Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 34 – Primavera 2014
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja


Cuando el sabor pestilente se instaló en su boca, el gobernador general, o más bien dicho, el General Gobernador, lo atribuyó al aumento de la dosis diaria de aguardiente, y así lo corroboró el responsable de sanidad de la capital tras examinar con detenimiento los síntomas y comprobar el resultado de la analítica.

 —Un extraño caso, señor, un caso difícil de atribuir a una enfermedad común.

Frunció ceño pensando si sería capaz de acertar con el remedio para después garabatear en una receta los pasos a seguir e intentar así recuperar ese antiguo listerineflavour capaz de seducir a la más difícil mujer de la comarca de Solipolvo.

Los besos del General Gobernador General eran famosos en el mundo entero. Guardaba cientos de recortes de diferentes periódicos en los que se hacía mención a esa cualidad tan propia de él y desde hacía tiempo estaba convencido de la necesidad de revisar al alza cada uno de los contratos firmados con las multinacionales de las que era imagen publicitaria. El buen aliento del General alienta a trabajar, era el lema que precedía sus actividades.

Y así, mientras las primeras punzadas de dolor atravesaban el esmalte y se introducían en la dentina, el General Gobernador General (G. G. G.) recordó que el voto femenino fue el que le permitió acceder a ese cargo del que no piensa renunciar, con mal o buen aliento.

 

Primero: debe presentarse inmediatamente en palacio el alambiquero oficial.

Segundo: confísquense sus herramientas de trabajo para un estudio en profundidad de las mismas.

Tercero: mediante decreto impórtese desde la vecina Solipolvo el aguardiente necesario para el consumo privado del General.

Cuarto: convóquese a la Asamblea también general para debatir el asunto e infórmese a la población de forma tal que pueda evitar la alarma social.

Quinto: solicítese a la unión de laboratorios un adelanto de las comisiones que devengan por la venta masiva del antídoto necesario a esta posible plaga de mal aliento. Todo ello según lo establecido en contrato privado con el gobierno de su excelencia el General Gobernador General.

Sexto: repetir con frecuencia e intensidad: el General no tiene una enfermedad vulgar. Sólo nuestro General puede crear una nueva enfermedad.


Con emoción no disimulada, su edecán participó en diversos espacios televisivos para desmentir el mal estado de la primera boca del país e instar a los ciudadanos a no descuidar el sistema inmunológico porque era probable que fueran afectados por ese nuevo y peligroso virus tan potente que fue capaz de alterar el precioso aliento del señor General Gobernador General.

Desde que tengo uso de razón, su sonrisa embelleció el envoltorio de todos los dentífricos y los frascos de enjuague bucal, y sus besos fueron el reclamo para incentivar el aumento de natalidad que el país reclamaba.

Temo que esa necesidad tan suya de besar a la presentadora del matinal televisivo «La sonrisa general» propagó la plaga. Para alguno sólo fue un mero contagio psicológico; para los opositores, esa increíble idea de mantenerse en el poder a fuerza de besos.

En el servicio secreto, del que soy responsable, se indagó sobre la posibilidad de un atentado. No consideraban lógico que, después de un modélico aliento a lo largo de toda una vida, precisamente ahora, con las elecciones a la vuelta de la esquina, la podredumbre se ensañara con su boca y como consecuencia se desestabilizara el país.

La presentadora del matinal, Ella, era su favorita. No cabía duda. Se murmuraba que su lengua era capaz de extenderse indefinidamente, de lamer con exquisita sutileza las paredes de su boca, aderezar el tejido epitelial de la laringe con esa saliva espesa, propia de quienes se ganan la vida hablando, y de llevar al General Gobernador General al éxtasis general. Al máximo grado de éxtasis, según el extasisómetro ubicado en el centro hospitalario de Solipolvo.


Primero: el resultado del estudio realizado al alambique oficial indica la ausencia de sustancias tóxicas u otros elementos químicos que puedan alterar el aliento del general.

Segundo: el seguimiento de las actividades del alambiquero en el transcurso de los últimos tres meses no muestra ninguna alteración en lo que es su rutina habitual. Sólo cabe reseñar un viaje de veinticuatro horas al vecino pueblo de Solipolvo en el que asistió a la consulta del doctor Trujillo Masso, dentista, sin que hubiera motivo aparente para ser tratado odontológicamente. Tras la consulta se dirigió a la plaza del pueblo para honrar el monolito que indica el lugar donde creció el árbol santo.

