Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
28 – Otoño 2012
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

Con motivo de la cercana fecha en la que las personas serán invitadas a sentir el lado más oscuro de la creación literaria, se hace esta llamada con un relato. Pretende éste desafiar una concepción lineal y controlable de nuestra existencia, el sueño de toda ciencia y saber..., para mostrar que "quizás" en esos rincones perdidos de nuestro mundo cotidiano se encuentra el paso hacia lo imposible...
Este diminuto opúsculo queda dedicado al recuerdo de Howard Philips Lovecraft, quien ofreció la llave para mirar al mundo de lo increíble...
Por fin había encontrado el momento de salir del frenético movimiento de la vida rutinaria. Aquel fin de semana había sido planificado con sumo cuidado varias semanas atrás, aproximadamente cuatro meses después de que hubiera leído “el diario” por novena o décima vez. Sin duda, aquel libro de notas de mi antepasado bisabuelo era más de lo que nunca hubiera creído.
Sucedió en el momento en el que tenía que ocurrir. Justo al levantar todo un antiguo caserón para proceder a su venta, moviendo todos los muebles de época que ya sólo acumulaban polvo entre los libros y útiles que por ellos eran sostenidos. Tenía muy presente que, con la ayuda de un buen amigo restaurador, lograríamos sacar un buen pellizco por la venta individual de los mismos, cosa que me podía permitir en el largo plazo esperando siempre la oferta adecuada.
Se trataba de una librería de madera de ébano, elevada por columnas que imitaban a las de los clásicos templos jónicos y gruesas baldas con simples relieves geométricos que seguían el mismo patrón artístico. Allí, justo allí abajo había algo que no encajaba. Se trataba de una pieza de madera que en lugar de componer un todo con el resto del parqué del piso, se veía claramente de color distinto al conjunto más claro y de aspecto más sano que aquella parte. Efectivamente, había holgura con el resto de sus láminas vecinas y sonaba hueco al simple golpe de puño. Lo retiré y como si de un tesoro se tratara, supe que aquel diario encerrado en la oquedad, oculto del mundo, había estado esperando el momento de su descubrimiento durante largo tiempo.
No tardé en conocer a su autor, mi bisabuelo L. P. de V., antiguo dueño de aquel caserón de la localidad de […], cuyo descendiente más directo estaba a punto de retirar de su propia estirpe. Mi bisabuelo había sido un reputado médico entusiasta de las doctrinas naturistas poco convencionales, lo que en más de una ocasión le llevó a buscar nuevos productos de cura en lugares exóticos poco frecuentados, especialmente Centroamérica, hacia donde todo esto acabó señalando. La vuelta del último de sus viajes fue fatal: fiebres altísimas y alienación psicopatológica en una época en la que la psicología aún no era más que un conjunto de ideas extranjeras en libros recién traducidos. Tras un par de semanas de agonía, falleció a los cuarenta y cuatro años dejando una mujer de apenas treinta con dos hijas.
Pese a haber sido juzgado con excesiva ligereza como “loco” o más tiernamente como “excéntrico”, por quienes le conocían en un ambiente cercano, mi bisabuelo siguió fielmente sus propias convicciones así como, más peligrosamente, sus propios descubrimientos.
