Con paso quedo y tembloroso traspasas la puerta prohibida para sumergirte en un estanque de opacos reflejos, atrapados en la luz abismal del miedo a sentir. Tus pies desnudos, ateridos por el espejo de hielo, tropiezan torpemente,  truncando una marcha desacompasada desprovista de melodía.

Cae la noche. Aún así prosigues tu camino abriéndote paso entre la glacial escarcha del temor. Incierto destino, hiriente cristal que divide tu cuerpo y multiplica tus gélidos recuerdos. Te escondes. El agua especular prolonga con crueldad agónica la asfixiante imagen de tu silueta amorfa que implora a su arquitecto creador el milagro de un trazo más amable. Ya es tarde para suplicar, mas no te rindes.

Despunta el alba. Tu vientre generoso, desgarrado por acunar la vida, recobra mágicamente su tersura primigenia; la gravidez se despoja de su ingrata presencia y envuelve de terciopelo tu pecho sumiso, liberándote de las cadenas. Tú, paciente y abnegada Cenicienta, has sido recompensada. Siempre fuiste libre y hermosa; jamás las espinas de la rosa perdida en la orilla de la soledad dañaron tu inmaculado esplendor. Firmes, tu deseo y tu esperanza lograron recomponer el soneto de invierno más cadencioso.

EL POETA atrapó los mejores versos de tus sueños, lanzados al viento, y logró silabear sobre tu piel inspiradora los endecasílabos más cicatrizantes. Vuestros labios riman, y un desdeñado piano de cola vuelve a emitir los acordes más apasionados. En EL ESPEJO amigo se contempla al fin la felicidad duplicada, y la transparencia de su mirada cómplice multiplica infinitamente la sonrisa de París, que te devuelve a la vida.