Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 27 – Verano 2012
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

Trasfondo histórico

A los nueve años de su venida a Iberia (229 a. C.), Amílcar Barca, el Rayo murió durante el sitio de la ciudadela de Helike, como informan Diodoro, Apiano y Tzetzes, entre otros.

Sus hijos Aníbal y Asdrúbal, que por aquel entonces contaban quince y doce años respectivamente, eran demasiado jóvenes e inexpertos para sucederle, con lo que el favor cayó de parte de Asdrúbal Janto, el Potro de Cartago.

Tito Livio contaría de él: «Dicen que la gracia de su juventud le ganó primero el afecto de Amílcar, más tarde la feliz disposición de su ingenio le elevó a yerno suyo; con este título, que llevaba consigo el apoyo del partido de los Barca, cuya influencia sobre el ejercito y la plebe era más que mediana, accedió al poder, al que el voto de los nobles no le hubiera llevado».

El peligroso levantamiento de los íberos fue prontamente aplastado por Asdrúbal, no en vano siempre había sido el más fiel partidario de la política de Amílcar y su lugarteniente en la aventura de Iberia.

Después de esta expedición, el Potro manejó más el halago que el látigo —y su método tuvo éxito—, y cuando casó con una princesa íbera, su prestigio entre éstos se elevó a una nueva cumbre: los régulos íberos le abrieron sus casas y los miembros responsables de las tribus le reconocieron —caso único— como «general dotado de poder absoluto», esto es, ocupaba en Iberia la posición pareja a la de un rey helenístico.

También Apiano escribió: «Asdrúbal sometió a los cartagineses muchos pueblos, ganándoles por la persuasión y por el encanto de su elocuencia, en la que sobresalía entre todos».

Un suceso extraordinario de estos años fue la fundación de Qart-Hadast (Cartagena), la construcción de la ciudad avanzaba rápidamente y suscitó gran admiración. A decir de Polibio: «Contribuyó no poco a la prosperidad de los asuntos de los cartagineses, principalmente por su situación favorable tanto para los intereses de Iberia como para los de Libia».

Este mismo autor señala la construcción de un magnífico palacio, el Arx Asdrubalis, que sería la admiración de todos los habitantes y visitantes de la nueva ciudad, y en torno al cual se diseñó la metrópoli.

Todos estos datos —en boca de autores proclives al gran enemigo de Cartago— llevan a reconocer un punto de inflexión en la actuación de los cartagineses en Iberia, pasando a protagonizar un periodo estable de paz y construcción de una nueva sociedad con una nueva capital y un nuevo líder convertido en héroe fundador.

Tal como describe Polibio entre otros, la consolidación de Asdrúbal en Iberia llevó a los senadores romanos a enviar una delegación con la tarea de firmar un nuevo tratado, cuyo resultado consistía en que Asdrúbal se obligaba a no cruzar el Ebro «con propósitos bélicos». El acuerdo servía a los intereses de ambas potencias.
 
Sin embargo, con esto los romanos dejaban prácticamente en manos de los cartagineses la península Ibérica.
La paz, ese anhelo de todos los hombres, fue el marco ideal del nacimiento de la ciudad de Cartagena, de la que Asdrúbal quedó hechizado, y a la que unió su destino.

 

El Tratado de Asdrúbal

Por orden de aparición:

NARRADOR

CLÍO: La musa de la Historia, en las representaciones clásicas suele aparecer con un rollo de escritura en las manos.

PUBLIO LICINIO CRASO: Cónsul de la República Romana junto a Publio Cornelio Escipión el Africano, Pontífice Máximo desde el 212 a. C. hasta su muerte.

MARCO ATILIO RÉGULO: Político y militar de la República de Roma, Cónsul en 227 a. C., de los Atilios, familia de comerciantes campanios vinculados a los Fabios.

ASDRÚBAL JANTO: General carthaginés, sucesor de Amílcar Barca como Estratega de los ejércitos en Iberia, fundador y héroe de Qart-Hadast.

SOSYLOS DE ESPARTA: Preceptor de los Bárquidas, maestro, filósofo e historiador griego.

ERYTIA (CLÍO mezclada entre los hombres): Princesa íbera, dama de la esposa de Asdrúbal.

TITAYU: Princesa mastiena, esposa íbera de Asdrúbal.