Tercero: en alunas zonas de nuestra ciudad se ha podido comprobar la presencia de polvo de muela o molar (polvere di molare) en el aire. El grado de concentración varía en la medida en que nos alejamos del distrito centro. No se han observado alteraciones en el funcionamiento de las instituciones y organismos del gobierno.

Cuarto: se procederá a contactar con el médico de cabecera del General Gobernador General (G. G. G.) para que nos facilite el informe por él realizado y comprobar que ningún hecho anómalo se produjo en la cercanía del lugar habitual de residencia de nuestro guía.

Quinto: se sugiere a la población el uso de máscaras tapabocas con el fin de evitar cualquier contacto con el polvo molar dada la alta posibilidad de contagio.

Sexto: mantenerse alerta y en permanente contacto con las autoridades y en especial con nuestro  G. G. G. para poder tomar con eficacia las medidas necesarias ante un factible aumento de transmisión de la enfermedad.

Añadido uno. Las máscaras protectoras oficiales pueden ya comprarse en la TOP, acrónimo de Tienda Oficial de la Presidencia.

Añadido dos. Para una mejor atención a sus clientes, la TOP, Distrito Centro, permanecerá abierta hasta la medianoche.


Pasaba las noches en vela. Algo no encajaba en esa historia y la presión ejercida desde la presidencia era agobiante. Garabateé uno a uno los datos que teníamos. Ninguno me daba una pista por donde iniciar la investigación. La pestilencia en la boca de G. G. G. no disminuía y, para colmo de males, Ella ya tenía síntomas parecidos y no era capaz de presentar su programa matinal. La variante que los científicos llamaron más tarde Proceso Degenerativo del Aliento Bucal (PDAB) se reflejaba en el agraciado rostro ya marcado por la rigidez de su ansiosa lengua.

La situación era dramática. En mi despacho del Servicio Secreto leía desesperadamente novelas negras tratando de encontrar ese párrafo que allanara el camino a la verdad. Dashiell Hammett, Walter Mosley,  Agatha Christie y Donna Leon se apilaban junto al retrete en el que transcurrían lentas las horas, con el pantalón en los tobillos, reflexionando, buscando la razón por la que Nuestro Guía había perdido su popular listerineflavour.

Estaba convencido de la presencia de una mano negra, alguien interesado en desestabilizar al país; aunque, pasado el tiempo, reconozco que sentía envidia por el éxito del G. G. G. con las mujeres. Bastaba aquella simple sonrisa publicitaria para que las mujeres cayeran rendidas a sus pies profiriendo obscenos gritos de deseo.

Por la tarde estaba convocada una reunión del grupo de investigación ante la máquina de café. El Departamento de Seguridad Estatal era un hervidero. El transitar de los funcionarios no cesaba y seguro que el intercambio de conceptos nos ayudaría a llegar a una conclusión aceptable, eso sí, sin dejar de disfrutar una mezcla de café de muy buena calidad.

Así y todo, las tres cabezas pensantes del DSE no se atrevían a pensar más allá de lo permitido, pese a que tras dos horas de girar sobre lo mismo tomaba cuerpo la presencia de ese personaje maligno y la conspiración internacional.


Exposición uno: No se puede descartar el contagio del G. G. G. tras alguna sesión de besos prostibularios. Todos sabemos que es su única debilidad, y perdonad esta palabra (no se me ocurre otra), y todos sabemos que si algo destaca en nuestro guía es precisamente su coraje. Decía que su única debilidad es besar a todo tipo de mujer, en especial a aquellas capaces de envolver la razón con perfume no precisamente de marca. Sin duda, alguna mujer envidia a Ella y su lengua tan particular.

Exposición dos: El alzamiento que llevó al General a ocupar el cargo le creó muchos enemigos, traidores y cobardes que aprovecharían cualquier resquicio en su obra para intentar destruirla. Estoy convencido de que el virus esparcido por la ciudad y proveniente de su boca ha sido obra de alguien muy cercano al G. G. G.

