Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
28 – Otoño 2012
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

El papel queda inmóvil y arrugado entre mis manos. Es una carta escrita con impecable caligrafía y fragancia de mar. Mas siempre será otro perfume el que me retorne a aquel tiempo en el que leías poemas de amor en voz alta y fumábamos cigarrillos negros entre limoneros, a la luz de luna. Presagiaste que era imposible poder adaptarme a los nuevos tiempos para recibir ciertas noticias. Que a través de un vulgar e-mail no sería capaz de leer tu decisión y menos aún de trasmitirte mis dudas, mis cuéntame. Es tan cierto que el color y el calor del papel están por encima de las modernidades como que una vez más tus palabras fueron definitivas.
Asentí con la cabeza. En voz baja, con apenas un imperceptible movimiento de labios como cuando solías convocarme a la realidad, articulé ¿cómo renunciar a saber de ti? No. No pregunto la razón. No, la razón es tuya. Como antes fue la palabra ahora es la decisión. Sólo a la cripta de aquellos momentos necesito referirle mi desasosiego. Desde él volará este papel arrugado para reencontrar tu voz y atrapar las respuestas.
Decías conocer el camino. Por eso no dejes de contarme si es cierto que se abre una puerta de luz intensa, impenetrable. Si aliguen te recibió. Cuéntame si te produjo miedo cuando estuviese frente a ella. Perdóname la palabra miedo, yo tengo mucho miedo y por cierto, a pesar de tenerme por valiente, estoy seguro de que llegado el momento, ése que ya emprendiste, voy a querer dar marcha atrás. Sí, pese a haber dicho que lo espero tranquilo, hoy sólo aspiro a inventarte otra vez. ¿Marcha atrás? Sabes que soy entusiasta de los absurdos y acepté sumergirme en ese andar del brazo con lo imposible. Fue una elección que, admito, no era la más práctica, y deseo convencerme que fue la única posible, la que me permite hoy contemplar mi ineptitud, la misma ineptitud que me acercó a ti y bifurca nuestro camino.
En ocasiones lo deseaba con insistencia, mas cuando, agobiado por lo que merodeaba mi cabeza, asumí el partir como la manera más sencilla de escapar, no deduje que era a su vez la más difícil de cumplir.
Allí estabas tú para arrastrarme a la realidad, aceptabas la difícil tarea de hacerme recapacitar un poco y no ahogar mis dudas en medio vaso de agua. Agua de la que procurabas fuera sólo cómplice mi sed.
Muchas tardes nos sentábamos en el paseo marítimo con un libro de poemas en las manos, sin limoneros ni luna jugábamos a ratificar la redondez de la tierra, veíamos los barcos ocultándose tras la línea del horizonte, alejándose en un mar abajo sin límite. Discutíamos de ganadores y perdedores. No nos poníamos de acuerdo.
Tu voz serena, pausada se contraponía a mi ansiedad. Yo pretendía explicarlo todo des-encontrando las palabras, te interrumpía y saltaba de una definición a otra sin remedio de continuidad. Oías paciente. Paso a paso hallabas mi retórica, la objetabas u ordenabas y me describías el espacio por el que deseaba transitar. Que el mundo no era sólo un juego de dos. Mi mundo era una calle, el odiado transitar rutinario, los ruidos y los olores. Siempre me queda la sensación de no poder explicar jamás el torbellino de lo que llamabas mi inmadurez madura. De que siempre te iba a necesitar.
Tú lo pensabas y yo no pensaba que este presente sólo iba a ser mío. Intuíamos que tarde o temprano iba a llegar y no atinábamos a adivinar quién se apropiaría de él. El mar era nuestro y deseábamos compartirlo. Llenar los ojos de luz y los sentidos de sentido. Porque todo tiene un porqué, y a él nos orientamos desde el primer día.
Sí, tenías razón, tienes razón aunque ya no retornen tus palabras y la brisa de este mar no se asemeje a la del papel. El agua de este mar es menos salada. Al regresar supe que no era mío. Lleva una vida entender que el agua no es la misma. Como no lo son los vasos que nos ahogan. El mío medio vacío, el tuyo no sé, pero lo imagino desbordante.
La nostalgia se oscurece cuando se la atrapa, pero llegué tarde. Había renunciado a la nostalgia aquí, y allí lo había perdido todo. Todo, hasta tus poemas en voz alta.
Con el languidecer de las aflicciones, ante mis ojos la vida alzó el vuelo. Sin prisas, como las tardes, con ese impulso, a veces inesperado, de volver a los lugares donde en la ausencia se vive. La distancia permaneció en mi cabeza, la distancia y el acento, compañeros tan inseparables como el fuego y tu cuerpo. Esa tonta sed de regreso fue mi medio vaso. Un océano convertido en obsesión.
-No puedes hacer la travesía al pasado cuando miras adelante -decías.
-Puedo -y me obstinaba en nadar.
-Cuéntame cómo es la distancia -susurrabas.
-La distancia es la realidad de la ausencia.
-Entonces, por favor, cuéntame cómo es la ausencia.
Las promesas son para cumplirse, pero no fui capaz de contártelo.
Este mar es otro, las dudas son las mismas. Me absorbió mi ansiedad. Se apoderó de mí la melancolía, sí, la aflicción pero al revés. No sabes cuánto necesito tus palabras y tu piel. La madura inmadurez que me alejó de las angostas calles de adoquines memoriosos y flores en macetas rojas colgadas de los balcones. Nuestras manos permanecen entrelazadas en el azahar de la utopía.
Cuéntame si es cierto que se abre una puerta de luz intensa, impenetrable. Cuéntame si puede llevar una vida entender que las páginas no pueden volver a ser las mismas. Como tampoco lo son los versos que nos ahogan.
A la distancia el mar te ahoga. Aquí el paseo marítimo cambia de nombre y tu piel es otra. El tiempo pasa o nosotros pasamos por el tiempo. La distancia se mide en tiempo y el tiempo delimita la distancia. Tú vives allí y yo estuve. Tú estás aquí porque siempre te aguardo.
Al final primó la cordura. Caminaste las olas hasta el horizonte. Ese mismo horizonte por donde tantas tardes vimos perderse los barcos. Me quedo aquí en un banco, con remordimientos, hojas sueltas de otoño y todas esas preguntas que tú sí me puedes contestar, porque siempre irás por delante de la inmadurez madura de mis deseos y errores, de mi confusión de años, y disculpa que te lo diga ahora, de la conformidad con mi carne y mi artrosis. La distancia es sinónimo de ausencia y tú, sólo tú, me puedes contar cómo es la ausencia.