hijo pequeño y ella embarazada. Los dos fueron arrollados por una máquina loca, que nadie había avisado que venía pegada al tren. Mis hijos, al día siguiente, cuando iban al colegio, vieron los restos en las piedras.

Se convocaron grandes manifestaciones, hasta lograr que desapareciera del centro del barrio ese paso a nivel asesino, con cargas policiales contra los vecinos, y en contra de los políticos de turno y la todopoderosa Renfe.

Por eso da rabia que esa “vía verde” no se cuide, por parte de todos, como merece tanto esfuerzo y vidas humanas.

Mi color favorito es el rojo, siento que ahora no esté tan de moda.

Intento dar lo mejor de mí misma, y si me equivoco no me cuesta trabajo pedir disculpas. Creo que la felicidad está en vivir dentro de tus posibilidades, y no envidiar a nadie.

Reciclo la basura, y me siento feliz por ello.

Nunca miro mi correo electrónico, prefiero el teléfono y, sobre todo, hablar mirando a los ojos.

No me gusta la frase «amiga de tus amigas», eso es muy fácil.

Leí en una novela una frase que me gustó y que copio aquí: «Nuestra existencia es pura ficción, un sueño del que despertamos cuando nos morimos».

Aquí termino estas reflexiones, que una tarde cualquiera me he decidido a plasmar para la revista.