Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 28 – Otoño 2012
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

 

PERSONAJES



Por orden de aparición:

NARRADOR

CLÍO: La musa de la Historia, que en las representaciones clásicas suele aparecer representada con un rollo de escritura en las manos.

GISCÓN: General cartaginés, compañero y escolta de Amílcar.

IMCOLAO: Guerrero celta unido por “devotio” al gran Amílcar tras la derrota de Istolacio.

SOSYLOS DE ESPARTA: Preceptor de los bárquidas, maestro, filósofo e historiador griego.

MONÓMACO: General cartaginés encargado de la intendencia.

ANÍBAL: Hiparca del ejército cartaginés durante el mandato de Asdrúbal. El mayor de los tres hijos de Amílcar.

ASDRÚBAL JANTO: General cartaginés, sucesor de Amílcar Barca como Estratega de los ejércitos en Iberia, fundador y héroe de Qart-Hadast.

SOLDADO 1: Soldado hoplita cartaginés.

SOLDADO 2: Soldado hoplita cartaginés.


LA PROCLAMACIÓN DE ASDRÚBAL



NARRADOR: Amílcar Barca, llamado “el Rayo”, el invicto general de Sicilia, el único capaz de liberar a los cartagineses de la amenaza de los mercenarios, el humillado por Roma con el tácito consentimiento de sus enemigos políticos púnicos.

En el año 237 a. C., acrecentadas sus ansias de restituir a Cartago el poder que le había sido arrebatado, puso en marcha un ejército de mercenarios, númidas y veteranos libio-fenicios que, emulando a Hércules-Melkart y siguiendo el litoral africano, pretendía alcanzar las columnas que allí levantara el Héroe para separar nuestro mar del enorme océano exterior.

De esta decisión, de la familia bárquida y de este ejército, a partir de ese momento va a depender la historia de Cartago y por ende la de todo el Mediterráneo occidental.

Algunos historiadores han escrito acerca del equilibrio establecido por los bárquidas en Iberia. Este hecho puede darse por comprobado si se analiza que nuestra tierra estaba poblada por numerosas tribus, descendientes de grandes y míticos reinos.

Turdetanos, bastetanos, oretanos y mastienos, entre otros, pudieron en muchas ocasiones unir sus armas y arrojar de sus tierras a los conquistadores cartagineses; sin embargo, y pese a que en muchas ocasiones fuera inevitable el derramamiento de sangre, un espejismo, una ilusión fue contagiando todo el territorio íbero que bajo el dominio bárquida alcanzó una cohesión hasta entonces desconocida entre las diversas tribus de la nación íbera y de éstas con los libio-fenicios, que desde antiguo visitaron sus costas.

El poder crear esa ilusión tan sólo dependió de la habilidad de los Estrategas de Libia e Iberia. Amílcar Barca y sobre todo Asdrúbal lo consiguieron…

…aunque como toda ilusión, como toda quimera, llegado el momento de cruzar sus armas con la realidad, ésta se desvanece dejando un poso de esperanza en el devenir de la Historia.

(Amílcar inerte, sereno, es arrastrado por las aguas mientras Clío narra su muerte. Las nereidas, las ninfas del mar, las deidades marinas, surgen de las profundidades del océano para recoger el cuerpo del Héroe y llevarlo a un descanso seguro.)

CLÍO: Yo soy Clío, la musa de la Historia, la que da la Gloria.

Os contaré cómo Amílcar alcanzó la gloria en el sitio de Hélike, a la sombra de una traición, cuando el rey Orisón, que había puesto sus armas a su servicio, las volvió contra él.

El pánico y la confusión, los mejores aliados de la derrota, se apoderaron de su ejército. Entonces el león, despojado de su estandarte, puso a salvo a sus cachorros y a todos sus hombres, que vieron cómo rugía por última vez con el valor que todos ellos habían perdido.

Acabaron sus días arrojado por lenguas de fuego a la furia de un torrente que en rápida avenida le llevó hasta el mar, un mar de brillos plateados, pacífico, tranquilo, ausente…, tan ausente como lo pueda ser la muerte.

Una soledad tan inmensa como el mar que le rodea y sin embargo inmensamente libre.

En esto llegó hasta él un canto melodioso, como el arrullo de las olas y a lomos de delfines, coronadas de coral surgieron las nereidas, las hijas de Nereo y Doris, las ninfas del mar, las que encarnan todo lo hermoso y amable del ponto.

