Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
24 – Otoño 2011
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

La película GATTACA mostraba un mundo futuro en los que los seres humanos eran discriminados, no por su raza, cultura o religión, sino por sus genes. En una secuencia determinada vemos a una chica delante de una ventanilla en la que el empleado le toma una muestra de la boca con un hisopo. La chica acaba de darse un beso con el chico con el que ha salido y se ha dirigido a una empresa que puede secuenciar el genoma de cualquier persona en menos tiempo del que el lector va a emplear en leer este artículo. De esa forma la chica se quiere asegurar de que su acompañante es genéticamente apto y de que no posee ninguna tara en sus cromosomas que pueda provocar una enfermedad genética a su descendencia. Pero también puede querer saber si el color del pelo de su novio es rubio de verdad o simplemente se lo ha teñido.
Probablemente nadie quiere llegar a un “mundo feliz” en el que cualquier persona, empresa o estado pueda acceder sin cortapisas al contenido del genoma de cualquiera de nosotros. Pero lo cierto es que la capacidad técnica de llegar al caso antes descrito es cada vez más probable. Como es lógico, hay regulaciones legales que impiden hacer un uso inadecuado de los datos genéticos obtenidos, de manera que por ahora GATTACA no está cerca.
Sin embargo, imaginemos la siguiente situación. Un grupo de investigadores desea realizar un estudio genético. Para ello solicita voluntarios con los que, por obligación legal, debe llegar al siguiente compromiso para proteger su privacidad: en caso de encontrar alguna alteración genética no se les dirá nada ni a ellos ni a nadie hasta que el estudio esté acabado para evitar errores debidos a no haber completado toda la investigación. Pero eso puede suponer no informar a las personas afectadas a tiempo para que puedan tomar medidas. ¿Qué hacer si un investigador encuentra una mutación que puede causar una enfermedad letal en la descendencia? ¿Decirlo o no?
Ese dilema moral se ha dado en la vida real. En noviembre de 1979, en la ciudad estadounidense de Ogden, Halena Black dio a luz a su primer hijo. El niño nació con muy poco peso, piel arrugada, ojos grandes y boca muy ancha. En octubre de 1980, el niño falleció de problemas cardiacos. A continuación, Halena tuvo tres hijas sanas y de nuevo volvió a tener un niño con los mismos problemas que el primero. Su tercer hijo varón nació normal. Pero el carácter genético de la enfermedad se desveló con el nacimiento de uno de sus nietos. También mostraba los rasgos de la enfermedad que padecieron sus dos hijos varones. De hecho, sus tres hijas han dado a luz a niños con el mismo síndrome.
Evidentemente, el caso llamó la atención de los expertos en genética humana, sobre todo porque se daba una circunstancia muy peculiar. Los Black eran mormones, y en esa religión es costumbre guardar un registro de los emparejamientos y los parentescos a través de las generaciones. El genético Gholson Lyon y su grupo investigador de la Fundación Utah para la Investigación Biomédica en Salt Lake City iniciaron una labor detectivesca para intentar determinar cuál era la mutación que causaba la enfermedad, conocida ahora como síndrome de Ogden.
La primera pista era que la mutación debía de estar en el cromosoma sexual X, ya que sólo se manifestaba en los varones (ver figura). En el instituto nos enseñaron que las mujeres tienen una pareja de cromosomas sexuales XX, mientras que los hombres tienen la pareja XY. Si una mujer hereda un cromosoma X con la mutación, su otra copia normal del cromosoma X puede complementarla. En los varones, al ser XY, eso no es posible. En conclusión, los varones sanos de dicha familia no portaban la mutación en su único cromosoma X, pero las mujeres sanas si podían ser las portadoras de la mutación.
Así que Lyon y su equipo tomaron muestras de 12 miembros de la familia Black y se pusieron a secuenciar los 2000 genes que están codificados en el cromosoma X. Todas esas secuencias fueron comparadas con los genomas de otras 200 personas no relacionadas con ellos. Estas comparaciones se realizan utilizando superordenadores, ya que se maneja una gran cantidad de datos. Para hacernos una idea, es como buscar un solo error en una palabra de un texto de 2.000 páginas comparándolo con 200 volúmenes de 2.000 páginas cada uno.
Identificaron así un gen denominado NAA10 que portaba una mutación en los miembros de la familia Black. Este gen codifica para una proteína cuya función es acetilar a otras proteínas. Sin esa modificación, las proteínas no funcionan correctamente y las células acaban muriendo. A partir de este trabajo también se ha identificado la misma mutación en otra familia no emparentada con los Black. Los resultados fueron publicados el pasado mes de junio en la revista American Journal of Human Genetics.
Ahora los médicos saben que si una mujer porta esa mutación en su cromosoma X puede dar a luz a hijos con dicha enfermedad, o a hijas portadoras de dicha mutación. Así que si a una paciente se le detecta dicha alteración genética se le puede aconsejar para que asuma los riesgos o decida someterse a pruebas de diagnóstico prenatal y así opte por la selección de embriones.
Pero en el caso de los Black sucedió una situación problemática desde el punto de vista ético. Al mismo tiempo que se realizaban las pruebas y se obtenían los primeros resultados, se supo que una de las mujeres de la familia estaba embarazada de cuatro meses y que el feto era un varón. Los investigadores sabían que la madre portaba la mutación pero no pudieron decirle nada ya que los análisis no habían sido realizados en un laboratorio clínico certificado. El niño nació con la enfermedad y en un extraño guiño del destino murió en la misma semana en la que se publicaba el artículo que describía la mutación responsable del síndrome.
Los mormones están en contra del aborto salvo en el caso de violación incestuosa o en el caso de peligro para la vida de la madre, y posiblemente no habrían tomado ninguna medida de ese tipo. Pero Lyon cree que habría que evitar este tipo de dilema moral permitiendo que a los laboratorios de investigación genética se les reconozca la certificación clínica. De hecho hay hospitales que ofrecen dicho servicio a sus pacientes, como el servicio de pediatría de la Facultad de Medicina de Milwaukee. Recientemente, en dicho servicio fue ingresado un bebé con fallo hepático. El único tratamiento era un trasplante de hígado, pero antes secuenciaron el genoma del bebé y encontraron que tenía dos mutaciones en un gen denominado Twinkle, esencial para el desarrollo de los orgánulos celulares denominados mitocondrias. Los médicos comprendieron que, aunque se consiguiera realizar el trasplante, el bebé no tenía salvación. Así que los médicos aconsejaron que el poco tiempo de vida que le quedaba a la niña no lo pasara recuperándose de una operación innecesaria, y que así se utilizara el hígado para otro niño que lo necesitara más.
Hay que tener en cuenta que sólo el Centro de Secuenciación Humana de la Facultad Baylor de Medicina, en la Universidad de Tejas, ha secuenciado en este año 5.000 genomas humanos, y que esperan concluir 30.000 en el año que viene. Está claro que se debe elaborar una regulación que permita el derecho a ser informado salvaguardando el derecho a la privacidad, si no queremos acabar en el mundo feliz de GATTACA.
Bibliografía:
Brendan Maher. Software pinpoints cause of mystery genetic disorder. Nature
Erika Check Hayden: Secrets of the human genome disclosed. Nature.