Exposición tres: Es sabido que los laboratorios han tenido que ceder parte de su margen de ganancias para mantener la licencia que firmaba el G. G. G. y la situación ha llegado a tal límite que excede con creces lo que estaban dispuestos a pagar. De ahí la necesidad de crear artificialmente una plaga de caries degenerativa y después patentar un antídoto para el mal aliento. Esto obligaría a Nuestro Guía a pactar una disminución o renuncia definitiva al porcentaje debido a la necesidad personal de su uso y el de Ella, su favorita. Yo descartaría el aguardiente como agente transmisor.


Pero, ¿quién había osado traspasar todas las reglas del protocolo e inocular la enfermedad en el cuerpo del Gobernador? ¿Quién había creado el permisivo polvo molar? Todas esas incógnitas sin resolver podían significar nuestra pronta destitución.

La fresa del torno de la consulta del doctor Trujillo Masso, dentista, atacó con rencor la deformante masa negra que coronaba el segundo premolar derecho de su más ilustre paciente. La plaga de caries degenerativa que había inundado Solipolvo no había respetado ni al gobernador. Las colas frente a la consulta del afamado galeno no cesaban ni a la hora de la siesta, cuando el sol destrozaba cada rincón, y sólo al amparo de la colorida sombrilla del bar de la plaza era posible encontrar un poco de consuelo degustando una cerveza y disfrutando de los ultimísimos versos del poeta.

—Todo lo inició el pestilente G. G. G. —apenas murmuró antes de sentarse—, él sí sabe lo que hace.

Nada más, sólo un gesto de dolor al tiempo de llevarse una mano a la mejilla para, a continuación, abrir con miedo y resignación la boca.

—Si lo dice usted, será cierto —asintió el doctor Trujillo Masso, dentista, mientras contemplaba las más tétrica caries que jamás había visto en una muela. Cogió la jeringuilla y extrajo de un pequeño frasco una dosis de anestesia. No, mejor dos. Avanzó con determinación hasta el indefenso alcalde de Solipolvo e introdujo la aguja en la encía. Apenas pinchó, un olor fétido lo invadió todo.

Con el torno en sus manos, comprendió que no podía esperar más. El segundo premolar inferior derecho mostraba su peor cara y tras el contacto con la fresa se desintegró rápidamente. Las partículas que saltaron impregnaron cada uno de los rincones del consultorio y, de no ser por la máscara, él mismo hubiese empezado a padecer la enfermedad. Trujillo Masso, dentista, supo de inmediato que en esa humilde habitación había resuelto la tragedia que asolaba al país.

—Por favor, señorita, póngame con el Departamento de Seguridad Estatal. Sí, con el director García Pérez. Es urgente.

En la plaza, el poeta exigió otra cerveza al tiempo de observar a su alrededor.

—¡Oh! Hay alguien que me puede invitar —dijo al tiempo de dirigirse al camarero con un gesto primero, y un «bien fresquita» después.

Detrás de su mascarilla adquirida en la TOP, el camarero tuvo también la convicción de que él, el más humilde trabajador de Solipolvo, conocía el antídoto que se debía administrar a todos los afectados por polvo molar.

—Con el director de los laboratorios de Solipolvo, por favor, es urgente.

El encuentro con sus asesores se prolongó más de la cuenta. Los periódicos del día estaban desordenados sobre la mesa junto a cercos de tazas de café. Sus titulares en poco se diferenciaban:

«La epidemia de caries degenerativa (ECD) colapsa las consultas odontológicas».

Los dentistas de todo el país se concentran en la capital, ciudad en la que se contabiliza más del cincuenta por cierto de la población afectada.

La nueva presentadora de «La sonrisa matinal» había aprovechado bien su oportunidad. Tras el tapabocas, los telespectadores podían adivinar unos labios carnosos y sensuales. Su mirada era una permanente incitación al placer. El General Gobernador General estaba y no estaba, sentía que sus días de gloria habían terminado o se acercaban a su fin. Le costaba aceptarlo. Piensa, sólo llega al fin una etapa de tu vida, tú sigues y los besos serán los mismos en el exilio, ¿o no? El hecho de ser el G. G. G. me da ventaja, pero sin Ella no será lo mismo. Casi no me mira. Me responsabiliza de ser el que la contagió y que ahora la nueva presentadora tenga todas las posibilidades para definitivamente quedarse con su puesto.

—Yo fui la creadora de «La sonrisa matinal» y por tu culpa esa aprovechada se va a quedar con el programa —vociferaba Ella. Su mejilla se semejaba a una pelota de tenis y amenazaba con estallar—. Y este dolor que no pasa.