DEMÓFILO: Sirviente y consejero de Asdrúbal.

ANÍBAL: Hiparca del ejército cartaginés durante el mandato de Asdrúbal. El mayor de los tres hijos de Amílcar.

EL TRATADO DE ASDRÚBAL

(Las nueve musas, las ninfas de las fuentes y los cursos de agua, las deidades del arte y de la memoria introducen la imagen del Arx Asdrúbalis, el Palacio de Asdrúbal, la magnífica residencia del Strategos autokrator, el centro del territorio Bárquida en el Mediterráneo occidental. En una espléndida terraza que da a la ciudad se desarrollan las audiencias para repartir justicia y resolver las demandas de las gentes o, como en este caso, para recibir emisarios y embajadores.)

NARRADOR: Para contar esta historia tan antigua, el poeta necesita invocar a las Musas, las hijas de Zeus y Mnemósine, las bellas ninfas que moran en las faldas del monte Olimpo y con sus cantos deleitan a los dioses.

Ellas, que fluyen en las fuentes y proporcionan las palabras adecuadas, nos muestran los hechos verdaderos.

Así Calíope, la de bella voz, asiste a los venerables reyes y canta la épica de los héroes.

El Amor hace a Érato pulsar la lira mientras Euterpe toca la flauta para que sus hermanas, Talía, Polimnia, Urania y Terpsícore, entreguen entre risas sus cuerpos al viento en una vaporosa danza celestial.

Una danza evocadora que inspira en los hombres los más altos ideales y las más bajas pasiones. Una danza en la que se mezclan entre nosotros para proporcionarnos el conocimiento de lo Eterno.

El Arte, el Arte que por encima de todo muestra con innegable certeza el Alma de los hombres a través de sus obras, esas obras que serán las únicas que alcancen la eternidad.

Por último, Clío, la que da la Gloria, de la mano de la tragedia que encarna su hermana Melpómene, será quien dicte la Historia, quien susurrando al oído de Heródoto, de Tucídides, de Sosylos, de Polibio o de Apiano, les muestre el camino de la Verdad.

La Verdad, esa necesidad de decir lo que se siente o se piensa y que tan esquiva aparece a los ojos de los hombres.

CLÍO: Como el agua mana de las fuentes, las palabras nacen de las musas, al principio lo hacen con fuerza inusitada, impetuosas acuden en abundancia para más tarde, ayudadas por el tiempo y la distancia, remansarse y fluir sosegadas al encuentro de la verdad.

Así ocurre con la Historia, cuya guarda tengo encomendada. Me gustaría cantaros que los hombres viven en paz, que la amistad triunfa en toda circunstancia y que la felicidad impera entre los mortales.

Pero la Historia es el relato de los hechos verdaderos, no es sólo una sucesión de batallas, una crónica de tratados o una lista de reyes…

…se trata de la vida o la muerte, la paz o la guerra, el placer o el dolor, la fe, la esperanza, el amor, todo fluye como nosotras lo hacemos en las fuentes… y el tiempo, para verdades el tiempo.

Cartagena, Qart-Hadast, fundada en el año 228 a. C., con tan sólo dos años de vida entra de lleno en la Historia cuando Roma, la omnipresente, vuelve sus ojos hacia Iberia con el convencimiento de que ahora el corazón de Cartago se encuentra aquí, en las míticas costas de Tartessos, rejuvenecidas y sacudidas por los bravos cartagineses.

Asdrúbal Janto, el Potro de Cartago, parece haber alcanzado aquí su anhelado sueño. El tantas veces victorioso general, aclamado como rey por los pueblos íberos, continúa la obra del gran Amílcar, haciendo crecer el temor de los romanos, que envían emisarios a la ciudad nueva. El mundo antiguo empezaba a agitarse de nuevo, cartagineses y romanos estaban condenados, como dijo Livio, a la «más memorable de todas las guerras que jamás han sido».

(Los senadores de Roma, Marco y Licinio pasean por el Palacio.)

LICINIO: ¡Roma! Roma nos envía a este rincón del Mediterráneo, a esta tierra perdida donde se han refugiado los cartagineses, en vez de ir directos al corazón de Cartago a exigir nuestras reclamaciones.

