Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 27 – Verano 2012
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

Collages: María Benavent

Si tuviéramos que explicar el significado de la palabra vocación, podríamos encontrar diferentes acepciones que determinan características propias vinculadas a este término, pero con versiones heterogéneas. Cuando hablamos de vocación docente, el campo semántico se limita.

Para poder plantearse un futuro en cualquier profesión, se necesita una predisposición positiva para alcanzar con los años la experiencia requerida y salir airoso de todo aquello que nos depara nuestra labor. No creo que sea imprescindible enumerarlas. Todas ellas encauzan nuestra vida y la convierten en algo más que un simple paseo rutinario por este mundo. Nos hacen sentirnos vivos, inmersos en realidades que llegan muchas veces a complacernos, pero también a romper drásticamente nuestros esquemas. Es la consecuencia adosada intrínsecamente al ser humano.

La vocación docente no se aleja de estas determinaciones. Cuando decides acercarte al mundo de la enseñanza, cuando te enfrentas por primera vez a una treintena de jóvenes rostros, inicias un arduo camino hacia lo desconocido. Pero hasta muchos años después no comprendes que sólo tú eres el responsable de los resultados obtenidos.

Los primeros días dentro del aula sentimos un hormigueo latente en nuestro interior. Decenas de ojos escrutan nuestras acciones como si lleváramos marcado a fuego en nuestro semblante la palabra novato. Todos recordamos aquellos años en que nos encauzábamos sin saber en qué mar íbamos a desembocar. A lo largo del tiempo, las pequeñas y grandes experiencias nos han ido curtiendo y afianzándonos en la ardua labor de la docencia.

Hemos esgrimido cuantiosas armas y herramientas para alcanzar los objetivos propuestos. Hemos avanzado en nuestros conocimientos para no quedarnos atrapados en el pasado. Nos hemos adaptado a todo tipo de cambios y situaciones. Nuevas leyes educativas, nuevas tecnologías, nuevas formas de impartir los contenidos, nueva tipología de alumnado...

Todo ha pasado por nuestra vida como profesores y ha ido forjándonos, aunque nuestra valía como tales no haya sido en muchas ocasiones valorada por la sociedad, e incluso por las familias.

Pero hay algo que no entiende ni de pasado, ni de presente ni de futuro: mi vocación como profesor, mi ilusión por ser una parte muy importante en la educación de los alumnos, mi esperanza en cada uno de ellos.

El maestro no sólo enseña, comparte, acompaña; el maestro aconseja, aprecia la voluntad de sus chavales, lucha contra la ignorancia y la apatía, propone.

Mi padre, profesor de EGB, en cierta ocasión me ofreció un consejo que nunca he olvidado: «Trata a tus alumnos como te hubiera gustado que te trataran a ti».

Aquí reside el centro de gravedad de la vocación. No debemos olvidar que años atrás estábamos sentados en el mismo pupitre y anhelábamos la atención, el aprecio y la cercanía de nuestros profesores. Ya sé que eran otros tiempos, que la realidad actual es más difícil y diferenciadora.

Pero por esta razón, aunque hayan transcurrido los años, la gran mayoría de nuestros alumnos anhelan exactamente lo mismo, aunque parezcan apáticos, indiferentes, sumergidos en otra galaxia, tan lejana a nuestras convicciones.

El profesor no sólo enseña, también educa. Sí, la educación ya se sabe que empieza en el seno de cada familia. Pero nosotros somos continuadores de ella, la reforzamos.

En cuántas ocasiones hemos tenido la oportunidad de encontrarnos con antiguos alumnos que casi no recordábamos y nos han hablado de su futuro, de sus recuerdos de antaño, de su agradecimiento por lo vivido con nosotros. Cuando observamos su gratitud deberíamos pensar que en el edificio de su vida, que ha ido construyendo paso a paso, año tras año, nosotros hemos sido partícipes, como pequeños arquitectos, superponiendo algunos ladrillos, algo de cemento y, sobre todo, algo de la decoración interior de la casa.

Vocación docente: construir vidas.

Y este proyecto inicial que después se convertirá en un gran rascacielos viviente, sólo necesita un material nada costoso de adquirir: amor y constancia.


In memoriam Ángel González Genís

 

 

Naciste para elevar hacia lo más alto el conocimiento de tus alumnos. Pero a pesar de que en aquella época nadie hablaba de refuerzos ni de apoyos, ni de diversificación curricular, cada uno de ellos recibió de tus enseñanzas la más preciada: tu cariño y dedicación como docente y, en muchas ocasiones, como confidente y amigo.

