Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
27 – Verano 2012
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

(inserto en el libro Calamidad y desperfectos)
ESCILA | |
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Atada a un mástil por arrancar cabellos, la niña enamorada abandona el palacio. Las aguas del Egeo azotan sus carnes como cuerdas punzantes. Le rozan la cara, le destrozan la piel. El amor la ha llevado hasta allí, y su cuerpo deja la hermosura de antaño para ser un monstruo enamorado. Noelia Illán |
Esta composición poética es una preciosa combinación de cultura clásica, frescura juvenil, amor inocente y amor destructivo. Veámoslo.
El propio título Escila alude a uno de los monstruos marinos que Homero colocaba en la boca del estrecho de Mesina. Más tarde adquirió el significado de alguien que no puede evitar un peligro sin caer en otro. Escila significa "la que desgarra", por ello su sentimiento de amor es desgarrador y acabará convertida en un monstruo. Nos cuenta la mitología que Circe echó una pócima en el lugar donde solía bañarse y se convirtió en un monstruo con tres cabezas de perro (o de serpiente) con largos cuellos. Lógicamente, la transformación se debe a una historia de celos, por pensar Circe que Escila estaba enamorada del mismo hombre que ella: el dios marino Glauco.
De forma que con este preámbulo, fruto de la sabiduría de la cultura clásica de la poetisa Noelia, crea un poema redondo donde una niña enamorada debe abandonar un palacio de una forma cruel: atada a un mástil por arrancar cabellos, verso que esconde la idea de los celos. Con una elipsis nos coloca en el escenario marítimo del Egeo. Ya tenemos un barco y el mar, elementos claramente positivos, que sitúan el poema a un nivel universal, y fácilmente comprensible y atractivo, para cualquier lector con una cultura media. Las metonimias empleadas para sugerir el sufrimiento que está padeciendo esa joven cuyo único delito cometido ha sido enamorarse: cabellos, carnes, cara, piel, cuerpo, nos adentran en los sentimientos de la niña: el amor, el abandono y el destierro. No olvidemos la causa: los celos, la enviada llevada a su más alto grado de desprecio que desencadena en la persona que se deja dominar por este sentimiento ancestral, la necesidad de querer quitar de en medio a la persona que pone en peligro su amor, provocado por la idea de posesión que genera en el enamorado. A la vez, los celos esconden y despliegan un campo semántico de sentimientos negativos, de palabras oscuras que dotan una fuerza implícita al poema: venganza, resentimiento, envidia, que resaltan, si cabe, la hermosura de la niña protagonista del poema. La hermosura de antaño, remota en el tiempo (no sabemos cuánto tenemos que remontarnos en el tiempo hasta que dejó de ser hermosa), y la juventud de la niña son los elementos que enamoran, y además son los mismos elementos que suscitan el hechizo vertido sobre ella con maldad. Esto, unido a los azotes de la envidia de otra que no soporta tanta belleza ante sí, es lo que nos prepara para el verso final.
La niña enamorada se convertirá en un monstruo enamorado. Alejándonos de la mitología, una lectura inicial y fragmentada nos haría pensar en un amor destructivo, en una víctima del desamor, y en un segundo personaje (o tercero, pues existe una figura masculina implícita) fuera del poema, en otra mujer enamorada y enfurecida por los celos, y por la posible pérdida del ser amado, hasta el punto de que decide convertirla en un monstruo. El sustantivo monstruo está perfectamente elegido y de forma consciente también está reservado para el final, porque así el contraste, la antítesis que se produce entre niña y monstruo es más impactante y tiene un énfasis mayor. También hay un miedo latente, revulsivo, puesto que al dejar de ser niña y pasar a convertirse en monstruo ya no provocará la pena de nadie, ni merecerá el perdón. Está condenada al abismo de las aguas marinas y al sol cegador.
