Al aletaer el ave en la cornisa

le aflige una sensación extraña,

no logra ellas sus alas agitar,

lleva consigo una sangrante herida

y los vientos ya no piuede surcar.

Mira el entorno y no comprende

qué le impide planear en armonía.

Si se daña las alitas no se queja,

no conoce de heridas ni dolores,

ni hablar de medicinas curadoras,

hambre y sed a ella la motivan,

esencial es volar y balancear.

Observa los contornos con cautela

deseosa de avistar entre el zarzal

algún otro animal que la asemeje.

Intenta batir las alas nuevamente

precipitándose indefensa hacia el vacío.

Ya no tiene alternativa,

avanza hasta encontrar lugar seguro

además de agenciarse el alimento.

Se arrincona cuando la noche cae

y espera solitaria entre el follaje.

Si esta vez la suerte quiere acompañarla

y ningún cazador logra encontrarla,

cuando apenas el amanecer asome

podrá contemplar el sol con regocijo,

peregrinar por los senderos del jaral,

picotear y emitir su jubiloso trinar.