MARCO: No menosprecies esta antigua tierra y abre bien los ojos, joven Licinio, pues Roma espera de nosotros que veamos, que apreciemos y contemos al Senado cualquier detalle, cualquier dato por insignificante que sea de lo que aquí está sucediendo.

LICINIO: ¿Y qué quieres que veamos? Si nos mantienen aquí encerrados, apenas podemos pasear por la ciudad, no hacemos más que perder el tiempo comiendo y bebiendo en largos banquetes mientras un montón de mercaderes y artesanos celebran sus acuerdos aquí, en Palacio.

MARCO: No sólo has de ver. Has de aprender a interpretar lo que ves, lo que comes y lo que bebes, has de fijarte en cada uno de los que comparten tu mesa, ya que aun a riesgo de equivocarte encontrarás multitud de evidencias que te ayudarán a descubrir el verdadero alcance de nuestra misión.

Por otra parte, el tiempo que según dices estamos perdiendo aquí…, para Roma puede ser un tiempo precioso.

LICINIO: ¿Qué quieres que interprete, Marco? ¿Cómo el gordo de Itobal se hace rico trenzando cuerdas para las naves del infame Mamerco?; ¿o prefieres que analice las viandas de conejos asados y los dátiles que comemos cada día?; o mejor aún, ¿cómo Asdrúbal ha sido capaz de plantar aquí su pequeño reino entre locos, brutos y salvajes, se rodea de griegos, númidas, íberos y celtas, bárbaros que no se entienden ni entre ellos?

Debimos ir directos a África, al corazón de Cartago, y presentarnos ante los sufetes.

MARCO: ¡Qué joven eres, Licinio! El gordo y el infame, como tú dices, llenan su bolsa cada día de monedas de plata con la efigie de Asdrúbal. El gordo, sobre todo, llena su barriga de cerveza y pescado hasta reventar mientras el infame comparte la mesa con más de treinta navarcas que esperan a que en el puerto llenen sus naves de ricas mercancías.

Los locos, brutos y salvajes son generales que en algún sitio tras esas murallas reúnen un gran ejército dispuesto a luchar hasta la muerte por este “pequeño” rey.

Éste es ahora el corazón de Cartago; si un augur lo cortara por su mitad la sangre fresca, roja, llena de vida, correría por el altar y se derramaría por doquier.

Éste es ahora el corazón de Cartago, cada latido es un barco cargado de plata que alimenta la vieja metrópoli. Cada latido es un pico que desgarra el preciado metal que yace en sus entrañas. Cada latido es un guerrero que se pone al servicio de los Bárquidas.

Cada latido, mi joven amigo, es un golpe de ariete que resuena a las puertas de Roma.

(En la terraza de Palacio aparece Asdrúbal acompañado de Sosylos.)

ASDRÚBAL: Sabes, Sosylos, la vida es un largo camino. Estoy cansado de vagar por él a lomos de mi caballo, cansado de cruzar el mar siempre entre Mastia Tarseion y el Bello Promontorio. Quiero parar, mirar a mi alrededor y sentirme orgulloso de lo andado.

SOSYLOS: Mastia Tarseion es ahora la ciudad nueva, la ciudad de Asdrúbal, tan buena para regir los destinos de Iberia como los de África.

ASDRÚBAL: ¡Déjate de lisonjas! Y bien, dime, ¿has averiguado algo acerca de las intenciones de los senadores? Seguro que tu astucia griega ha encontrado el camino para sonsacar a nuestros invitados.

SOSYLOS: El joven Licinio es altivo y presuntuoso, pero se abandona a los placeres con facilidad. Tus bailarinas gaditanas a estas alturas están al tanto de todas sus virtudes y defectos.

Por el contrario, Atilio es digno de sus ancestros, sabe más de lo que debe, es escurridizo, hace preguntas y a veces encuentra las respuestas, pero ni ha visto tus minas, ni tus cecas, ni tu ejército.

ASDRÚBAL: Mantenlo alejado, Sosylos, dale tú la réplica; pues tus razones, mi fiel meteco, a menudo ni yo mismo las entiendo.

SOSYLOS: No me preocupan tanto los romanos como la pronta llegada de Aníbal. Cuando vea el trirreme en el puerto se pondrá hecho una fiera, ya sabes cómo es el cachorro.

