Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
27 – Verano 2012
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

Éranse que se eran tres amigas que vivían juntas, como tantas chicas que se ven obligadas a hacerlo, por estudios o trabajo. Se llevaban muy bien y hablaban mucho de sus cosas, como es natural, de sus obligaciones, familia, amigas y chicos.
La más joven, Lola, era la más habladora, no paraba de charrar en todo el día, si la asignatura para arriba, si el ejercicio para abajo, si su chico, si sus padres y miles de cosas. Las otras la dejaban. ¿Por qué? Porque eran amigas, y para eso son las amigas, para escuchar y comprender. Había tenido suerte, conoció a un muchacho bueno y cariñoso, que con ella era generoso, la colmaba de regalos y atenciones. Ella, ilusionada, hacía partícipes a sus amigas. María también le contaba sus cosas. El novio de María también tenía muchos detalles con ella, pero al no disponer de gran capacidad económica, sus regalos eran menores.
La tercera compañera, Geli, era más reservada, pero un día en que estaban las tres tomando café después de comer, también les comunicó que había conocido a un chico que estaba embarcado, por eso salía poco. Se vieron en un concierto en la playa. Se llamaba Álvaro, habían salido tres o cuatro veces y la relación no iba mal. Se comunicaban por Internet, por eso prefería quedarse en casa a chatear con él. Las amigas se alegraron mucho y la escucharon durante toda la tarde, dejando que Geli hablara y les contara todo lo que estaba deseando contar. Después del concierto de la playa, la había acompañado hasta la casa y, como ellas no estaban, le invitó a subir y tomaron una copa. Él le contó que era gallego y que había estado en un barco pesquero; ahora trabajaba en un mercante y cobraba más. Pero viajaba mucho más lejos y tardarían mucho más en volver a verse, por eso estaba contenta y triste a la vez, ya que no sabía cómo iba a soportarlo. Las amigas intentaban animarla, pero sabían que les costaría trabajo mantenerla alegre, ya que Geli, de por sí, era bastante reservada y melancólica. Ella también venía de familia gallega, de pescadores y trabajadores de la Industria Naviera. Álvaro le había dicho que lo esperara, que volvería pronto y tan enamorado como se había marchado. Ella soñaba con él y que vendría a recogerla en un yate maravilloso donde él sería el capitán y ella toda la tripulación. Darían grandes paseos por los puertos donde atracaran cogidos de las manos, como enamorados que eran. Geli, al estar enamorada, ya pensaba más como sus amigas.
María estaba como loca con su querido Miguel. Él vivía y estudiaba en la misma ciudad, podían verse casi todas las tardes y paseaban por el parque. Ella era siempre la que hablaba y hablaba, él la escuchaba encantado, pues, como no le gustaba hablar, le parecía estupendo que ella lo hiciera por los dos. A veces quedaban con Lola y Rafa y tomaban algo por ahí. Rafa siempre quería invitar, pero Miguel no aceptaba, una vez cada uno era lo correcto. También los fines de semana se reunían en el chalé de la playa que Rafa tenía, y se bañaban en la piscina y lo pasaban muy bien. Compraban pizzas, empanadas y agujas, que les gustaban mucho. Pero Geli no quería subir hasta que no regresara Álvaro de su viaje por los mares del mundo. Lola le preguntaba el porqué. Y ella decía que, si había quedado con él en esperarlo, no le parecía bien irse sola aunque fuera con ellas. María le decía a Lola que no insistiera; si Geli había tomado esa decisión, debía respetarla hasta el regreso de Álvaro.
Las amigas seguían cada una en sus obligaciones presentes y proyectos para el futuro, y las cosas no les iban mal. Sólo Lola, la pequeña, no entendía algunas cosas; para ella, que era más visceral, la responsabilidad de sus amigas la aburría. Geli y María la querían mucho y no querían que sufriera por ningún motivo. Por todos los medios debían bajarla de su ensoñación y hacerle ver la realidad de los acontecimientos. Rafa también adoraba a aquel cascabel que era Lola, pero había que prevenirla para el desengaño que se llevaría cuando él se fuera a Estados Unidos a estudiar, sin fecha exacta de regreso. Lola se quedaría muy sola, sin él y tan enamorada como estaba.
Empezaron a salir muchas tardes juntas de compras, al cine, y así la fueron separando un poco de él. Otras se quedaban en casa a ordenar armarios, y también se sentaban en la terraza hasta que el sol se escondía y el fresco las metía al interior.
Un día Geli se sentó ante el ordenador, y cuál no fue su alegría cuando Álvaro le comunicó que para la semana siguiente atracarían en el puerto de su ciudad, ya le comunicaría la hora. Ella no sabía qué hacer, llorar, reír, saltar, y acabó abrazando a sus amigas colmándolas de besos.
Al puerto fue Geli sola, pero en casa estaban los cuatro esperándolos. Miguel y María y Lola y Rafa habían preparado merienda. Como siempre, empanadas, agujas, pizzas y fiambres, con refrescos y cerveza.
Cuando llegaron, tras las presentaciones, todos comieron y bebieron, rieron y lloraron, y la tarde se unió con la noche y la madrugada. Al despedirse, Rafa le dio otra alegría a Lola, al comunicarle que no iba a estudiar a Estados Unidos, pues se quedaría en la Politécnica de la ciudad. Miguel le dijo a María que, cuando ella quisiera, se casaban; ella escuchó la noticia muy contenta sin darse mucha cuenta del alcance de ésta. Dijo que ya le contestaría en unos días, cuando se lo pensara. Y le contestó muy pronto, pues estaba muy enamorada de él.
Lola vio cómo se casaron María y Miguel. Geli y Álvaro, al poco tiempo, también se casaron y se desplazaron a la ciudad donde paraba el barco de éste.
Lola se vio obligada a acoger a dos nuevas chicas en el piso. Ella ahora era la mayor y aprendió a esperar que Rafa terminara sus estudios y a ser paciente como sus viejas amigas; pero eso sí, no paraba de hablar y hablar con las nuevas, y disfrutaba contándoles todas las bonitas experiencias que vivieron juntas y cuánto le habían enseñado.
Y así acaba el cuento de las tres amigas que, enamoradas de sus parejas, fundaron tres familias maravillosas.