Su cuerpo, al que no pudieron devolver el hálito divino, fue conducido como las naves que tantas veces surcaron los mares bajo su firme golpe de timón al templo de Melkart en Gadir, donde reposan las cenizas del dios, del Héroe, del mismísimo Hércules.

Así, gracias a Anfítrite, a Tetis, a Calipso y las demás ninfas hermosas que pueblan el océano, Amílcar alcanzó la gloria.

Pues la inmortalidad, la verdadera eternidad, tan ansiada por los hombres, se gana por la muerte del cuerpo, por la capacidad que sólo los Héroes demuestran para sobreponerse a ella, para echar a volar cuando la carne se funde en el fuego o en la tierra.

(El ejército cartaginés se encuentra abatido tras el episodio del sitio de Hélike, la conmoción ha sido grande. Grupos de guerreros tumbados, atemorizados, se arraciman alrededor de un leve promontorio donde se encuentran los hijos de Amílcar y el maestro Sosylos.)

GISCÓN: ¡Humillaos! ¡Humillaos! ¡Tapaos el rostro! ¡No quiero ver vuestras feas caras!

¡Huid! ¡Huid igual que hicimos en Hélike! Todos somos culpables de su muerte… y a él le debemos la vida.

IMCOLAO: ¿Acaso debo humillarme por intentar salvar el pescuezo? ¿Debo tapar mi rostro por evitar la muerte?

GISCÓN: ¡Salvaste el pescuezo pero no evitaste la muerte!

Yo, que luché con Amílcar en Sicilia, que estuve a su lado cuando aplastó a los mercenarios. Yo, que he sido su sombra durante tantas lunas, vi cómo se me escurría entre los dedos y en su mirada sólo había serenidad.

¡En la vuestra sólo veo cobardía!

IMCOLAO: ¡Yo nací para luchar! He luchado por mi tribu, por Istolacio hasta su muerte y ahora por Amílcar; y no serás tú, perro africano, el que ponga en duda mi valor ni el de mi pueblo.

GISCÓN: ¿Qué sabéis vosotros de luchar? Has luchado por Amílcar y no has aprendido nada. Sientes pavor ante la muerte porque luchas solo, aislado. Sois muchos y no sois nada.

Para vencer hay que luchar como un solo hombre, la obediencia debida, la confianza en que el escudo de tu compañero te protege, saber que todos avanzamos a la vez y el desafío a la muerte. Eso es lo que nos conduce a la victoria.

SOSYLOS: ¡Dejadlo ya! Sea como fuere, la tragedia se ha consumado.

¡Giscón! Debemos aceptar con dolor la pérdida del Estratega.

¡Imcolao! ¡Oídme todos!

Es lícito sentir el miedo a la muerte, mas tengo que deciros que éste y no la muerte en sí misma es el principio de todos los males del hombre, de la bajeza y de la cobardía.

No es momento de reproches, es momento de mantener la cabeza fría; si no pasamos nosotros a la acción, pronto lo harán nuestros enemigos.

(Entre los íberos y los celtas se empiezan a levantar guerreros en torno a Imcolao.)

IMCOLAO: Tú bien sabes, maestro griego, que nuestra devoción y nuestro compromiso con Amílcar era hasta la muerte. Ahora él ha muerto (Dirigiéndose a sus hombres.), luego nosotros somos libres. ¿Qué haréis vosotros?

SOSYLOS: Yo soy maestro y no me corresponde a mí tal decisión. Asdrúbal está en camino y pronto tus dudas serán despejadas.

MONÓMACO: ¿Acaso el Bello pretende guiarnos? ¿No serán los sufetes de Cartago quienes nombren al Estratega?

SOSYLOS: Lo que haya que hacer se hará. Si bien la situación exige que actuemos con rapidez.

GISCÓN: ¡Aníbal! ¡Asdrúbal! Yo fui la sombra de vuestro padre, si así lo aceptáis y me consideráis digno de tal honor, juro protegeros más allá de la muerte y así expiar mi culpa y poder miraros de nuevo a los ojos.

(Tomándolo por los hombros y levantándolo.)

ANÍBAL: Míranos a los ojos, Giscón. Puedes hacerlo sin ningún temor, pues todos sabemos que mi padre se entregaba al sueño cada noche seguro de tu vigilia, y no hay mayor honor que gozar de tu amistad.

MONÓMACO: Vosotros sois la camada del león, justo es que nos pongamos a vuestro servicio.

ANÍBAL: ¡Levantaos! ¡Alzad las cabezas! La vida supone la compañía de personas que nos amen, nos aprecien y nos valoren..., al menos que marchen a nuestro lado sin saber cuánto tiempo van a vivir mientras merezca la pena nuestro costoso empeño.