En América, en una población indígena cercana a los andes, había aprendido sobre el uso de la liana Banisteriopsis caapi, así como de las semillas de la Peganum harmala, también conocida como ruda siria. La tradición chamánica la empleaba en sus ceremonias y ritos de curación desde tiempos muy antiguos, en singulares eventos de naturaleza etnomedicinal. Pero desconcertado por sus conversaciones, mi bisabuelo supo de un uso superior y secreto que los mismos chamanes habían perdido, permaneciendo sólo en el terreno de las leyendas de su pueblo, apelando a su dicho cultural «saltando para llegar a las estrellas». ¡Ahí fue donde la inteligencia de mi antepasado le dio la clave!... La historia de aquel pueblo…
A través de la inestimable ayuda de historiadores y arqueólogos de las naciones americanas que fueron cuna de aquel pueblo, logró señalar la zona alejada en la que sus antiguos habitaron como cultura primitiva. Allí y sólo allí, en una región de pantanos rodeados de selva, se encontraba el gran secreto perdido... «Saltando para alcanzar las estrellas»... En aquella zona, hoy en día formando parte de Brasil, se encuentra un animal autóctono y único en el mundo del cual, siguiendo las advertencias de mi difunto antepasado, no diré nombre alguno. Pero es mi deber, habiendo llegado hasta esta parte de la historia, el comunicar que se trata de una especie de rana, con un veneno natural en su piel que debidamente preparado da lugar a un catalizador que agudiza enormemente los efectos de los preparados chamánicos de hierbas... Sin duda era la suya una mente brillante y apasionada... Llegó a describir su proceso de prueba y error con tanto detalle que no hacerlo bien era lo realmente complejo.
Después de estas notas de laboratorio del diario, se repetía una frase continuamente escrita con prisa y nervios… «¡Le he visto!... ¡Le he visto!». Era fácil pensar en que refiriera a Dios o a algo similar a través de una experiencia mística inducida por la química resultante... Pero había sentencias de miedo y desesperación... Sin duda, no se trataría de una deidad amorosa, de ser ése el caso.
Había llegado un momento en mi vida en que lo único verdadero era el testimonio de ese diario. Tenía que vivirlo yo mismo, quería saber... ¡Necesitaba saber!
Fueron casi dos años de preparación con un par de viajes a América y una apuesta vital tan fuerte que mis conocidos cercanos iban perdiéndose de mi vida poco a poco. Nunca compartí esto con nadie, cosa que me llevó a desarrollar un miedo maníaco persecutorio que se manifestaba principalmente durante las largas noches de estudio en aislamiento.
Y llegó el día... Todo había sido preparado según las instrucciones anotadas casi setenta años atrás. Estaba decidido... ¡Todo giraba en torno a ese secreto que aún se me velaba! Y en aquel viejo caserón preparé un sofá, una mesa y aquella bebida elaborada fielmente al modo de mi antepasado... Tomé asiento... y bebí.
No tardé en experimentar una fuerte sensación de angustia. Intenté calmar mi estómago pero me fue imposible... ¡Allí mismo vomité una y otra vez! ¡Demonios, algo debía de haber salido mal!... Estaba con el corazón a punto de estallar..., cuando de repente todo quedó en silencio. Perdí mis náuseas, perdí mis pensamientos, perdí mi consciencia y mi visión... Entonces llegó un punto de luz... y me vi a mí mismo allí sentado. Volvía a notar mi cuerpo, pero lo veía en la distancia. Podía mover mis manos..., las notaba moverse..., pero yo no estaba en mi cuerpo sino a cierta distancia... No entendía nada... No sabía nada... Así que bebí más de aquel brebaje.
No hubo sensación de malestar esta vez. Todo quedó en pleno silencio... Entonces empezaron ruidos y como un acto inconsciente “giré” hacia ellos, o lo que hiciera, porque en ese momento no tenía cuerpo alguno con el que girar. Me vi a mí mismo de niño con mi madre en la cocina de mi casa. Mi yo-niño quedó paralizado, con cara de haberse perdido por completo de la realidad. Mi madre preguntaba: «¿Te pasa algo?». Entonces, hablando yo, el niño respondió: «Nada, mamá; tranquila, todo va bien». Mi madre quedó atónita con esa respuesta tan poco esperada de un chaval.
Empecé a ponerme nervioso y a ver cómo la figura de mi yo-niño se proyectaba hacia delante y hacia atrás como si fuera un ser “elástico”. Estaba contemplando el tiempo de una sola vez. Podía ver toda mi vida en ese mismo momento. Todo ellos, incluso los futuros probables que me esperaban. Mi ser ocupaba todo el espacio, curvándose y tomando todas las orientaciones posibles. No tenía sentido hablar de derecho y revés, pero allí estaban todas esas proyecciones de lo que alguna vez fui o seré... Pero en eso me equivocaba... No estaban “todas” aún...