Durante muchos años tu actividad como profesor se dirigió hacia aquellos que por edad o por falta de recursos económicos en su niñez tuvieron que completar sus estudios siendo ya adultos. Y me siento muy orgullosa cuando muchos de ellos aún se acuerdan de ti y relatan sus pequeñas historias no olvidadas, tus importantes recomendaciones por las cuales consiguieron un buen puesto de trabajo.

Y yo, viendo a algunos con las sienes ya plateadas, pienso que ha valido la pena seguir el camino que tú trazaste y continuar tus consejos, aunque nunca pudiste ver mis inicios como profesora. Pero pusiste el listón tan alto que tus dos hijas han tenido que realizar verdaderas piruetas para asemejarse “algo” a su padre.

Tu temprana muerte no te permitió realizar todo aquello que deseabas. Pero yo no he dudado nunca que allá, en lo más alto, continuarás enseñando a todos aquellos niños, adolescentes y adultos en la escuela celestial y que, más de una vez, tus ojos verdes soñadores atravesarán nubes, vientos y nieblas envolviendo la existencia de tus seres más queridos.

Tú has permitido que la vocación docente anide muy adentro y se convierta en una parte esencial en nuestras vidas. Gracias, papá. Gracias por habernos inculcado lo más preciado del ser humano: saber darse a los demás.


Marisa y M.ª Ángeles González Díaz


HASTA LUEGO, JAVIER

Cuando Javier sale por la puerta de su casa, millones de pequeñas hormigas ahogan sus entrañas, convirtiendo este momento, cada día, en una pesadilla. Su cerebro le indica que tiene que seguir andando hacia el cole, pero su corazón intenta detenerlo. La situación se repite sin que él pueda hacer nada por evitarlo. Javier no conoce el significado de la palabra bulling porque nadie se la ha explicado. Tampoco se ha preocupado por investigar o descubrir sus características. Ya tiene bastante preocupación enfrentándose a su realidad cada vez que se sienta en la mesa de su clase.

El bulling se define como la violencia escolar que se plantea muchas veces en las salas escolares. Intimidación y maltrato entre estudiantes, de forma repetida y mantenida, casi siempre, lejos de los ojos de los adultos, con la intención de humillar y de someter abusivamente a una víctima indefensa, por parte de uno o varios agresores, a través de agresiones físicas, verbales y/o sociales, con resultados de victimización psicológica y rechazo grupal.

Javier lo podría definir como soledad angustiosa, abandono, negación de todas las cosas, individualidad forzada, intimidación velada, falta de empatía, convivencia impuesta... Javier no ha recibido nunca ninguna agresión física, nadie le ha puesto la zancadilla en la clase ni le ha dado alguna colleja. No le han quitado ningún libro ni objeto personal ni le han obligado a hacer cosas impuestas. No le han enviado al móvil ningún mensaje amenazante u ofensivo. A Javier, simplemente, lo ignoran. Javier se siente nadie, la nada. Se siente diferente porque los otros lo ven diferente. Y ¿dónde se encuentra esa diferencia? ¿En el físico? ¿En la raza? ¿En el nivel intelectual? ¿Porque lleva gafas? ¿Porque es el empollón?

Javier, simplemente, saca buenas notas y es muy responsable en sus estudios. No es pedante ni intenta destacar entre los “otros” por esta razón. Él sólo quiere ser uno más, entrar en clase y no oír el mote de turno en vez de su nombre, la burla despectiva solapada bajo las portadas de los libros, los rumores inciertos y falseados. En realidad no pasa nada importante, todo se dice, se comenta en pequeños susurros que casi nadie oye, incluidos los profesores, pero que todos saben. La garganta de Javier se va cerrando, cerrando, hasta ser incapaz de pronunciar sonidos. Sólo necesita que llegue el profesor de turno y que la representación teatral de sus compañeros termine. Al menos, la primera escena. La segunda se inicia en el recreo.

Los niños que sufren el bulling se sienten indefensos, humillados, estresados y, en algunos casos, llegan a pensar que ese maltrato lo merecen, ya que su autoestima es casi inexistente.

Javier no ha contado a sus padres el caso, no por miedo, no cree que lo puedan solucionar. Tampoco lo ha comentado a su tutor. Es su problema, y como tal, debe solucionarlo él solo. Lo intenta todos los días, pero se ve sumergido en un círculo vicioso formado por todos sus compañeros, que le impiden acercase a ellos.

