Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 29 – Invierno 2013
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

 

Una parejita, muy jóvenes ellos, paseaban por un frondoso y verde parque cogidos de la mano y mirándose a los ojos. Parecían felices, pero al cruzarse con un chico algo mayor que ellos, a ella le cambió el semblante. Sin más remedio, los tuvo que ver. La chica no sabía qué hacer, intentó soltarse de la mano que la agarraba y mirar hacia otro lado; pero él no se inmutó y apretó con más fuerza la mano blanca y delicada de ella, mirando alternativamente y muy fijo los bellos ojos azules de su amada y la adusta mirada del primo de ésta, sin asustarse ni empequeñecerse como le pasó a Juli, que la pobre enmudeció. Rumi la cogió por la cintura haciendo ver que era suya, suya para siempre, hasta la muerte si fuera preciso. Él sabía que ella pensaba igual y estaban dispuestos a todo, con el fin de culminar su amor y su vida juntos.

Pero no fue así. El primo Teo, en cuanto llegó a casa, les dijo a sus padres que había visto a su prima con un Caleto, «cogiditos de la mano». Los padres se sobresaltaron, rápidamente la madre de Teo cogió el teléfono y llamó a su hermana, a la cual, al enterarse, le dio un desmayo.

Las familias de Rumi y Juli, desde tiempos inmemoriales, habían vivido siempre en la ciudad de Venora. Ninguno sabía por qué, pero se tenían un odio atroz. Se decía que si un abuelo, que si una bisabuela..., pero con certeza ningún miembro de las familias conocía la causa de ese odio.

A la madre de Juli se le pasó el desmayo y, cuando volvió en sí, habló con su hija muy seriamente. Le quería hacer ver que en la ciudad había muchos chicos, amigos y compañeros de la Universidad. Que no le dirían nada si fuese otro chico, pero de la familia Caleto no podía ser de ninguna de las maneras, que las familias estaban enfrentadas de toda la vida y era imposible esa relación. Juli se negó totalmente. Sin Rumi no quería vivir.

La salida de la Universidad era muy tarde, pues Rumi asistía a los cursos nocturnos para poder trabajar de día.

Para ir a su casa tenía que atravesar una zona poco transitada, se encontraba preocupado por el encuentro de la mañana con el primo de Juli, sabía que traería consecuencias para él o, peor aún, para Juli.

De la oscuridad salió una sombra retadora. Era el primo Teo. Rumi le plantó cara, pero salieron más sombras, más primos de la familia Tescón, capitaneados por Teo.

Se despertó sin saber dónde estaba, la luna estaba muy alta, debía ser muy tarde, un sabor acre le llenaba la garganta, le costaba respirar, la nariz la notaba enorme, las costillas le dolían y tenía ganas de vomitar. Intentaba incorporarse pero no podía. Sintió unos brazos fuertes que lo incorporaban; era su padre, que viendo la avanzada hora, salió en su busca para así tranquilizar a su mujer.

Intentaron curarlo en casa, pero eran muchas las heridas recibidas. Él no quería, pero sus padres lo llevaron al hospital. Puntos en la ceja y en el labio, contusiones y hematomas por todo el cuerpo, rotura de tres costillas y dedo índice izquierdo entablillado. Le diagnosticaron reposo durante algunos días.

Al ir al hospital debían cursar comunicación a la policía, pero él aseguró no conocer a los asaltantes.

Ya en casa, sus padres le preguntaron por lo mismo y él seguía negando, pero ellos sabían que estaba mintiendo. Ante la insistencia, y bajo promesa de que no dirían nada, les confesó que eran miembros de la familia Tescón, y el motivo era que estaba saliendo con su prima Juli Tescón. Los padres se pusieron rojos de ira, no sabían cómo su hijo podía haber elegido una chica de esa familia. Al igual que la madre de Juli, le querían hacer ver que eso no podía ser, que no se explicaban cómo no lo habían matado de la paliza, que era muy peligrosa esa relación, pero él contesto que Juli o nadie. Los padres estaban consternados, no querían llamar a ninguno de sus familiares, pues se hubiese armado una guerra en Venora.

Casi al alba, Rumi se despertó, no podía moverse, era todo su cuerpo un puro dolor, pero se fue incorporando como pudo y se metió en la ducha y ésta le espabiló. Se vistió y salió a la calle en busca de su amada Juli. Cuando ésta le vio llegar, no sabía qué podía haberle ocurrido. Se sentaron en un banco y él le contó todo. Sabían que su relación traería consecuencias. No comprendían el silencio de sus familias, no les daban ninguna explicación, sólo que no podía ser... y punto.

Cogiditos de las manos, mirándose a los ojos, no sabían qué hacer, ella había decidido no ir a la Universidad. Vieron venir a su primo y como un resorte se levantaron y se metieron en la iglesia. El sacerdote los vio y se acercó a ellos preguntando qué le pasaba a Rumi. Juli empezó a llorar amargamente, él intentaba consolarla y el sacerdote a los dos, no sabía lo que les pasaba pero se lo imaginaba conociendo a sus familias y viéndolos tan enamorados y él tan herido. Le contaron todo, y por supuesto que no estaban dispuestos a renunciar a su amor y su vida en común. También le preguntaron a don Lorenzano si él sabía el motivo del odio de sus familias. Les dijo que no, que cuando él llegó, el párroco saliente le advirtió del odio que se profesaban las dos familias, pero no el porqué. Don Lorenzano les prometió ayuda en todo lo que pudiese y los convocó para la mañana siguiente.

Salieron vigilantes, pero un poco aliviados por las palabras del cura.