Pude ver entonces cómo mi yo-del-presente tomó por iniciativa propia el vaso con aquel jugo chamánico y lo vació en su garganta, acabando con la preciada bebida.
Mi consciencia notó un empujón fortísimo que me hizo saltar, elevándome a gran velocidad hasta abandonar la atmósfera terrestre y ver los colores de luces de distantes galaxias... No..., no eran galaxias, eran otros universos, otros planos que nunca tuvieron relación física con el nuestro. Allí estaba yo también. Ese yo era un extraño ser con forma de árbol pelado sobre una tierra roja. Podía mover mis múltiples brazos-ramas como un animal, aunque estaba enraizado en aquella tierra. No sé qué demonios era esa criatura, pero, viendo el lugar donde estaba, encontré más y más de aquella especie. Nos comunicábamos por emisión de partículas al ambiente o al subsuelo. Era una comunicación tan compleja como la de los humanos, que cada vez más me empezaban a parecer más extraños y ajenos a la nueva conciencia de ese ser.
Experimenté otro gran salto, percibiendo un extenso espacio vacío que se iba llenando con las proyecciones temporales de la vida de mi yo-humano y mi yo-árbol extraterrestre. A su vez apareció una nueva proyección elástica temporal de otra forma de vida. Era como una mantis de ojos enormes aunque con cuerpo bípedo, de unos dos metros de altura y manos de cuatro dedos como garras bien afiladas. Aquella proyección era también yo mismo en un universo de existencia sangrienta y asesina. Un mundo de cazadores y presas similar a la época de los antiguos saurios gigantes de la Tierra. Bajo aquella forma de vida yo desconocía cualquier tipo de civilización u orden grupal. Toda existencia en aquel mundo caótico se basaba en matar y alimentarse. Las tres vidas proyectadas se entrecruzaban manifestando todas las historias paralelas a la vez. En ese momento no sabía quién, o qué cosa era yo, aunque las tres formaban parte de mí del mismo modo.
¿Dónde habito? ¿Cuál es mi universo existencial? ¿Qué es existir, sino una limitación en nuestra percepción de algo tan grande que hace temblar los cimientos de la razón?... ¡Grité!... ¡Grité con fuerza! Viendo en una milésima de segundo cómo algunas proyecciones llegaron a chocar como consecuencia de mi pérdida de control...
Desperté... Fue lento, pero empecé a abrir los ojos... Algo no iba bien. Sentía que no me encontraba en un lugar de confianza. Aquel caserón viejo, ya sin muebles, me parecía hostil. ¡Oí un ruido! Me moví con increíble velocidad a asegurarme tras una columna que había en un extremo de la sala de estar.
Permanecí en silencio... ¡Otro ruido!... ¡Eran pisadas!... Al poco lo vi... ¡Santo cielo, era yo, con el rostro pálido! Parecía que había vuelto en mí tras una pérdida de conocimiento por el modo en el que andaba. No era posible, ¡ése no podía ser yo! Llevaba mi ropa, mi aspecto y mi olor, pero no era yo... ¡Lo sabía! ¡Ése no era yo!
Salí corriendo a una velocidad increíble y de un solo movimiento de mi brazo le arranqué la cabeza al impostor.
Entonces fue cuando lo vi... Lo vi como ahora lo sigo viendo y corroboro cada vez que me acerco a un espejo y veo mi rostro así como el resto de mi cuerpo. Mi mano era una garra afilada de cuatro dedos, al igual que mi otra mano...
No sé qué extraño movimiento ha habido en el universo entero... Mi mente ha quedado en este cuerpo ajeno al espacio-tiempo que una vez creí conocer. No sé quién estará allí, en esos otros universos ni más allá. Ya no sé quién soy ni lo sabré jamás... Sólo sé que hay un sentimiento más fuerte que cualquier otro en mi interior...: el instinto de matar.