En el recreo, en el aula, intenta ser uno más, pero sus compañeros miran hacia otro lado, lo que hace que lleguen a creerse que el líder tiene poder, y que es justo que así sea, reforzándose posturas egoístas, llegando a una cierta insensibilización. Javier no teme ni odia al líder, al compañero que se encarga de organizar cada día las pequeñas humillaciones. Y, en secreto, le gustaría enormemente ser su mejor amigo, participar en los juegos organizados en el recreo, en vez de quedarse en clase “repasando” los libros o sentado en un banco del patio, leyendo. Mira de reojo a sus colegas, disfrutando del fútbol o del básquet, pero las veces que se ha atrevido a entrar en el juego ha sido ignorado tan sólo con una mirada despectiva por parte de alguno de ellos.

Sus padres lo consideran un joven tímido e introvertido, no suele comunicarles sus sentimientos y, por lo tanto, no lo fuerzan a hacerlo. No ven raro que los fines de semana su hijo no salga con amigos. Es tan responsable que prefiere quedarse en casa estudiando. Tan poco se percatan de que Javier anhela contarle al amigo invisible que ha inventado todos sus anhelos y esperanzas.

Sus profesores le valoran ampliamente. Estudiante modelo en comportamiento y trabajo diario, no ven en él más que virtudes. Pero no observan la cara triste de Javier, el escaso contacto con sus compañeros, su ajada soledad en el recreo. «¡Fíjate! —comentan—, no pierde ni un solo minuto».

Sólo Javier se conoce a sí mismo. Sólo Javier sueña por las noches que llegará el día en que todo se borrará y podrá jugar al fútbol, será capaz de reírse, gozoso, con los chistes de sus compañeros, incluso ir al cine y de fiesta con ellos. Sueño repetitivo cada noche, cada día. Porque Javier ya sueña despierto... hasta que suena el despertador y la verdad vuelve a inundar su vida. Pero Javier es valiente, más que sus compañeros, padres y profesores. Por eso vuelve a dirigirse al colegio, esperanzado con un posible cambio, porque, con sus cortos quince años, es más fuerte que todos ellos. Y espera que, a pesar de todos los pesares, al final del día, algunos de sus camaradas vuelvan el rostro hacia él y le digan, sonriendo: «Hasta luego, Javier».



LA VISIÓN DEL LÍDER AGRESOR


El líder se considera “un monarca absoluto”. Su visión de la situación es sencilla: él está por encima de todos. Cada segundo del día es propicio para atacar disimuladamente al maltratado. Conoce poco a Javier. A pesar de ser su compañero desde hace años, nunca se ha preocupado por acercarse a él. La causa, una envidia que corroe sus entrañas.

La rectitud de Javier, su bonanza, su saber estar, a pesar de su juventud, no son comprendidas por el líder. Él sólo quiere que todos sus compañeros acaten sus órdenes. De esta forma, se siente seguro y cómodo. Pero para realizar esta empresa necesita la colaboración de otros. De otros que, por miedo a ser diferentes y no poder pertenecer al grupo, o por convicción, se sometan a él.

Generalmente, el líder no prevé sus actuaciones. No asesora a sus compañeros agresores. Cada situación de maltrato nace de forma espontánea o, simplemente, se repite cada día. Esta circunstancia enardece al líder y a sus secuaces.

Los momentos más propicios se sitúan fuera de la visión de los adultos. Entre clase y clase, en el recreo, al salir del “cole”. Nunca han llegado a agresiones físicas graves. En el fondo, son cobardes y temen las consecuencias. El maltrato sutil es más eficaz.

A Javier le han puesto un mote. A Javier le niegan cualquier acercamiento al grupo. A Javier lo aíslan de todo aquello que pueda serle agradable y necesario.

Alguien del grupo se siente culpable, pero teme al líder y no quiere perder su posición privilegiada. En cada uno de sus componentes se encuentran distintas personalidades jerarquizadas. La cúpula, formada por el cabecilla y sus “bravucones”, supeditados a toda actuación que podríamos denominar convivencia pacífica; la marea negra que va sorteando el oleaje, según las corrientes marinas y los vientos contrarios que la dominan; la arena de la playa, pequeños granos insignificantes que no tienen potestad para huir de los embates de unos y de otros; y no olvidemos a los que, aunque no son amigos de Javier, sufren y maldicen estos actos tan deleznables.

¿Conciencias unidas? ¿Conciencias desviadas? ¿Conciencias alejadas?

