Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 26 – Primavera 2012
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

 

El sol de mayo acariciaba, todavía sin quemar, la fresca mañana. Tras la rutina de las tareas cotidianas, la comida con la familia y una o quizá dos películas por televisión, que llenarían un sábado más bien anodino, aguardaba una interesante cena, por la amable invitación del resto del personal de la empresa; la verdad, no sabía por qué le insistieron tanto para que acudiera. Así que la jornada empezaba en la calle como todas las jornadas, con la compra de las dos barras de pan de cada día.

Sin embargo, cuando ya se disponía a entrar en la panadería, se detuvo de repente sin traspasar el umbral. Últimamente había oído alguna queja en casa sobre el pan. Que si ya no estaba tan blandito, que si ya no apetecía tanto comer bocadillos, que si las tostadas no salían tan crujientes... Así que pensó que convendría abastecerse en otra tienda. Por el barrio se venía comentando que en un sitio nuevo hacían un pan como el de antes. Podría ser oportuno probarlo hoy, a ver cómo salía.

Cuando se encaminaba hacia la nueva dirección, otro titubeo asaltó su mente. No tan deprisa. Era posible que la familia no aceptara de buen grado tal cambio sin aviso previo; al fin y al cabo, se trataba del pan. Pero, por otra parte, se exponía a las continuas quejas y a que le reprocharan que no hubiera buscado un pan mejor, cuando ya casi todo el barrio sabía dónde encontrarlo. El asunto precisaba una meditación detenida, así que decidió concederse un paseo de unos minutos.

En mitad de la calle como estaba, vio, como siempre, una acera con sol y otra con sombra. Por la primera, el calor en aumento terminaría por acusarse; por la segunda, la brisa tomada sin precauciones atacaría la garganta. Así que el paseo habría de esperar hasta estudiar la coyuntura. Ni el sofocón ni el resfriado convenían, cuando por la noche había que responder con agrado a la invitación. En fin, lo mejor sería preguntar en casa si iba o no a la otra panadería.

Dio media vuelta y... Todavía no emprendería el camino de regreso. Seguro que, si volvía sin las barras de pan, se ganaría alguna reprimenda, ya la estaba viendo. Había muchas cosas que hacer y no era cuestión de perder el tiempo. Pero, si iba con un pan que no gustaba o con un pan de otro sitio sin haber avisado, también podría haber reprimenda, y de igual o superior calibre. La situación requería un detenido análisis de las consecuencias de cada alternativa.

Si volvía a casa sin el pan para preguntar dónde comprarlo, podían suceder estos dos supuestos: que la idea cayera bien o que cayera mal. Si volvía a casa con el pan comprado en el sitio habitual o en el nuevo sin previo aviso, podían suceder estos dos supuestos: que la idea cayera bien o que cayera mal. El principio del análisis no era muy esperanzador. Lo seguro era que, si la idea caía mal, habría reprimenda. Y si caía bien, acaso también. La continuación del análisis no era muy esperanzadora.

Todo parecía perdido cuando se abrió una nueva vía de investigación. Cabía la posibilidad de volver a casa sin que nadie se enterara, coger una prenda de abrigo para dar el paseo por la sombra o dejar otra para darlo por el sol, y entonces sopesar tranquilamente si iba a la panadería habitual o a la recomendada... Sí, sí, todo pintaba muy bonito; pero ¿y si, pese al cuidado que pusiera, alguien de la familia se enteraba de la maniobra? Reprimenda segura y disgusto al canto.

Quedaba en reserva el eventual regreso a casa, o abierto para un pertinente asesoramiento, o clandestino para la adecuación de la indumentaria. En cuanto a continuar en la calle para entrar en la panadería habitual, ir hacia la otra o dar un paseo para meditar, tampoco atisbaba una salida airosa. De momento, y con el reloj corriendo, la reprimenda ya no se la quitaba nadie. De lo que se trataba ahora era de minimizar la intensidad. Para lo cual, más parámetros fueron incorporados al análisis.

Sin descartar otros que se le ocurrieran de inmediato, a bote pronto consideró: telefonear a casa desde ahí mismo o no telefonear, contar la verdad o una mentirijilla verosímil, poner una excusa o dar la cara, e incluso llamar a alguien o no para que mediara y preparara el terreno. Para no dejar cabos sueltos, había que combinar cada uno de los componentes de estos pares entre sí y con los de todos los anteriores. Esto se iba complicando, pero la seriedad de las circunstancias exigía el esfuerzo.

