En gritos silenciosos
azota el mar sus aguas.
Entre rocas perennes de sus playas,
tenazmente, sin que nada lo perturbe,
reanuda con simpleza el equilibrio natural.
Así la persona, en su descanso,
atisba la placidez de sus días
con la mirada inmutable.
Ella lleva como carga en su mochila
todos los amaneceres de su vida…
Si de la luna se oculta el resplandor
porque hay nubes que ensombrecen
el fulgor brindado por el sol,
no vacila ni le inquieta.
Observa el balanceo de las hojas
cuando el agua que desciende,
agitada por vendavales,
golpetea entre las ramas…
Los trinos de las aves
que corretean entre el follaje
hacen que evoque sus andanzas
de cuando el fluido rojo
se agolpaba en sus venas
de manera vigorosa,
y el frenesí se adueñaba
osadamente de su ser.
Como en sueños,
se han mitigado los impulsos.
Exigencias, aspiraciones vanas,
se han ido diluyendo lentamente.
La paz, muchas veces añorada,
va adueñándose del existir.
El astro rey asoma engalanado.
Es tiempo de oliscar tierra mojada,
aspirar el aroma de las flores,
percibir el gorjeo de las aves.
Con serenidad y sin prisas,
el sosiego alcanzó su plenitud.
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