ASDRÚBAL: Bueno, bueno… No es momento de hurgar en las viejas heridas, Roma ahora es débil y nosotros hemos recuperado en esta tierra todo nuestro poder; qué digo, aquí tenemos tres veces Sicilia y Cerdeña juntas, y créeme Sosylos, esta tierra es inmensamente rica.

Tenemos que aprovechar el momento. ¿Por qué, si no, la altiva Roma iba a enviar emisarios a Qart-Hadast?

Esta vez será Cartago quien imponga sus condiciones.

(Entra en el salón la dama Erytia haciendo una reverencia.)

ERYTIA: Perdón, mi señor, ¡la princesa Titayu, señora de Qart-Hadast!

(Con un gesto, Asdrúbal despide a Sosylos y Erytia, mientras la princesa hace su aparición.)

ASDRÚBAL: Adelante, adelante, mi bella princesa. Como siempre, tu gracia y tu encanto no dejan de sorprenderme.

Déjame que te vea… Las telas de Cartago y las joyas de filigrana de los mastienos no encontraron nunca mejor destino.

TITAYU: ¿Os agradan, mi rey?

ASDRÚBAL: No me llames rey, sabes que no me gusta.

TITAYU: ¿Qué hay de malo en ello? Grandes reyes han gobernado estas tierras desde siempre. ¿No llegasteis aquí, griegos, fenicios y cartagineses en busca de Argantonio, en busca de Gerión, deseosos de seguir el camino de Hércules-Melkart?

ASDRÚBAL: No hay nada malo, pero no es lo mismo. Vuestras clientelas y devociones a veces rayan en la locura. ¿Cómo se puede apreciar a aquél que jura no sobrevivir a su rey en el combate?

Sí, admiramos a los grandes reyes, pero los reyes son hombres, y como tales pueden ser dignos soberanos o perfectos idiotas.

No se mide la valía de un hombre por el origen de su sangre sino por sus hechos, por sus obras deberán ganar la devoción de sus gentes.

La vida, querida Titayu, es un bien sagrado, es el único bien que nos pertenece.

TITAYU: Pues entonces, deja que cada uno decida a quién quiere entregarlo. Vosotros siempre habéis comerciado, os habéis entregado al mar, el viento arrastra vuestras naves como caballos enloquecidos en pos de nuevas aventuras.

Nosotros, en cambio, estamos ligados a la tierra, a nuestros montes, a nuestros bosques, a nuestros reyes.

ASDRÚBAL: Es extraño lo fuerte que puede llegar a ser el vínculo de sangre. Míranos: si yo no estuviera contigo no sería más que un conquistador o pensarías que esto es otro periplo, otra aventura. Sin embargo, aquí he encontrado mi lugar, amo la ciudad de Dido, la colina de Byrsa, el Cotón donde siempre retornan las naves, pero este rincón del mundo es el que siempre había soñado.

¿Soy rey por eso, o porque tu padre es el régulo de Mastia?

TITAYU: Has ganado la adhesión de los turdetanos, bastetanos, oretanos y mastienos, tú muchas veces me has contado cómo reinan en Asia los seléucidas y atálidas, los lágidas en Egipto y los antigónidas en Macedonia, el mundo está lleno de monarcas que adornan sus cabezas con una diadema.

¡Asdrúbal, sé un héroe para los tuyos y un rey para nosotros!, así conseguirás que tanto íberos como cartagineses entreguen su vida por nosotros.

(Suenan tambores y cuernos, que anuncian el comienzo de la sesión. Asdrúbal y Titayu ocupan sus tronos y comienzan a entrar los nobles mastienos y cartagineses con gran alboroto.)

DEMÓFILO: ¡Silencio! ¡Silencio!

«Asdrúbal, Baal es mi ayuda», que el ojo de Hércules-Melkart no aparte de ti su mirada, que Eshmún te conceda salud y Tanit conserve tu hermosura. Sucesor del Gran Amílcar, estratega de Libia e Iberia. Mastieno por vínculo de sangre que en honor de esta unión mandó construir nuestra ciudad.

¡Pueblo de Qart-Hadast, que la justicia y el favor de los dioses caigan sobre nosotros!

¡Cartagineses! ¡Mastienos! Hombres y mujeres que me escucháis, todos vuestros ruegos y demandas de justicia deberán esperar a mejor ocasión.

