Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 32 – Otoño 2013
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

VIII "Concurso Una imagen en mil palabras"




Llegó como una aparición, enfundada en el vestido blanco que arrastraba sobre la nieve endurecida y agrisada. Se sentó intentando en vano esquivar la capa helada que tapizaba los maderos del banco y una vez allí echó una mirada en derredor como buscando algo o a alguien. Sus pies descalzos, un detalle inusual para la época del año, se estremecieron al tocar el suelo y entonces encogió las piernas acomodándolas en posición de buda. La figura quedó integrada al paisaje blanquecino, cortado sólo por la negra continuidad de las verjas que limitaban el cúmulo de bóvedas y lápidas como en un cuadro fantasmagórico. Como cada tarde. Allí la alcanzaría la noche y retornaría entonces por el camino andado para regresar al otro día, a la misma hora, por el mismo e ignoto sendero. Todo Soria la conocía. El apodo de “La Loca” se amoldaba como un guante a su comportamiento y a los atuendos que variaban según la estación, homogeneizados siempre por una vistosidad excéntrica. El de esa tarde no concordaba con el clima de enero; a diferencia de los abrigos habituales, la muselina agitada por el viento la dejaba más expuesta que lo aconsejable ante la endeblez de su físico, por lo que en escasos minutos la visión de su figura trastocó en un cuerpo encogido, tan inmóvil como todo en derredor: la tumba y el olmo, compañeros de infortunio, la ermita del Espino, fiel cobijo de sus penas más hondas, los impávidos paneles que indican el camino hacia aquellos. Ella se fundía cromáticamente con su entorno pasando a ser para algunos concurrentes usuales un elemento más sin mérito alguno de ser tenido en cuenta, excepto para hacerla involuntaria depositaria de actitudes burlescas. La rutina era la misma desde hacía años. El periplo comenzaba a horas tempranas en un sitio ignorado que se suponía no lejano por la asiduidad de su presencia y se continuaba, como en un rompecabezas vuelto a armar y del cual se desconoce el inicio, por quién sabe qué atajos hasta desembocar en la entrada mayor del camposanto, santiguándose antes al pasar por la ermita. Y el Olmo, el Olmo Seco donde iniciaba formalmente la ceremonia rayana con lo infinito. Sus dedos raquíticos se abrían dando espacio al papel rugoso y comenzaba a murmurar: "Antes que te derribe, Olmo del Duero, con su hacha el leñador y el carpintero te convierta en melena de campana……". Así hasta que el movimiento de los labios cesaba y proseguía entonces la marcha ahora más pausada. Una vez adentro cumplía fielmente su objetivo: acariciar el mármol de la lápida, la foto y las flores casi siempre mustias y volver a balbucear. El ritual se reiteraba cotidianamente y emprendía el regreso con "mi corazón espera también hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera". Los últimos versos parecían sumirla en una especie de éxtasis que en ocasiones hacían que al volver, la permanencia frente al árbol se prolongara  sin tiempo. No faltaron los que, convirtiéndose en paladines del poblado y en lo que creían un alarde de  creatividad, modificaron el mote popular y a partir de ello las chanzas conllevaron el supuesto. "Leonor  ha vuelto, vuelve a tu tumba, adiós Leonor…" eran decires que sonaban cíclicamente más aún cuando el tiempo se mostraba benigno y las sendas del cementerio se poblaban de familias que utilizaban las visitas como recreo. Entonces los más pequeños, los imberbes y los descomedidos sumaban a sus sandeces  la de aventurarse en el mundo de las sombras hasta desgañitar, convocando a los espíritus en una especie de aquelarre mundano. Hasta que dejó de estar. Al comienzo se abreviaron los tiempos, luego se espaciaron los días y así paulatinamente hasta que desapareció de los sitios frecuentados, pasando de a poco al arcón de los recuerdos y de las alocadas fantasías. Se extrañó al principio el recorrido silencioso de su figura etérea y decreció el número de visitantes que la consideraban una parte insustituible, en especial las apariciones y desapariciones dejando tras de sí "tu voz de niña al oído como una campana nueva, como una campana virgen de un alba de primavera".

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Me he calzado el gorro de lana gris dejando fuera los rizos que es como a él le gusta. Considero este día como la materialización de mis sueños más sentidos; un amor correspondido que intenta emular el de la historia, la fusión de nuestras almas como la forma adecuada de agasajar a los mentores de este amor, a sus sentimientos que sólo el destino malhadado pudo truncar. Nos conocimos en el homenaje frente al Torreón Central; la lectura de los versos incrementó esta especie de hechizo inagotable y a partir de allí somos el uno para el otro como lo fueron ellos. Nos hemos convocado frente al Olmo y aquí estoy mientras aguardo, solazándome con las palabras que fantaseo me dedica el poeta. Miro hacia el interior y el paisaje de lápidas lejos de amedrentarme me cautiva; fijo la vista en la que busco, la 810 grado 1º 2º Norte y camino por el sendero que me lleva a ella. Comienza a nevar tan sostenidamente que mi atuendo se vuelve blanco, me detengo frente al banco y me arropo sobre él bajo la ventisca que se acrecienta. En el tiempo que se dilata un frío de muerte se apodera de mí y voces que presiento conocidas me reclaman: "Leonor ha vuelto, vuelve a tu tumba, adiós Leonor…" al punto de ensordecerme. Intento sin éxito despojarme de la percepción difusa que turba mis sentidos en una amalgama de emociones, me levanto y penosamente logro llegar a la sepultura. Recuesto en ella mi figura que adivino volátil, acaricio las flores heladas, cierro los ojos y vislumbrando apenas el sentido epitafio, entro en el sueño profundo de las almas mientras Antonio susurra en mis oídos el llamado que he esperado desde siempre: "¿No ves Leonor, los álamos del río con sus ramajes yertos? Mira el Moncayo azul y blanco; dame tu mano y paseemos…"