En éstas se debatía cuando fue objeto de avistamiento por un encuestador ambulante. Al susodicho le extrañó ver en mitad de la calle a una persona que ni iba ni venía, que amagaba con moverse para pararse después, y por tanto estimó que sería procedente soltarle la pregunta de la encuesta. Una vez se le acercó y emitió las clásicas fórmulas de cortesía, el encuestador le lanzó la pregunta: «¿Está usted de acuerdo con que le hayan bajado el sueldo y subido los impuestos?».

En pleno procesamiento de datos y con la guardia baja, la pregunta le causó más desconcierto. Desde ese instante, había que explorar nuevos campos. Lo primero, ni siquiera se había planteado semejante cosa. Así que tenía que decidir, y en seguida, si estaba o no de acuerdo. Pero sin precipitaciones, ya que después cabía pensar si contestaría o no contestaría; en caso de que contestara, si diría o no la verdad; y en caso de que no contestara, si despediría al encuestador con finura o a cajas destempladas.

Además, en cualquiera de los supuestos anteriores, había que sopesar asimismo las posibles reacciones familiares y profesionales en caso de que su respuesta, cierta o falsa, o su silencio, calmado o furioso, trascendiera. Mientras su mente se paraba a organizar el brusco giro de los acontecimientos, el encuestador, tras repetir la pregunta sin demasiado entusiasmo, se cansó de esperar y se marchó en busca de seres humanos que, al menos, tuvieran la deferencia de hacerle algo de caso.

Las cogitaciones no permitían tregua. Ahora había que introducir las variables de si el encuestador regresaba o no, y si volvía a hacerle la pregunta o no. Dado el número de ramificaciones surgidas desde su conato de entrada en la panadería habitual, consideró ponerlas en orden sobre papel para estudiarlas mejor. Como el tiempo apremiaba, juzgó si sería más conveniente dirigirse a la papelería más próxima o a otra algo apartada pero que cobraba cada folio a medio céntimo menos.

En cuanto resolviera si necesitaba papel o no, y en caso afirmativo a qué papelería ir, ya sólo le faltaba elegir si dispondría los folios en vertical o apaisados, si usaría una cara o las dos de cada folio, entre el lápiz o el bolígrafo para tomar sus notas, y entre uno o varios colores para distinguir bien cada posibilidad. Y luego, por fin, sin prisa pero sin pausa porque el dichoso reloj no paraba, analizaría con exhaustividad las 219 = 524 288 variaciones distintas que se le habían presentado.

Merecía la pena saber qué sería preferible: si entrar en la panadería de costumbre y comer tostadas poco crujientes, volver a casa por una prenda de abrigo para pasear por la sombra, telefonear o pedir mediación antes de averiguar si estaba de acuerdo con la bajada de sueldos y la subida de impuestos, responder al encuestador o mandarlo a esparragar si es que se lo cruzaba otra vez, ir a la papelería próxima y cara o a la lejana y barata. Un solo paso sin conocimiento de causa podría resultar fatal.

 

* * *

Nunca se había atendido un cuadro semejante en el hospital. Mientras crecía la actividad en la unidad de cuidados intensivos para vigilar el reposo de tan inclasificable paciente, los médicos discutían sobre cómo llamar a la multipatología recién descubierta. Insolación con brotes de pulmonía o pulmonía con brotes de insolación, añadida a una extenuación con agarrotamiento o agarrotamiento con extenuación. Por la solemnidad del momento, se proveyeron de papel y lápiz, o de bolígrafo, para anotar las posibles denominaciones.

El restaurante estaba a punto de cerrar. La cena de empresa había transcurrido a plena satisfacción de los organizadores, salvo por un detalle: finalmente, no había venido. Sabían que no era fácil de convencer, pero no creyeron que les diera tal plantón. Qué pena, una fiesta sorpresa tan lucida. Hubo opiniones coincidentes en que no merecía las molestias que se habían tomado. Olvidada quedó la placa en la que, debajo de un nombre, se leía: «En reconocimiento a quien toma las decisiones».