¡Hoy requieren nuestra atención gentes venidas del otro lado del mar, hoy solicita nuestra audiencia la República de Roma!

(Se reaviva el alboroto mientras entran los senadores.)

¡Silencio! ¡Silencio!

Mi señor, los senadores Marco Atilio Régulo y Publio Licinio Craso, en nombre del Senado de Roma, reclaman ser escuchados.

(Continúan los gritos y abucheos.)

¡Silencio!

ASDRÚBAL: (Poniéndose en pie.) ¡Basta! ¡Callaos!

(Saludando a cada uno de ellos.)

¡Marco Atilio!

¡Publio Licinio!

¡Sed bienvenidos! Espero que hayáis gozado de mi hospitalidad y vuestra embajada haya sido cumplimentada como merece vuestra alta representación.

(Cuando Licinio va a contestar, Marco lo retiene.)

MARCO: Nada hay en Qart-Hadast que no sea del agrado de Roma.

ASDRÚBAL: ¿Y tú, Licinio, compartes el agrado de Roma?

LICINIO: Tienes un palacio precioso en una ciudad maravillosa, ¿a quién no le agradaría?

ASDRÚBAL: Sé que te gustan las bailarinas gaditanas, pero a lo mejor no te agrada que esté llena de cartagineses.

(Les da la espalda y se sienta en el trono.)

¡Oigamos lo que estos senadores han venido a decir!

MARCO: Roma sabe que los estipendios pactados como consecuencia de la guerra han sido satisfechos hace tiempo. El propio Amílcar explicó vuestra presencia aquí con motivo del compromiso contraído en el Tratado de Lutacio. Roma también sabe que Iberia es una tierra rica y el comercio prospera para Cartago y sus aliados; Gadir, Akra-Leuke y ahora Qart-Hadast crecen a un ritmo vertiginoso, no hay más que ver este hermoso palacio.

Sin embargo, hemos de decir también que estas actividades convulsionan de algún modo el orden establecido en nuestros tratados. No debéis ir de ningún modo más allá de este punto, pues Mastia Tarseion constituye el límite que separa el pueblo de los cartagineses y de los tirios e iticeos con el de los romanos y sus aliados. Vuestra expansión podría generar ciertos conflictos con nuestras gentes en Massalia, en Emporion, en… Sagunto.

SOSYLOS: ¡Roma sabe muchas cosas, por lo que estoy oyendo!

También sabrá Roma que esos acuerdos a los que aludes han sido vulnerados en numerosas ocasiones. Dinos, Atilio, ¿adónde quieres llegar? Pues todo eso que sabe Roma también lo sabe Cartago.

LICINIO: El Senado, al cual representamos, quiere firmar un nuevo tratado para renovar las estipulaciones de los anteriores, los quebrantos que de ellas se hayan podido hacer por ambas partes, y evitar así una nueva guerra.

(De nuevo gritos y abucheos.)

ASDRÚBAL: ¿Guerra? ¿He oído guerra?

MARCO: Licinio ha dicho “evitar”, “evitar” una guerra; por eso hemos traído una propuesta del Senado que sin más dilación os vamos a entregar, para que podáis conocer su contenido.

ASDRÚBAL: ¡Dádsela a mi escriba! ¡Léela, Demófilo!

DEMÓFILO: ¡Asdrúbal! (Da su aprobación con un gesto.)

«Que haya amistad entre romanos y cartagineses bajo las cláusulas siguientes si las ratifica el pueblo de Cartago:

»Los cartagineses no cruzarán con armas el límite acordado en Mastia Tarseion hacia el septentrión y respetarán la seguridad de nuestros aliados.

»No se ordenará nada que afecte a los dominios del otro, no se fundarán ciudades ni se levantarán edificios públicos en ellos ni se reclutarán mercenarios, y no se atraerá a su amistad a los aliados del otro bando.

»Se dará libertad al comercio y a la navegación con estos fines, no pudiendo permanecer en estos más que el tiempo necesario para sus diligencias; pero si cualquier cartaginés sojuzga a alguien con el que los romanos hayan concluido un tratado de paz fijado por escrito, pero que en modo alguno sea súbdito de ellos, no debe ser conducido a puertos romanos».

Es todo lo que aquí manifiesta el Senado de Roma.

(Murmullos de aprobación y desaprobación por parte de los presentes.)