El General Gobernador General no se atrevía a contradecirla, pero tampoco deseaba consolarla. A fin de cuentas, si Ella dirigía «La sonrisa matinal» era gracias a mí. Yo aporté los patrocinadores. Yo se lo ordené al jefe de programación. Me lo debe a mí.

Buscó en un cajón del escritorio el paquete de cigarrillos y, en el momento en que quitaba uno, recordó que con esa hinchazón en la boca le era imposible fumar. La angustia otra vez comenzó a trepar por su pecho.


Ante los graves acontecimientos que están afectando a nuestra población y que han provocado un vacío en el gobierno del país motivado por la enfermedad que impide a nuestro G. G. G., Guía de todos los ciudadanos, cumplir con la sagrada misión por nosotros y nuestro pueblo encomendada, la Asociación de Coroneles por un Gobierno Militar y Democrático (ACpGMyD) decide, siempre con respeto y unción hacia su querido General Gobernador, solicitar su renuncia al cargo que ocupa, a los privilegios que el mismo conlleva y adoptar las medidas de aislamiento indefinido recomendadas por el cuerpo médico de esta Asociación para todo ciudadano aquejado por el síndrome de caries degenerativa y mal aliento.

Es nuestro deber, además de preservar la salud de nuestro pueblo, contribuir al normal funcionamiento de las instituciones evitando un infeccioso vacío de poder.

Hágase llegar a la prensa el presente comunicado, con copia a nuestro querido G. G. G., a quien no sólo agradecemos los servicios prestados, sino que le deseamos una muy pronta recuperación, y también a las empresas patrocinadoras de su listerineflavour, de las que esperamos continúen sin objeciones su inestimable colaboración con la causa de nuestro pueblo.


Con voz grave y pausada, la nueva presentadora de «La sonrisa general» leyó el comunicado de la ACpGMyD.

Al final, con gesto serio y mirando la cámara, continúa.

—Queridos televidentes, esto que acabo de trasmitiros es algo que a nadie gusta hacer, y menos a esta presentadora, pero debemos ser conscientes de que la situación es insostenible, y la presencia de un G. G. G. imposibilitado ya de todo atractivo y capacidad de trabajo es una carga para las instituciones...

¿De qué me sirve el pasado si me agobia el presente? Esto es un golpe en toda regla. Fui el más poderoso gobernador general y ahora soy un apestado. El pasado sólo sirve para recordar y añorarlo. Mis enemigos mueven ficha. Primero presionaron para que el responsable de sanidad me declare incapacitado de hablar en público impidiéndome hacer campaña electoral. Ahora aparecen los coroneles y definitivamente toman el poder por medio de la traición. ¿Quién me inoculó el mal? ¿Por qué los laboratorios no dan con el antídoto? Y Ella, que permanentemente me ataca, y cómo sufre viendo su programa portavoz de los golpistas.

—Prefiero la muerte al destierro —exclamó con un grito de dolor al tiempo de abrir otro cajón del escritorio y contemplar la pistola de oro con el logo de Colgate en la culata de marfil.

La observó. Templando su pulgar, se posó sobre la C mientras el índice acarició el gatillo.

—¿Dónde quedó mi aliento de galán? ¿Dónde están todos esos que me cortejaban?

Cerró los ojos y llevó la pistola a la sien. No, mejor el tiro en la boca. Aún le quedaban fuerzas para mirar el portarretratos sobre el escritorio. Marco de oro y en el ángulo inferior derecho la L de listerine. Ella se reía sacando su encrespada lengua.

Bajó con lentitud la pistola a la boca. Dudó. Escribiría primero su legado al pueblo.

Dejó la pistola sobre el escritorio y con perfecta caligrafía escribió: «¿De qué me sirve el pasado si me agobia el presente?».

El presente sin mi pueblo no es nada. El presente sin mi listerineflavour, peor. Ahora fue cuando con decisión llevó el cañón de la pistola otra vez a la boca, tanteó el gatillo y precisamente en ese instante sonó el teléfono.

