Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 33 – Invierno 2014
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja


Salí de mi casa, una mañana con poco ánimo, a pasico lento y sereno, pensando en mis cosas (como muchos cartageneros) hasta llegar al muelle, y al alzar la vista vi el horizonte con sus dos tonos de azul y los faros que con sus grandes ojos me miraban. El monte Galeras y el San Julián parece que notaban mi tristeza, y se me figuró que querían abrazarme.

Para alegrarme un poco, se pusieron de color rojizo, sobre todo el Galeras. Me pareció que habían desaparecido los astilleros y en su falda estaban varadas las grandes naves escoradas para facilitar su limpieza y arreglo. Había muchos hombres trabajando y también mujeres acarreándoles comida y agua.

Estos hombres, allende los mares, habían dejado sus casas y sus familias, padres, esposas, hijos, novias, y todos esperaban con ansiedad su regreso. Ellos deseaban volver, pues sus cuerpos maltratados no encontraban el objetivo que pretendieron al salir de sus hogares. Ansiaban el calor de su familia y su ocupación habitual. Y esto el que podía hacerlo, porque cientos de ellos quedaban tirados, maltrechos en los caminos, y los más desafortunados eran pasto de los buitres en los campos de batalla, mientras sus compañeros los dejaban atrás con lágrimas en los ojos.

Con esta visión imaginaria estaba yo cuando un ave se posó en mi hombro y empecé a escuchar su voz en mi oído. Era una voz dulce y melodiosa y no sentí temor alguno. No era grande, ni tampoco pequeña, tenía bonitos colores en su plumaje y un fuerte olor a mar impregnaba el ambiente. Me dijo que había venido desde muy lejos, pero al pasar por la bocana del puerto miró y le gustó, y pensó descansar algunos días. Según me contó, la vista desde el mar y a cierta altura era espléndida pero todo al revés, Galeras a la izquierda, también la Atalaya, el Roldán y la Muela. Los acantilados, las grutas, las calas y la pequeña isla de las palomas. A la derecha, San Julián, Calvario, Cabezo de los Moros, Cenizas, y en el centro, la isla de Escombreras, sede de palacios y templos, como el del dios Herakles-Melkart. Una vez rebasada ésta: Cartagena.

Su puerto natural, su pequeño mar de Mandarache, sus cinco colinas y su ancho y gran campo tras las viejas murallas, le recordaban mucho a una ciudad del otro lado del mar, de nuestro Mare Nostrum, llamada Carthago, que fue fundada por la reina Dido, hermana del rey Pigmalión de Tiro, que al ser asesinado su esposo huyó de su país y gracias a su astucia e inteligencia fundó aquella gran ciudad, de la cual vosotros sois descendientes, pues la mayoría de esos hombres que contemplas arreglando sus naves vienen de allí y muchos se quedarán a comenzar una nueva vida y descansar eternamente en vuestra bonita ciudad, tan parecida a aquella, según la vio el gran general Asdrúbal Janto “el potro de Carthago”, que la convirtió en la capital de Iberia en el año 223 a. C. con el nombre de “Kart-Hadast”.

En esta ciudad, la tuya -continuó-, fue asesinado dicho general Asdrúbal, cuando la estaba convirtiendo en una de las mayores metrópolis del mundo conocido, con el apoyo del Consejo de Ancianos y los dirigentes de Mastia, pueblo tranquilo y sereno de grandes comerciantes y pacíficos indígenas. Con mano firme, pero no dura. Llegó a tomar por esposa a una bella y elegante mastiena.

Había llegado al poder a la muerte de su suegro Amílcar Barca (muerto en un desgraciado accidente al regreso de una batalla al ahogarse cruzando el río Vinalopó), haciéndose cargo de la metrópolis y de sus cuñados Aníbal, Magón y Asdrúbal, conocidos como la "Camada del León". Eran tres jóvenes guerreros adiestrados en el arte de la guerra y poco en el de la política, apoyados siempre en el juramento hecho a su padre de "odio eterno a los romanos". La misión de la vida de Aníbal fue destruir Roma.

Asdrúbal Janto, apodado "el Bello", fue asesinado a manos de un esclavo del rey celta Tago, que vengó en este acto la muerte previa de su señor.

Por consenso, le sustituyó el gran Aníbal Barca, también conocido como "el Rayo", considerado uno de los mayores estrategas de la Historia Antigua. Se decía "si te metes con Aníbal, habrá sangre".

A pesar de que Aníbal contrajo matrimonio en Kart-Hadast con la princesa ibera Himilce, hija del rey Mucro de Cástulo, y de cuya unión nació un hijo llamado Aspar, pronto emprendió viaje a Roma (para no volver nunca más) con un gran ejército de hombres y elefantes, que eran su mejor fuerza en el ataque, para realizar su sueño: destruir a las águilas de Roma.

Nunca logró pisar la ciudad que fundaron Rómulo y Remo, y el destino quiso que Kart-Hadast fuese tomada por sus enemigos, aprovechando la merma del ejército en la ciudad y la bajada de las aguas del Estero, aconsejados por un pescador traidor. Fue la única ciudad que le costó a Roma dos coronas murales, pasando a llamarse Carthago Nova.