Volvieron a sentarse en el banco del parque comentando si serían primos o quizás aún peor, hermanos, pero no querían pensar eso, si fueran primos el sacerdote les pediría una dispensa, pero al venir desde tan antiguo no sería eso. Preguntarían a sus padres nuevamente, a ver.

Rumi se atrevió a acompañar a Juli a su casa, un acto desafiante, y ella entró también con el mismo porte, sabiendo que notaría su madre que había faltado a la Universidad.

Rumi se volvió a su casa, antes pasando por su trabajo, para dejar el parte de baja que le dieron en el hospital. Los compañeros, al verlo, se sorprendieron mucho y sospecharon el motivo de la gran paliza.

Al entrar a su casa, su madre le preguntó que de dónde venia. Él le dijo que de llevar el parte a la oficina y ella le contestó que lo hubiese llevado ella. Rumi, sin más rodeos, le dijo a su madre que había ido a ver a Juli como cada mañana, y nada ni nadie iban a hacerles renunciar a su vida en común, y más, que nadie le explicaba el porqué de esta situación.

Si los demás no se querían, ellos sí se amaban con toda su alma.

La madre, llorando, le decía que ella tampoco lo sabía, sólo que se odiaban y no podía realizarse esa unión, que él mejor que nadie sabía que era imposible, pues en la próxima ocasión lo matarían.

Cuando Juli entró en su casa, su madre se extrañó y le preguntó si estaba indispuesta al no haber ido a la Universidad. Juli, con valentía, le contó lo que sus primos le habían hecho a Rumi y le preguntó el porqué del odio entre las familias, y le confesó que no estaban dispuestos a vivir el uno sin el otro. La madre de Juli, al igual que la de Rumi, llorando le dijo que no sabía con certeza, que era algo de títulos o terrenos de los tatarabuelos, y desde entonces ningún miembro de las familias se había enamorado de uno de la otra. Con no juntarse para nada, todo resuelto, pero si seguían en esa tesitura, seguro que pasaría algo malo.

Juli, muy tranquila, subió a su dormitorio y llamó por teléfono a Rumi. Hablaron largo rato. Nadie les podía decir el porqué de la situación, sólo que no podía ser. Esto a ellos no les convencía y acordaron, con el poco dinero que tenían, coger un avión a la mañana siguiente y escaparse a algún lugar donde pudieran realizar sus sueños sin odios ni venganzas. Al atardecer la llamó y quedaron en el aeropuerto a las ocho y media. Partirían para Copenhague a las diez y media. Esperando que todo saliera bien, se despidieron muy contentos.

Con gran sigilo, ambos salieron de sus respectivas casas casi con lo puesto, el pasaporte, el carnet de conducir y el DNI.
Al encontrarse en el aeropuerto, se dieron un abrazo como nunca se habían dado, sintiéndose libres como los pájaros del parque donde se encontraban por las mañanas antes de ir a la Universidad y al trabajo. Parecía como si hubiesen roto las cadenas que oprimían su mundo. Se sentaron detrás de las cristaleras, vieron cómo despegaban los aviones sin cesar uno tras otro y hacían planes para empezar su nueva vida.

De pronto se sorprendieron al ver frente a ellos a D. Lorenzano, que con una sonrisa conciliadora les había estado observando un rato y decidió interrumpirlos interponiéndose entre ellos y el cristal. De la sorpresa pasaron al miedo intenso, pensando que su aventura había terminado antes de empezar, y volvieron al angustioso temor anterior. Le contaron al sacerdote sus planes con ilusión y rogándole que los dejara marchar, que algún día volverían a su Venora, donde dejaban su hogar y tantas personas queridas que no olvidarían nunca.

No sabían muy bien cómo los había encontrado y si sus familias habían notado su ausencia. «El pobre cura» les contó que había ido a ver a la madre de Juli, pensando ir más tarde a ver a la de Rumi para interceder por ellos ante sus padres. Pero, al llegar a casa de Juli, su madre estaba muy preocupada, porque cuando fue a despertarla para ir a la Universidad, ¡no estaba!
Preocupados, la madre y el cura acordaron ir a casa de Rumi para ver si estaba allí. La madre de Rumi se sorprendió mucho al ver a la madre de Juli, no comprendía qué ocurría, pues aún no había notado la ausencia de su hijo, que tenía la baja por el estado en que se encontraba. El sacerdote le preguntó si se encontraba Juli en su casa y atemorizada fue corriendo al cuarto de su hijo. Al no encontrar a ninguno, bajó a comunicárselo a D. Lorenzano y a la madre de Juli.

Las madres afirmaron que los dos habían dormido en sus casas. La de Rumi subió a ver si su hijo tenía el pasaporte, y al comprobar que no lo tenía, se figuraron lo que había pasado y pidieron al párroco que sin demora saliese para el aeropuerto mientras ellas harían de abogadas defensoras ante los familiares, y terminar así con el gran desatino que sufrían sus familias sin saber nadie el porqué.

Ellos no se creían mucho el relato del cura, pero a los ruegos de su querido párroco regresaron con él. Sus madres habían reunido a parte de las familias, incluyendo al primo Teo, y habían defendido a sus hijos, que sin culpa alguna iban a cometer una locura sólo por haberse enamorado.

Fin de una historia de amor.

Hace tiempo, en conversaciones que tuve en clase de literatura, comenté que Romeo y Julieta no me gustaba porque siempre terminaba mal, porque el cura se quedaba encerrado por culpa de la peste. La profesora me dijo: «Pues ya sabes lo que tienes que hacer, terminarla tú a tu gusto».

Y esto es lo que me he atrevido hacer esta tarde.