SOSYLOS: ¡Que haya amistad entre romanos y cartagineses!

Esto es importante…, pero que haya igualdad es fundamental entre dos amigos, y esto todo el mundo lo sabe.

Queréis que respetemos una frontera establecida cuando vosotros la habéis violado en Sicilia provocando una guerra de ésas que ahora queréis evitar, y más tarde en Cerdeña de la forma más ignominiosa.

¿Vestís de amistad una nueva afrenta? ¿Dónde se recogen aquí vuestros compromisos?

ASDRÚBAL: Sosylos tiene razón, pero los amigos a veces también discuten y se pelean. Desde luego, no es la mejor de las noticias que esperaba de hombres tan distinguidos, y por lo tanto no vamos a ratificar el acuerdo en esos términos.

DEMÓFILO: ¡Mi señor!

ASDRÚBAL: ¡Habla, Demófilo!

DEMÓFILO: Todos los tratados de paz y de alianza en que se basa la política ibero-púnica, todas las regias amistades que sólo tú has sabido alumbrar, se deben a la confianza mutua, al respeto y a la tolerancia demostrada; esta sarta de exigencias no tendría cabida en ninguno de ellos.

TITAYU: Mastia ya no es frontera de púnicos o romanos, Qart-Hadast es una ciudad libre, libre para comerciar, libre para elegir a sus amigos y libre para decidir si sus rivales pretenden de ella la sumisión o la alianza.

ASDRÚBAL: Ya veis, (tomando la propuesta y devolviéndosela a los romanos) vuestra propuesta no ha sido aceptada, Demófilo está escribiendo la nuestra con arreglo a las enmiendas planteadas. Siempre que el pueblo de Roma, nuestro amigo, tenga a bien ratificarlas.

(En esto se oyen de nuevo cuernos y tambores que anuncian la llegada del hiparca Aníbal, éste aparece acompañado de Maharbal y Monómaco y de buen número de jinetes, que son vitoreados por el pueblo demostrando su afección.)

ANÍBAL: ¡Salve, Asdrúbal!

ASDRÚBAL: ¡Salve, Aníbal!

ANÍBAL: Llevo días recorriendo el territorio de íberos y celtas, mis jinetes han gozado de la hospitalidad de las gentes a nuestro paso, todo lo que ordenaste ha sido cumplido, ni un solo enemigo tiene Qart-Hadast ahí fuera.

Lo que yo no esperaba era encontrarlos entre las murallas de tu palacio. ¿Qué hacen aquí los enemigos de Cartago?

ASDRÚBAL: ¡Aníbal! Son los senadores Marco Atilio y Publio Licinio. Han venido a firmar un tratado con nosotros acerca del dominio y el comercio en Iberia.

ANÍBAL: ¿Y qué tienen ellos que ver en estas cuestiones que en nada les conciernen?

MARCO: Aníbal, mi padre y el tuyo lucharon en Sicilia…

ANÍBAL: ¿Y qué quieres?, ¿que tú y yo crucemos aquí nuestras armas? Está bien… (Sacando su espada.)

MARCO: Todo lo contrario, queremos una paz duradera…

(Apuntando ahora a Licinio.)

ANÍBAL: ¿Y tú tampoco tienes agallas? (Licinio se queda quieto, presa del pánico.)

ASDRÚBAL: ¡Basta! Son nuestros invitados. ¡Atrás! Estábamos a punto de dar lectura al tratado. Escucha y enfría tu sangre con una copa. ¡Servid a los jinetes de Cartago!

(Toma el pergamino que han estado escribiendo, mientras Sosylos y Demófilo se ponen frente a los romanos.)

«Que haya amistad entre cartagineses y romanos bajo las cláusulas siguientes si las ratifica el pueblo de Roma:

»Ni cartagineses ni romanos cruzarán con armas el río Íber y respetarán la seguridad de sus respectivos aliados.

»Se dará libertad al comercio y a la navegación con estos fines, no pudiendo levantar un fuerte en los dominios del otro y ni siquiera pernoctar en ellos, suponiendo que hayan llegado allí con intención hostil».

Y esto es todo lo que nos debe comprometer a ambos, para… como bien decís, mantener el orden establecido en nuestros tratados.

Ahora, vosotros tenéis la última palabra.