Cada ser humano, ante un hecho de acoso, responde según le dicta su conciencia. ¿Me sumerjo dentro del conflicto? ¿Desvío mi mirada y, por tanto, mi corazón? ¿O tal vez, simplemente me alejo de forma ciega e impasible?

Javier pasea muchas veces por las calles de su ciudad. Observa todo lo que le rodea, todas las personas que se cruzan en su camino. Cada sonrisa, cada gesto de una madre o padre hacia su hijo, cada grupo de amigos que corretean por el parque contándose sus cosas y gastándose sus pequeñas bromas.

Javier se mira en el cristal de un escaparate.

—¿Por qué yo? ¿Por qué yo? —se repite una y otra vez.

Caminando lentamente hacia su casa, repasa minuto a minuto todo lo acaecido durante ese día. Sus labios esbozan una leve sonrisa. No vale la pena. Siempre igual. Días monótonos que se repiten y repiten sin cambios.

Recuerda el rostro del líder acosador. No entiende su forma de actuar. No quiere que esa situación se repita nunca más. La decisión está tomada.

Con pasos rápidos se dirige al domicilio de la persona que siempre le ha infligido tanto dolor. Sin pensarlo dos veces, entra en el vestíbulo de la vivienda y se planta delante de su puerta. No siente miedo. Sólo un gran valor. Valor, porque él mismo va a solucionar el problema. Con su sencillez, con su alegría de vivir de otra forma, con su plena convicción de que en toda alma humana aún queda un resquicio de AMOR.

Suena el timbre. Se abre la puerta. La cara de su compañero es digna de asombro. El monarca absoluto parece haber perdido todos sus poderes. Javier le sonríe. Sin pedir permiso, entra en la estancia y con pasos seguros se dirige a su habitación. Los padres miran la escena de forma natural. Un amigo de nuestro hijo. Al llegar a ella, se sienta en la mesa de trabajo y sin perder la sonrisa comenta:

—He venido para que me ayudes con unos problemas de mates que no he podido solucionar.

La sonrisa de Javier cada vez es más grande y sincera. En su interior piensa que, en ocasiones, para poder ganar una guerra, primero hay que ganar una batalla. No se siente partícipe en esta guerra. Se siente como el único que puede mostrar las herramientas necesarias para evitar que otras guerras se inicien.

La inteligencia de Javier está pareja con su conciencia. No sabe si esta actuación será la solución a su problema. Pero, ante todo, considera que el acoso hacia él o hacia otros no debe enterrarse en la tumba del olvido.

Cae la noche. Javier llega a casa. Y, por primera vez, es capaz de comentar a sus padres todo lo acaecido. Sin reproches, sin atacar a nadie.

El líder no ha podido dormir por la noche. Se ha prometido a sí mismo no molestar nunca más a su compañero. Pero no está dispuesto a perder su jerarquía dentro de la clase.

Nace un nuevo día, y allí, aquí, en muchos otros lugares, muchos otros niños, adolescentes e incluso adultos están deseando, anhelando que “alguien” les diga: «Hasta luego...».


EL COMPLICADO PAPEL DE LOS DOCENTES

El mundo no está amenazado por malas personas, sino por aquellos que permiten la maldad (Albert Einstein, físico y matemático).

Juan se siente novato ante la nueva situación. A lo largo de la carrera había profundizado en multitud de materias y realizado prácticas muy interesantes. Pero nadie le había hablado de la cruda realidad de los docentes. Tomar contacto con sus nuevos alumnos y saber cómo acceder a ellos, eso, era otra historia. Su vocación por la enseñanza, su ilusión por sentirse capaz de ser una herramienta perfecta para poder transmitir todo lo aprendido, se volatilizó sólo entrando en el aula.

Se sintió solo, lejano a las necesidades de aquellos chavales. Para ellos era uno más de los que diariamente impartían contenidos. Sólo uno de ellos le miraba atentamente y esbozaba una ligera sonrisa tímida. Y desde aquel día, Juan decidió iniciar una cruzada contra la indiferencia.

La situación de Javier había cambiado hasta cierto punto. Los ataques casi habían cesado. Pero la soledad en el aula y fuera de ella era inmensa. Seguía marcado. Sus padres le instaban a que iniciara alguna relación con sus compañeros, pero esto conllevaba ser como ellos. Y no estaba dispuesto. La llegada de Juan le abrió el alma. Su rostro joven y emprendedor, sus facciones alegres y cercanas, le inyectó ánimo. Pero era demasiado tímido para acercarse directamente a él. Le avergonzaba que este nuevo profesor conociera su historia de acoso, su experiencia dentro del mundo del bulling. ¿Lo comprendería? ¿Estaría dispuesto a ayudarlo? Atrás habían quedado los pesares y las humillaciones, pero deseaba sentir que alguien, además de su familia, se preocupaba por él.