Hay en el poema una lección, una moraleja: no te vuelvas a enamorar y no te atrevas a enamorarte de alguien que ya tiene otro amor. La poeta utiliza el tópico del trío amoroso cuya salida nunca es placentera para ninguna de las partes. Los tres enamorados sufrirán heridas sempiternas porque una traición, por mínima que sea, genera desconfianza y recelo en el futuro. Por lo tanto, el sustantivo oscuro, con carga semántica claramente negativa: la condena, se cierne sobre los amantes. Condenados a no verse más, a no saciar el hambre de amor y a generar la duda constante en la otra persona, cada vez que su hermosura vuelva a ocupar el escenario habitual de la pareja. Es por eso por lo que el destierro es la única solución posible; hay que alejar el problema que recuerda al refrán popular ojos que no ven, corazón que no siente. Es más, se cree que la frase "entre Escila y Caribdis" emula y precede a la conocida entre la espada y la pared.
Inicialmente, en cuanto a la comprensión primera del poema, se trata de una niña enamorada que no puede consumar su amor, y es condenada al abandono y al destierro. Pero en una lectura profunda, el título Escila nos aporta todo el significado completo al acercarnos a la transformación mitológica de una niña hermosa en un monstruo por provocar celos a otra mujer despiadada.
Se convierte así en un poema universal, porque sus sentimientos lo son, y, a la vez, tremendamente humano, porque nada más elocuente que las historias mitológicas para mostrarnos la rotundidad de la fuerza de los sentimientos y del grado de maldad que pueden generar en los dioses y, por ende, desatar toda su furia.
Es un breve y seductor poema que en sus nueve versos contiene una buena muestra de los recursos retóricos que domina su autora. Los dos primeros versos son un hipérbaton genial para ralentizar la aparición del sujeto y del protagonista poético: la niña enamorada. Las metonimias se ven interrumpidas, y a vez enlazadas, por la comparación como cuerdas punzantes, que a la vez aporta un sentido disémico que evoca música. La metáfora final monstruo enamorado soporta la carga semántica de todo el poema, y el adjetivo enamorado dulcifica el rostro maligno del ser y recuerda al oxímoron por parecer contradictorio que un monstruo pueda amar. Y a la vez nos recuerda las historias de cine de terror, de monstruos, como Frankenstein, y de cine infantil de monstruos enamorados, como La bella y la bestia.
La sinécdoque de mástil por barco, el palacio, y la elipsis del mar Egeo son el escenario que sitúa la acción de forma magistral. Son pocos los elementos que contamos para localizar y situar la historia, y muy pocos los valores temporales que nos den algún indicio del tiempo que transcurre desde el enamoramiento hasta la destrucción de la hermosura a través del hechizo y del destierro. Los verbos utilizados en cada verso, en forma de presente ahistórico, acercan la escena al lector: atada, abandona, azotan, rozan, destrozan. Tenemos que esperar hasta el séptimo verso para encontrarnos con un pretérito, la ha llevado, que además tiene la función desveladora de mostrarnos la causa: el amor, que perfectamente podría haber escrito con mayúsculas, pero ha preferido no hacerlo porque las palabras que conforman la clave poética son niña y monstruo, que enmarcan el poema informándonos del proceso de transformación que sufre la protagonista, en este caso, el sujeto poético, aparentemente transformado de forma injusta y cruel en monstruo, sin posibilidad de perdón. El infinitivo precedido de la partícula causal para (ser) del último verso nos desvela el desenlace poético. También podría entenderse una antítesis verbal en dejar de ser y pasar a ser, así como una progresión sinonímica con carácter ascendente entre los verbos rozan y destrozan, sin posibilidad de término medio como ocurre entre caliente y frío, que se interpone cálido. Las dos preposiciones elegidas para el primer verso y para el último tampoco están escogidas al azar: por arrancar, para ser, encuadran el poema dotándolo de una estructura cerrada. El poema comienza diciéndonos el porqué, la razón, para finalizar desvelándonos, de forma poética, la causa.
De esta forma, Noelia no deja ningún elemento literario fuera del poema, que se acerca al género dramático, puesto que tenemos un personaje en un escenario; y a la vez se puede vincular con el género narrativo, ya que el personaje sufre una transformación, en este caso, de niña a monstruo.
El cariño que suscita la niña es inmediato, puesto que el amor no merece un castigo semejante.