Mi amigo el pajarico me habló de la majestuosidad de los palacios, que nunca había visto otros iguales en sus largos y abundantes viajes. Una mañana muy temprano, cuando sólo los pájaros se levantan, vio cómo algunos de ellos fueron tirados y sobre sus cimientos levantaron por orden del emperador un teatro para grandes fastos mucho mejor aún que las villas romanas anteriores. En el teatro se celebraban obras de autores de la época que duraban varios días y Cartagena era un hervidero de gentes de todas las clases sociales. Venían grandes magnates y terratenientes de Portmán, Los Nietos y otros pueblos cercanos con sus grandes séquitos por las calzadas que se habían construido para embarcar en las grandes naves los minerales que extraían de la tierra en las minas de La Unión y alrededores. Dice el pajarico que había más oro, plata, hierro y estaño que en el resto del mundo conocido, así como árboles para la construcción de casas y barcos, y también mucho esparto, tan necesario en aquel tiempo, de ahí otro de sus nombres, Carthago Espartaria.

En esos días de fiesta, los hombres, y sobre todo las mujeres, lucían sus mejores galas, pero ni punto de comparación a las que habían lucido las mujeres de Carthago, que con su piel algo cobriza, su pelo intensamente negro en larga melena, sus facciones agradables, sus grandes ojos y bonita boca las hicieron encantadoras. También en el vestir se dice en antiguos escritos que eran más elegantes que las romanas e incluso que las griegas. En la biblia hablan que eran de costumbres disolutas, que no gustaban a los judíos y que se les reprochaba el lujo con el que vivían y se vestían.

El teatro se construyó en la falda norte del monte de la concepción, la colina más alta de la ciudad, en la cual se encontraba el templo de Esculapio, dios de la medicina, con calzada directa al Molinete, donde Asdrúbal se hizo construir su Palacio. Hacia el lado de Levante, y aprovechando igualmente la falda de la colina, se edificó un anfiteatro; por lo tanto, la ciudad siempre estaba llena de gente. También acudían vendedores, comerciantes de todas clases de productos. Los barcos con sus enormes velas no paraban de navegar por el puerto, siempre esquivando la gran laja que se encontraba en medio, donde ahora se encuentra el faro de la Curra, por ese motivo es tan largo ese pantalán. Los pescadores llegaban contentos con su valiosa carga, langostinos, mariscos, del Mar Mayor y del Pequeño Mar, y rodeados de las carroñeras gaviotas, siempre dispuestas a ver qué pueden robar a los trabajadores del mar.

Todo este esplendor se fue apagando con el paso de los años, continúa el pajarico. Un día vi venir una barquita con un hombre extenuado y sediento y me posé en el mástil para ver de cerca su rostro; reflejaba bondad y me gustó, me gustó mucho, y durante algún tiempo estuvo en la ciudad. Le acompañaba a todas partes, pues siempre me echaba miguicas de pan de las pocas que le daban a él los vecinos del barrio de pescadores, que es donde atracó su barca. Le llamaban Santiago y de repente partió para otras tierras y nunca más le vi.

-¡¡Pajarico!! -me atreví a decir-. ¿Tú no sabías que aquel hombre bueno era discípulo del hijo de Dios? Era Santo, atravesó España predicando el Evangelio y está enterrado en una ciudad muy bonita que lleva su nombre con un apellido, Santiago de Compostela.

-¡¡Gracias!! -me contestó-, no lo sabía, pues nunca más he salido de tu ciudad. Como puedes figurarte, he visto muchísimas cosas, unas buenas y otras malas, alegres y tristes, pero la vieja ciudad siempre se ha mantenido fuerte y erguida, rodeada de sus castillos y su mar, siempre su mar, acariciándola unas veces y maltratándola otras.

-¡¡Oye, pajarico!! Ahora déjame a mí contarte algo. Siempre se ha dicho de nosotros, los cartageneros, que somos poco amigos de vanagloriarnos de nuestra historia y nuestras costumbres, pero yo te digo que no. Hace algunos años comenzó a moverse el interés por ella, por nuestros monumentos y por nuestras gentes, y por todas estas cosas tan bonitas que me has contado. Algunas ya las conocía, pero me ha gustado mucho escucharlas de tu pico, pues, como diría mi abuela, ¡¡tienes un pico de oro!! Comenzaron las excavaciones y cuál no sería la sorpresa de los arqueólogos cuando empezaron a salir objetos de construcciones de cinco culturas, justo al pie de nuestra catedral, una de las más antiguas de España, que cómo tú ya sabrás fue destruida en la última Guerra Civil.

Los arqueólogos siguieron excavando y encontraron el Gran Teatro que Augusto mandó construir y dedicó a sus nietos, hallándose en él las tres Aras Sagradas. Todo enterrado sin tener idea del tesoro que allí se encontraba. Eso sí, lo han reconstruido a modo de puzzle gigantesco. El Anfiteatro y el cerro del Molinete son un tesoro aún escondido.

A partir de estas excavaciones, un grupo de personas decidimos fundar unas fiestas históricas que seguro conoces, porque muchos actos son de noche y no te dejaremos dormir con la música, tambores y fuegos artificiales (perdónanos). Se llaman de Carthagineses y Romanos y, como muchas cosas en Cartagena, son únicas en el mundo. Hemos despertado el interés de las gentes por nuestra historia y sus personajes y hablamos de ellos como si fueran de la familia. Son muy bonitas, y somos muchos los festeros que le damos vida. Mi familia y yo pertenecemos a ellas, ya te contaré otro día más detalladamente, pajarico amigo.

He bajado triste a ver el mar que siempre me gusta y reconforta, esté sereno o rabioso, azul o verde o con espuma, me da igual y me subo contenta por haber hecho un nuevo amigo, otro día bajaré a ver si nos volvemos a encontrar.

Le miré y él me miró y me dijo: "No sé, ya soy muy mayor y nunca se sabe, yo también lo he pasado muy bien, pues no es fácil conversar con la gente, estaré pendiente por si te veo otro día".

Sin darme cuenta, me rozó en los labios con su pico y voló de prisa en dirección al monte Galeras.