Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 25 – Invierno 2012
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

Leer El retrato de Dorian Grey es conocer un relato trágico y bello. En pocos libros se funden de manera tan constante el placer y el dolor, la bondad y la maldad. Dorian aparece en los primeros capítulos como un verdadero adonis que atrapa al lector con su juventud, elegancia, porte y dotes refinadas para saber comportarse en sociedad. El narrador va creando los espacios adecuados para que la evolución del protagonista, en su lucha constante por mantener la eterna juventud, nos transmita la confianza necesaria para fraternizarnos con su amigo, el pintor Basil Hallward, para que inmortalice su imagen bella e impecable a través del arte. La dimensión artística y las buenas maneras son elementos importantes que tejen el argumento por situarse la trama en la refinada burguesía londinense del siglo XIX. El personaje de Lord Henrry Wotton es tremendamente complejo, ya que su voz representa toda una coral dentro de las páginas del libro. Se puede identificar como el antagonista de Dorian, un señor mayor, entrado en años, casado, víctima del deber y de la moral de su tiempo, pero su matrimonio le produce más insatisfacciones que felicidad y ve en Dorian la juventud perdida y el gran abanico de posibilidades que esta representa; por lo tanto, a la vez que invita a Dorian a disfrutar de la vida y de su lado más hedonista, también es la voz del autor, que en muchas ocasiones aprovecha su presencia en la escena para ir desvelando los aspectos más hipócritas de la sociedad victoriana, que cultiva el amiguismo y el interés personal en cada reunión social. Por supuesto, también conocemos a través de Henry (Harry para Dorian) cuáles son los convencionalismos sociales de los que debe formar parte y de los que no debe apartarse, aunque Harry le hará saber de forma explícita que renunciar al placer es renunciar a la propia vida. La influencia que ejerce sobre Dorian es desbordante, ya que pone en entredicho la moral que él mismo practica. Dorian habla poco, se muestra lacónico y prefiere escuchar la voz de la experiencia en Harry. Se convierte en su instructor y desata su lado malvado en más ocasiones de las que el mismo Harry estaría dispuesto a admitir.

La casa de Dorian y la noche son los espacios elegidos para dar rienda suelta al placer desatado y a la posterior reflexión introspectiva, a la tortura, a la voz de la conciencia que emana del propio cuadro, que se convierte en el único paño de lágrimas y cómplice del monstruo despiadado en que el joven elegante, con un magnífico porvenir, se está convirtiendo.

Lógicamente, a medida que la maldad, la fealdad y la destrucción van dominando la escena como una trasnformación kafkiana y una evocación al propio Fausto, el creador del cuadro, que se ha convertido en la encarnación del mal, debe desaparecer. Cuando Dorian mata a su buen amigo Basil, se produce un punto de inflexión narrativo, el lector sabe que ya no hay vuelta atrás, que el perdón y la redención de Dorian no es posible. Este asesinato contado de forma explícita con detalles morbosos, junto al suicidio de la joven dama Sibyl Vane (único personaje femenino de cierta relevancia que aparece en la historia) son dos hechos inalienables, sobrecogedores, que atormentarán a Dorian hasta el final. El mensaje en forma de tesis también es claro y palpable: la maldad destruye, y en Dorian es una autodestrucción, es el precio de pactar con el diablo. Los actos que decide llevar a cabo por el día le convencen con la misma intensidad con que llegan por la noche los remordimientos y el odio hacia sí mismo. Al llegar a casa y postrarse a los pies de su propio retrato, le implora el perdón. El retrato representa todo lo que él detesta: la fealdad y la vejez.

Pero la cronología narrativa crece con el amanecer de cada día después de haberse entregado al vicio sin límite y dejando de lado todo ápice de moralidad. El tiempo, la belleza, la juventud, el bien son demasiado valiosos para provocarlos, se pueden convertir en auténticos enemigos, y el autor así nos lo hace saber. Dorian se ha endiosado en su propia belleza, se niega a que sea efímera como la del resto de mortales y el mito narcisista se instala en su persona, de la misma forma que la decrepitud y el decadentismo se instalan en el cuadro.

Veamos aquí el simbolismo, la lectura implícita, la inferencia y el valor disémico que adquieren estos dos conceptos físicos, decrepitud y decadentismo, que Oscar Wilde convierte en morales, o más bien en inmorales. Por eso el cuadro debe ser destruido y, con él debe acabarse con la hipocresía amoral y dañina que se ha instalado en la sociedad victoriana del Londres en que vivió y amó el autor.

El suicidio del personaje le redime, y con él al resto de valores que se habían puesto en entredicho. El vicio desmesurado sin moralidad conduce a la destrucción. No podemos olvidar el reconocimiento al arte como belleza sublime que depura al hombre y borra sus debilidades, engrandeciéndolo e inmortalizándolo.

 Torrevieja, 29 de noviembre de 2011

(Fotogramas de la película estrenada en España en 2010, dirigida por Oliver Parker y protagonizada por Ben Barnes). www.elseptimoarte.net.