(Poema inspirado en el cuadro homónimo de Rafael Maestro)

Seres anónimos y sin memoria caminan por las calles.

Parecen autómatas, fabricados en serie,

sin conciencia de sí mismos y sin conciencia del paso del tiempo.

El olvido se ha impuesto al recuerdo y se desvanecen

cual hombres sin historia.

Como si hubieran perdido el derecho a recordar lo vivido,

como si nacer y morir fueran dos pasos continuos, sin vida.

A nadie le importa si amaron, si rieron o lloraron.

En su eterno caminar hacia la ciudad oscura

no encuentran consuelo.

Gotas de sudor o lágrimas silenciosas

acompañan su camino.

Chorros que diluyen el dolor acumulado

recorren sus cuerpos y llegan a sus pies

formando filamentos de penas y glorias

que se desmembran

en el tránsito inevitable de la vida a la muerte.

No ser es su misión y hasta para la última batalla

se debe poseer un valor recóndito, ignorado durante la vida

como durante la vida soñamos con la inmortalidad.

Más que vivir desearían no sufrir,

por eso se entregan irremediablemente al más allá.

Ha comenzado el viaje, y el retorno ya ni es posible ni deseado.

Mueren los ideales, se ignora al otro y así todo es más fácil.

Torrevieja, 10 de abril de 2012