La Oficina de la DSE se había vaciado, como todos los días de fútbol. El partido definitivo. Por primera vez, el Solipolvo F. C. estaba a un solo punto del título, y gran cantidad de público se trasladó a la capital aun a riesgo de contraer el ECD o su variante la PDAB. En diversos comunicados se obligaba a todos los asistentes a usar tapabocas, lo mismo que a los jugadores y al árbitro. Los especialistas afirmaban que el trascendental encuentro debía haber sido suspendido, pero una vez más primó el interés de la televisión.

La falta de un punto al que atenerse. Era lo que desesperaba más, y desesperaba, como suele suceder en la novela negra, sin la aparición de ese nuevo personaje que ayudara a desenrollar el embrollo en que se metió el autor.

 —El doctor Trujillo Masso, dentista, desde Solipolvo. Por favor, inspector García Pérez, línea cuatro.

La voz desde la centralita lo sacó de sus cavilaciones. A santo de qué llamaba ese dentista desde Solipolvo, como si no tuviera otras cosas en las que pensar.

 —Señor inspector, soy el doctor Trujillo Masso, dentista, desde mi consulta en Solipolvo. Quería comunicarle algo muy curioso y que puede ser de su interés.

 —Pues lo oigo, doctor, creo que el desgano se notó demasiado.

 —Pues verá usted, señor inspector, esta mañana estuvo en mi consulta el alcalde de Solipolvo con una terrible PDAB en un premolar. Lo curioso del caso, como le comentaba, es que al momento de administrarle un analgésico todo se llenó de un olor espantoso, pero al intentar trabajar en la pieza afectada, ésta explotó, así como lo oye, explotó, y todas sus partículas se expandieron por mi consultorio.

 —Bueno, doctor Trujillo Masso, no entiendo lo que me quiere decir.

 —Pues muy simple, señor inspector García, que en Solipovo comenzamos a trabajar el problema del aliento y el polvo molar odontológicamente. Nada de analgésicos, antiinflamatorios u otra medicina. Simplemente, que los clientes que entraron después del alcalde tuvieron el mismo proceso; se acercaba el torno y una explosión. ¿La solución? Muy simple, amigo, muy simple: provocamos la explosión de la pieza y todo arreglado. Eso sí, tenemos que hacerlo de forma controlada para evitar una emisión mayor de polvo molar en la atmósfera. Hemos probado colocando la cabeza del paciente dentro de una bolsa de plástico con bastante buen resultado.

—Eso debería mejor comentarlo con el médico personal del General Gobernador General, él es el que se encarga de la parte sanitaria de este asunto. Nosotros sólo investigamos para dar con los causantes de la epidemia, porque sí, ésta ha sido una epidemia provocada.

—A eso voy yo, señor inspector. Piense usted: ¿quién podría fabricar una masa de polvo con un microscópico detonador e introducirlo en la dentadura del General Gobernador General? O mejor dicho, si analizamos el polvo molar que tengo en las bolsas de la cabeza de los clientes y lo comparamos con el que está siendo analizado en el laboratorio de Defensa, me atrevería a decir que la composición química es exactamente la misma. Además, tanto la epidemia de caries degenerativa (ECD), que teóricamente era la que atiendo yo aquí en Solipolvo, como el diagnosticado aliento bucal degenerativo PDAB, no son dos cosas diferentes, sino una variante de la misma.

—Con eso, doctor, ¿qué quiere usted decir?

—Que el proceso de contagio no se estableció, como antes pensaba, desde una malformación estomatológica de nuestro líder, sino que todos los elementos de contagio fueron esparcidos directamente al aire hasta conformar una epidemia, se responsabilizara de la misma al General Gobernador y así proceder a su destitución... Y de esa forma, los contratos con las compañías dentífricas quedarán sin efecto. Es lógico, un listerineflauvor no puede desprender rayos, centellas y demás efectos meteorológicos por la boca. Ahora, inspector, si usted lo desea…

¡Gooolllll! El grito de los hinchas del equipo capitalino suscitó un prolongado silencio al otro lado del teléfono y un brinco de alegría en el corazón de García Pérez.

El personaje nuevo apareció, confirmé con suspiro de alivio. Pero inmediatamente una sombra atravesó mis pensamientos: no era posible que un problema de mal aliento se transformara en una sistemática destrucción de las piezas dentarias. Sin lugar a dudas, la mezcla de intereses económicos y políticos había producido la enorme desestabilización de las máximas autoridades. En el fondo, una de ellas, sólo una de ellas, era la responsable, pero ignorando un detalle: la dentadura era postiza.