El papel de los docentes con respecto al acoso es complicado. Se enfrentan a situaciones en las que, en muchas ocasiones, se ven impotentes porque no sólo compiten con el agresor sino también con sus familias. Pero en la actualidad se ven reconfortados por el asesoramiento y ayuda de especialistas (psicólogos, PT...) que refuerzan con sus consejos sus actuaciones.

El problema del bulling se debe abordar desde una perspectiva educativa, proporcionando ayuda para identificar situaciones de acoso y para manejar estas conductas. Existen protocolos de actuación dentro del marco de convivencia de los centros escolares reflejados en el Plan de Convivencia y en el Plan de Acción Tutorial: prevención, atención específica, intervención directa con el alumnado y las familias, asesoramiento y apoyo técnico especializado.

Juan siempre ha sido muy observador desde niño. Y ahora aplica esta virtud en el aula. Cuando realizan las actividades cotidianas de la asignatura, pasea lentamente navegando entre pasillo y pasillo. Cabezas rayadas de revueltos cabellos rojizos, miradas inmensas desviadas hacia cualquier punto sin destino, labios entreabiertos sin intención de articular una sola palabra, lápices como astas ondeando banderas sin viento, mochilas alienadas en fila como soldados dispuestos a iniciar una batalla contra la ignorancia, agendas y libretas en los pupitres formando pequeños muros fortalecidos por férreos contrafuertes y traspasados por lanzas ribeteadas de colores, avanzando hacia la ruta del saber.

¿Cómo acceder a ellos? ¿Cómo convertir la nada en el todo?

Juan investigó sobre la situación de Javier. Su soledad silenciosa le animó a cuestionarse qué ocurría. La psicóloga del centro le informó con todo detalle. La historia de su alumno atravesó su interior y sintió pesar. Se había seguido oficialmente todo el proceso requerido en estos casos. Se había conseguido reducir ampliamente la situación. Se había hablado con todos los implicados y sus familias, incluso con él. Pero Juan continuaba observando que Javier seguía solo, ahondando cada vez su pesar. Intentó acercarse a él con temas relacionados con la asignatura, sin mostrar en ningún instante que era conocedor de las circunstancias.

Obtuvo una respuesta cálida y respetuosa, una amplia sonrisa y, sobre todo, un gracias sin palabras. Juan se convirtió en ese momento en el mejor aliado de Javier. Con gran diplomacia y astucia intentó que la figura de Javier en el aula se transformara. Programó actividades en las que Javier debía relacionarse con los otros y perder el miedo al fracaso. Le otorgó la posibilidad de sentirse útil ante los demás. No era sólo “el empollón”. Era Javier, uno más.

Juan sabía que el viaje hacia la tolerancia era arduo y costoso. Pero su actuación ante sus alumnos acrecentaba su creencia de que la vocación de los docentes debe basarse sólo en la atención detallada y retadora de sus alumnos. Había iniciado una guerra no sólo contra el bulling, había iniciado una guerra contra sí mismo. Debía demostrarse que podía ser capaz de entender y apreciar a cada uno de ellos, con sus defectos y virtudes. Javier no era la única víctima. Los otros, sin saberlo, también lo eran.

No fue un día especial, no ocurrió nada que llamara la atención. Nadie esperaba nada. Simplemente, el destino se cumplió. El destino de cada uno de los que en aquel momento estaban en el aula.

Juan, en la pizarra, explicaba detalladamente unas cuestiones importantes cuando sintió un dolor agudo en el brazo y en el pecho. Las piernas le flaquearon y cayó sin sentido. Todos sus alumnos quedaron clavados en sus asientos. Sólo uno se lanzó rápidamente hacia él y con gran aplomo le procuró los primeros auxilios. Con voz grave y dominante apremió a sus compañeros a que le auxiliaran y pidieran ayuda.

En pocos segundos, Juan estaba rodeado por todos aquellos a los que creía distantes e indiferentes a él. Desaparecía la figura del agredido, la silueta del agresor, la sinrazón de los ignorantes.

Sólo emergían, como brotes, seres humanos, lanzando gotas de vida hacia otro ser humano.