Es grato comprobar que las tropas que han estado bajo el mando de nuestro padre se conservan aún enteras y en los mismos sentimientos que a él nos unían.

¡Por Amílcar y por Cartago, que nada tuerza el rumbo de su timón!

(Suenan fanfarrias que anuncian la llegada del trierarco Asdrúbal, saluda a Aníbal y Asdrúbal y al resto de los presentes.)

ASDRÚBAL: Desde que recibí a vuestro emisario, la zozobra y la angustia crecían en mi interior.

¿Por qué tuvo que enviarme a mí a Libia? Mientras yo perdía el tiempo combatiendo contra levantiscos libios que sólo amenazan los intereses de los colonos de Hannón, aquí se consumaba el desastre.

MONÓMACO: ¿Traes instrucciones de África, conocen ya nuestra desgracia?

ASDRÚBAL: No, no, yo ya me encontraba en Akra Leuke cuando me enteré. ¿Cómo ha sido? ¡Aún no puedo creerlo!

GISCÓN: Orisón nos traicionó, con sus oretanos sembró la confusión en el campo de batalla y dio pie a que los sitiados salieran a nuestro encuentro; eso y el miedo hicieron el resto. Sólo Amílcar supo guardar la serenidad necesaria para ponernos a todos a salvo; sin embargo, quisieron los dioses que la corriente se lo tragara.

MONÓMACO: La traición, trierarco, siempre la traición, las voluntades se tornan como las velas de tus naves, que se hinchan al capricho de los vientos.

ASDRÚBAL: Pues doblegaremos a los vientos aunque sea a golpe de remo. No ha caído Amílcar en la tumba como un fruto maduro. Era su propósito encontrar una salida al mar, nuestro espacio vital, un puerto desde el que asomarnos a las costas de África, a las islas, y así consolidar nuestros territorios. Él ya lo ha encontrado, ahora nos toca a nosotros seguir sus pasos como siempre hemos hecho.

MONÓMACO: ¿Y quién ha de guiarnos? ¿Acaso tienes tú el apoyo de los sufetes? ¿Has ganado tú la adhesión de los íberos y celtas, que hace un momento se declararon libres tras la muerte de Amílcar?

ASDRÚBAL: El apoyo de los sufetes dependerá de la plata que les enviemos, y tú, que eres el mejor mercader entre soldados, bien lo sabes.

Y de que puedo guiaros, Monómaco, no tengo ninguna duda, pero de nada sirve mantener firme el timón si no remamos todos a la vez.

(Sosylos toma el estandarte de Amílcar y se adelanta a todos acallando los rumores que crecen entre los hombres.)

SOSYLOS: ¡Guerreros! El mañana es incierto, por ello debemos aferrarnos con feroz determinación a nuestros actos en el día de hoy.

¡Éste es el estandarte de Cartago! El que durante mucho tiempo ha estado en manos del gran Amílcar, hoy debe pasar a un nuevo Estratega.

Como bien habéis dicho, en este momento sois todos libres de elegir, pero quiero que sepáis que por encima de la cabeza del elegido siempre ondeará este estandarte.

El ojo de Melkart, el que todo lo ve, hoy está fijo sobre este promontorio, y aquél que lo gane deberá honrar a cuantos le precedieron, a sus victorias y a sus derrotas.

SOLDADO 1: ¡Aníbal es el cachorro!

SOLDADO 2: ¡Asdrúbal, Estratega de Libia!

SOLDADO 1: ¡Barca! ¡Barca! ¡Barca! ¡Barca!

(El grito se contagia entre los soldados convirtiéndose en un clamor.)

TODOS: ¡Barca! ¡Barca! ¡Barca! ¡Barca!

(Aníbal se acerca a Sosylos y toma el estandarte, se aproxima a Asdrúbal y ambos toman la lanza.)

ANÍBAL: ¡Guerreros!

¡Honraremos la memoria de mi padre! Él ha tenido una vida plena. Ha tenido quien lo ame, quien lo aprecie y lo valore, sois muchos los que habéis marchado junto a él. Libia e Iberia se han unido bajo su mando y él decidió que Asdrúbal fuera Estratega de Libia. Él es como un hermano para mí, es justo reconocer que ahora lo sea también de Iberia.

¡Salve, Asdrúbal! ¡Salve, Estratega!

TODOS: ¡Salve, Asdrúbal! ¡Salve, Estratega! ¡Barca! ¡Barca! ¡Barca! ¡Barca!…

ASDRÚBAL: ¡Soldados! ¡Soldados!

