Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
25 – Invierno 2012
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

Tengo ante mí un ejemplar de Poemas y antipoemas de Nicanor Parra, al que recientemente se le otorgó el Premio Cervantes. Lo mismo, hace poco tiempo atrás, fue una traducción de Góndola fúnebre de Tomas Tranströmer, la que pernoctó en mi mesilla de noche como consecuencia de haber recibido su autor el Premio Nobel de literatura. Los dos son escritores de poesía y los dos muy mayores; en el caso de Tranströmer, con el agravante de ver toda su actividad mermada desde 1990 como consecuencia de un derrame cerebral.
No cabe duda de que las letras escandinavas, y en especial su narrativa, viven un momento muy dulce a nivel editorial, por eso no debe de extrañar que se ejemplifique en un símbolo como Tranströmer todo ese fenómeno; y no nos debe llamar la atención, pese a que su nivel de ventas sea muy inferior al de los Mankell o Larsson, pues él es una parte trascendente de la punta del iceberg literario surgido en el ya no tan rumboso estado de bienestar sueco al que, dicho sea de paso, siempre cuestionó.
La poesía de Tranströmer nace de lo natural y lo cotidiano. Con lenguaje modernista a veces, expresionista o hasta surrealista en otras, no disimuló su trabajo como psicólogo, que le permitió ahondar con sus versos en el individuo, su conducta y la relación con el medio en que se desenvuelve. Diría que es un Bergman de la poesía, porque a través de sus imágenes condensadas, translúcidas, nos da acceso a la realidad, como así lo definió la Academia sueca.
Pero para quienes puedan considerar a Tomas Tranströmer sólo como un fenómeno poético local, cabe acotar que, aparte de los muchos reconocimientos recibidos, es posible transpolar su concepto social a otras realidades (de las que también se nutre); y es éste, desde mi punto de vista, su significado más resaltable, y todo pese a que al leerlo no dejan de asaltarme los espectros invernales suecos, fantasmas deambulando por asépticas ciudades con la imperiosa necesidad de escapar a lo formalmente establecido, de romper esa autoridad casi paternal de pretender mostrarnos hasta las calles por las que debemos andar.
En fin, lo que al comienzo iba a ser una nota sólo sobre Nicanor Parra me llevó primero a Tomas Tranströmer, pero, aunque parezca extraño, lo fue más por evitar una comparación entre los dos poetas “importantes” del año, o por lo menos así reconocidos.
El Cervantes como tal es considerado el Nobel de las letras hispanas, y hace que invariablemente recurramos a las semejanzas y estas casi nunca sean acertadas. Es por eso que al reiniciar el imaginario viaje trazado desde el Norte al Sur, de lo sueco a lo chileno, nos puede acarrear un impensado esfuerzo, y aunque climáticamente la diferencia entre Lapland y Tierra del Fuego no sea lo más resaltable, sí lo es el contexto en el que nació, creció y vive Nicanor Parra. Pero, he ahí el esfuerzo, sin perder la perspectiva de que, como se dice popularmente en Chile, Parra fue (y es) un verdadero corcho, siempre flotó (y flota).
Bajo ningún concepto se debe obviar que, aun siendo hermano de uno de los mitos artísticos y de la lucha contra la opresión como lo fue Violeta Parra, Nicanor, el antipoeta, no se destacó tan siquiera por su mínimo cuestionamiento a quien precisamente en su país lideró el régimen dictatorial y por consecuencia encabezó la brutal represión.
Se me podrá decir, y es válido, que su actitud personal no es un impedimento para valorar su trabajo literario (el Nobel cargará por siempre a sus espaldas la apatía para con Jorge Luis Borges). De hecho, la influencia de Parra va más allá de los Andes y dio trascendencia a una forma de poesía y antipoesía que ya mucha crítica se ha encargado de celebrar: el éxito (y el hechizo) de la antipoesía, explican, está en la habilidad del autor de desdoblarse, transformar su voz natural de cantor lírico en otra, en su antítesis, en un antilírico capaz de pasar de héroe a villano. Para mí, un bufón palaciego que surte con su ingenio y humor a una corte como siempre más preocupada en sus intrigas que en la propia poesía. Como antes quise reflejar en Tranströmer un Bergaman, permítaseme que pueda hacer con Parra una especie de Dalí.
Así, ante la casi unanimidad de criterio sobre Tomas Tranströmer y el Nobel, se puede abrir una grieta en lo referente al Cervantes y a Nicanor Parra; ya que la actitud de ambos frente los acontecimientos y la vida en sí, algo que en definitiva se manifiesta en su poesía, deja una contradicción muy marcada y apunta a que esto de los grandes premios es una bendición editorial con la que los agraciados retoman el contacto con unos lectores que en el caso de Parra no pasaban por su mejor momento, y a nosotros, los consumidores de libros, se nos da la oportunidad de releer a dos poetas, de atinar algo más con sus versos, de buscar otros matices y en definitiva entender el porqué de unos homenajes (de ninguna manera digo inmerecidos) que se me antoja obedecen más bien a una cuestión sentimental, casi centenaria y, como se suele decir en el caso de los “Óscares honoríficos”, sintetizan el tradicional reconocimiento a una “larga trayectoria”.
La trascendencia dentro de las letras escandinavas de un Tranströmer ajeno a las controversias es evidente; como también lo es la influencia de Nicanor Parra, amante de palmeros y escaparates, en varias generaciones de poetas latinoamericanos. Lo demás es resultado de nuestras lecturas y la sensibilidad de llegar a la esencia de dos "viejos escribidores”, y nunca tan bien dicho, de su forma de existir y de decir. En definitiva, el recién terminado 2011 ha sido el año de los premios a la poesía, y por supuesto: que sean muchos más.