Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 31 – Verano 2013
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja



A NADIE le amarga un dulce / y pasamos la vida

/ intentando / endulzar amargores.

M. P. G.


La torta, tarta, pastel, queque, la expresión más «in» de «kake» o llámese como se quiera llamar siempre ha simbolizado la riqueza, o mejor dicho, la riqueza que repartir. Y si bien es cierto que para repartir la torta (incluidas las de boda y cumpleaños) el ser humano siempre ha estado a los tortazos, ha habido y hay quienes son, por don o desdén de la madre natura, propensos a establecer las alianzas más variopintas o a una mezcla de sabores acordes con el paladar del repartidor de turno y así aspirar aunque sólo sea a unas pocas migajas.

En definitiva, estos epulones son los que habitualmente dicen tener la medida exacta del grosor del trozo que recibirán los comensales. Siempre se hacen pasar por enterados, amén de autoproclamarse abanderados del casi ineludible fáctico reparto. Hecho éste que, de una forma u otra, les permite habitualmente el acceso sin restricciones al comedor. Ellos son los que se congratulan al ser considerados como el hoyo de la masa cocinada, edulcorada y decorada teóricamente para compartir.

Sólo en determinados momentos (llámese situación coyuntural) los epulones suelen acercarse a quienes jamás estarán de acuerdo con la forma de repartir la torta. La auténtica razón, si a la razón puede llamársele razón, es simplemente no estar de acuerdo por creer ser merecedores de un trozo mayor. A ellos les es indiferente quien la hornee, lo importante es que el tamaño (y en menor medida la forma) de la misma sea capaz de adaptarse a su apetito, muy voraz, por cierto. Sí, porque aunque haya aún quien lo niegue, todos, en algún momento de nuestra vida, tenemos apetito.

Pero (y esto es muy importante) no debemos olvidar jamás que por ahí también anda el dueño (algunos, al referirse a él, lo hacen en plural) de la torta. El mismo que por sistema o imposición histórica siempre se negará a repartirla. La considera de su exclusiva propiedad, ya sea por legitimidad de sucesión dinástica, elección o por autoproclamación tras un golpe de cocina. Es envidiado, censurado, vapuleado, pero al fin siempre a regañadientes aceptado (¿o no?). Es el gran maestro repostero, empleador de los repartidores, el más inteligente pese a ser considerado tonto (y dice muchas tonterías). Él sabe maniobrar con la gula de los demás. A veces ofrece un trozo de torta, pero cuidado, siempre de acuerdo a su propia necesidad. Como también suele recrearse cuando observa solaz a quienes torta va, torta viene, apenas pretenden subirse a la bandeja transportadora.

En esta viña del Señor, nadie está libre de alianzas, desalianzas y vuelta a liarla por agraciarse con el gran maestro repostero o desagraciarse si hace falta (algunas veces sí hace falta), como cuando la unión, por ejemplo, se realiza con algún proveedor de materia prima en decadencia (léase el proveedor o la materia, según se crea más conveniente o cause menos inconvenientes).

No creo que sea necesario ser adivino para darse cuenta de cuáles son las tortas que repartir hoy o de por dónde vienen los tortazos. Lo cierto es que muchos comensales seguirán siendo espectadores por la gracia de Epicuro, y yo, por si las moscas, hace tiempo que, al postre, lo sustituí por un café sin azúcar.

Si de todo esto se pudiera extraer una moraleja, me sentiría muy satisfecho. Mientras tanto, me conformo con comprobar que, al no ser torta lo mismo que tortilla, la tortilla no se debe cocinar en una tartera.