LICINIO: ¿Y si la respuesta es no?

ASDRÚBAL: ¡Roma vino a mí! ¡Roma quería un nuevo tratado! ¡Roma quería evitar una guerra! ¿No has hablado en esos términos, senador? Pues ahora Roma decide.

MARCO: Está bien, Asdrúbal, sea como dices; es un acuerdo justo y así se lo haremos ver al Senado. Tanto Licinio como yo mismo daremos cuenta de tu equidad y prudencia, que honra a todo tu pueblo.

ASDRÚBAL: Demófilo, disponlo todo para que mañana, a la salida del sol, en el templo de Eshmún, en la colina más alta de la ciudad, demos conformidad en lugar sagrado a este pacto que ahora cerramos.

(Se saludan y los romanos, con el pergamino entre las manos, se retiran.)

DEMÓFILO: ¡Pueblo de Qart-Hadast, que la justicia y el favor de los dioses caigan sobre nosotros!

(Todos se retiran y sólo quedan en la terraza Asdrúbal con Sosylos y Aníbal.)

ANÍBAL: ¿Me vas a explicar ahora qué pretendes tratando con los romanos?

ASDRÚBAL: Escúchame, Aníbal, son ellos los que han venido aquí reclamando un nuevo tratado.

ANÍBAL: Tú lo has dicho, reclamando, siempre Roma, orgullosa y arrogante. Quieren meter sus narices en Iberia, donde nada se les ha perdido, siempre siguiendo nuestros pasos.

ASDRÚBAL: ¡Escúchame de una vez! Confía en mí, este acuerdo es muy importante. Roma, pese a su orgullo y su arrogancia, acaba de reconocer todas nuestras posesiones en Iberia y todo lo que ello significa, y aún más, todo lo que resta desde aquí hasta el Íber. Nunca antes Cartago fue tan grande ni tan rica, quiero que me creas, Aníbal.

ANÍBAL: Y yo quiero creerte, Asdrúbal, pero no confío en Roma.

ASDRÚBAL: Ahora son débiles, los celtas les acosan en el norte, la Liga itálica no es tan fuerte y nosotros, en cambio, seguimos creciendo.

ANÍBAL: Pues acabemos con ellos de una vez, ataquemos. Roma y Cartago ya nunca tendrán amistad, en este mundo no hay sitio para las dos.

ASDRÚBAL: No, eso sería precipitarnos. Quizá algún día estemos a las puertas de Roma, pero ahora lo importante es consolidar nuestro poder, la obra de tu padre, como en la estrategia preferida de Alejandro; déjame ser el yunque… y tú serás el martillo.

ANÍBAL: Esperaré con impaciencia ese día, pues te aseguro que habrá de llegar.

(Aníbal sale de la terraza.)

ASDRÚBAL: ¿Sabes, Sosylos? Cuando era más joven, la sangre me hervía como al cachorro; es cierto que la edad atempera a los hombres y los hace más razonables y conservadores. Sin embargo, cómo se echa de menos esa fuerza.

SOSYLOS: Así es, y ambos tenéis razón. Esta tarde has triunfado. ¡Éste es ahora el corazón de Cartago!

Pero Roma y Cartago, por algún extraño designio de los dioses, y en eso no te puedo ser yo de mucha ayuda, están condenadas a enfrentarse.

(Las musas envuelven de nuevo la escena perdiéndose la visión del palacio.)

CLÍO: Grabados en tablas de bronce, guardan los hombres sus tratados. En ellas se encierran sus acuerdos para que ninguna de las partes olvide nunca sus compromisos.

Sin embargo, cuán frágil es la memoria de los hombres, que aun cincelada en el frío metal pierde fácilmente su sentido cuando es leída con los ojos de la ambición, la codicia, la perfidia o el odio.

Por eso nosotras, las mneias, las hijas de la memoria, custodiamos los recuerdos libres de los vicios de los hombres, de sus pasiones y miserias.

Roma será quien a la postre escribirá la historia, quizá falseando los hechos o haciendo una lectura interesada de lo que aquí aconteció, pero es innegable que Asdrúbal, en el momento de mayor expansión de la ecúmene cartaginesa, consiguió de Roma la consolidación de sus conquistas mediante la firma en Cartagena del “Tratado de Asdrúbal”.

FIN