He perdido un jefe, he perdido un amigo, he perdido un padre.

Como tal lo tenía y como tal lo adoré en vida. La muerte, que ahora nos separa, no tardará en unirnos de nuevo; por eso os digo que en su memoria vamos a ganar la eternidad luchando cada día por vivir, por ser libres, por ser felices y por hacer felices a los demás.

¡Amílcar! ¡Amigo! ¡Ahora que reposas junto a los Héroes!

¡Espero que tiembles en tu lecho cuando oigas rugir de nuevo a tus tropas!

¡Aníbal! ¡Generales de Cartago! ¡Ofreceremos a los dioses nuestro vino!

(Monómaco ordena que les sirvan unas cráteras de vino con las que derraman en el suelo una porción en ofrecimiento a los dioses.)

¡Por Melkart, por Tanit y por Baal, para que concedan al Rayo su luz hasta que la muerte nos una!

TODOS: ¡Por Melkart, por Tanit y por Baal, para que concedan al Rayo su luz hasta que la muerte nos una!

ASDRÚBAL: Dice Sosylos que el mañana es incierto y que sois libres de elegir. A todos vosotros os digo que podéis marcharos a casa o quedaros conmigo y seguir este estandarte. Yo respetaré vuestras costumbres, vuestras antiguas lenguas, pero os hago una advertencia: si decidís volver y es nuestro destino encontrarnos, no afrontéis nuestras armas u os aniquilaré.

¿Estáis conmigo?

IMCOLAO: Giscón tiene razón cuando dice que hay que luchar como un solo hombre, no me pondré del lado de la traición. Será un honor luchar junto a vosotros.

¡La espada de Amílcar tiene un nuevo brazo que la empuñe!

(Mira a su alrededor.)

¡Por Asdrúbal, hasta que la muerte nos una!

GISCÓN: ¡Asdrúbal! Sosylos aconseja una actuación rápida, ahora que estamos todos, ahora que nos creen vencidos y diezmados deberíamos atacar y aniquilar a los traidores.

IMCOLAO: Saben que ha caído el jefe, pero conocen nuestra fuerza. Ten cuidado, Asdrúbal, pues como los conejos pueden esconderse bajo tierra y hacer mucho daño.

Una vez vi cómo una plaga de éstos fue capaz de echar abajo un oppidum, una fortaleza, a fuerza de horadar la tierra bajo nuestros pies.

ASDRÚBAL: Cuando arribamos por primera vez a vuestras costas, fenicios y griegos la llamaban Isephanim “costa de los conejos”. Descubrí que hay dos animales que son fiel reflejo de sus gentes. El primero es el toro, fuerza, casta, nobleza. El segundo era ese insignificante animal, dañino, aunque sabroso.

Ésa es la clave, Imcolao. Si se encarnan en toros, lucharemos; si lo hacen como traicioneros conejos, enviaré a mis hurones y os juro que los sacarán de sus madrigueras con uñas y dientes, y fuera estaré esperándolos para darles caza.

¡Aníbal! Coge a tus jinetes, y como los hurones busca a Orisón y su partida de conejos. Los quiero vivos, pues todo el mundo ha de conocer cómo paga Cartago la traición.

¡Preparaos! ¡Levantad vuestras armas! ¡Rugid con fuerza, pues el estandarte de Cartago se pone de nuevo en marcha!

¡Avanzad al grito de… Barca, Barca, Barca!

TODOS: ¡Barca! ¡Barca! ¡Barca! ¡Barca!…

(El ejército se pone en marcha con Aníbal a la cabeza y Asdrúbal en el centro portando el estandarte de Cartago.)

(Clío aparece de nuevo mientras se alejan las tropas.)

CLÍO: Llegó el triunfo de Asdrúbal, dio cumplimiento a su venganza y a su sueño, su empeño le llevaría hasta mí de nuevo para hacerlo merecedor de la gloria.

Dijo Homero, el gran poeta, que Aníbal repasaba con avidez que “las generaciones de los hombres pasan como las hojas caducas de los árboles”. Bien sabía él que debemos enfrentarnos desnudos al invierno de nuestras vidas y abrigar con nuestros cuerpos la de aquéllos que nos son más queridos.

La muerte es un lance inevitable del que los epicúreos, maestros del buen vivir, decían...

Jamás nos alcanzará, porque mientras nosotros estamos ella no está, y cuando llega... nosotros ya no estamos”.



FIN