Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 23 – Verano 2011
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

Cómo andar, sin nostalgia, el camino, soñando dos sueños distintos mientras en torno el amor se desploma.

José Hierro

 

Rebuscando en el cajón desastre de mi mente intento hilvanar los retales de un espejismo. Deambulo por la árida estepa de mi corazón y nada hallo. Los recuerdos sesgados de mi quimera se deshilachan en la infinitud de un horizonte inalcanzable que me indica el largo trecho que debo recorrer en soledad. Cierro los ojos e intento aferrarme con fuerza a la vida.

Bajo la guardia y el vacío de mi ineludible destierro se apodera de mi coraje. Fuerzas extenuadas, interminable viaje… La ciénaga del miedo me acecha, me atrapa, engulle con voracidad mi cuerpo aterido de dolor, me desvanezco...

Un tenue rayo de luz me acaricia con dulzura y me susurra, sigiloso, que aún es tiempo de recuperar el sendero perdido, pues la intensa oscuridad descansa, ajena a mi fantasmagórica presencia.

El manto celeste se apiada de la desnudez de mi melancolía, abrigándome con su mejor presente: la Estrella de la mañana recuperada, primavera eterna, refugio de mi tierra yerma… que un día florecerá.

Recobro el sentido y logro incorporarme a mi errático viaje. Me aproximo a la pradera de la esperanza, mas sólo vislumbro el vaporoso reflejo de un tiempo desvanecido, espejo hecho añicos que muestra los cristales rotos de una imagen distorsionada, sin sentido, caricatura mordaz de mi osadía. Vuelvo a desfallecer. Noche fría…

Nada, nada, nada… El eco nihilista de mi voz se ahoga en la distancia, se reproduce en la lejanía, gestando desilusión y desgarro, amamantando mazazos impíos que irrumpen en el silencio estéril de una noche siberiana. Reveladora encrucijada de caminos sin retorno, de puertas cerradas a cal y canto, afanosas por poner cortapisas a mi vuelo. Patética realidad, fervientemente empeñada en mostrarme sin tapujos el cinismo de su impasibilidad, cual poderosa parca que teje, infatigable, nuestro destino. Arduo camino…

Vuelvo sobre mis pasos y el sollozo de una hoja de otoño extraviada me detiene. Me confiesa que languidece en el olvido de los corazones invisibles y susurra sentirse prisionera entre la hojarasca que arrastra un viento caprichoso y sibilino.

Su frágil existencia se extingue, abrazada a las llamas, que reavivan profundos deseos de eternidad. Sonrío complacida y envidio su suerte; bailan sus cenizas entre las nubes, dibujando estelas de colores que anuncian el gozo de los sueños cumplidos. Llueve…

Reanudo mi peregrinaje a tierra de nadie, sin rumbo ni brújula que me acompañen. Mejor así. Mejor que se pronuncie el arcano de la locura para alcanzar esa tierra prometida a mí misma mucho antes de imaginarla, mucho antes de hacerla mía, mucho antes de saber que existía…

El ímpetu de mis anhelos consigue resquebrajar las rocas del acantilado del desamparo, estrellándose contra el enfurecido oleaje de la frialdad. La canícula de un tiempo que ya no es me vigila, omnipresente, conjugando la inusitada irregularidad del verbo prohibido. Suspiro…

 

Me persigo y no me alcanzo. Me busco y no estoy. Me miro y no me veo.

Ya no soy... Me difumino en la impenetrable oquedad de mi ensoñación, en la impermeabilidad del rompeolas de una entelequia, en la frontera del desamor…

Mi temeridad se estanca al fin en la escollera de la cordura y se abandona a los designios de la razón. Encarnizada lid. La súbita ferocidad de un golpe de mar me ancla a mi barca, y me doblego ante la furia de la embravecida corriente. Grito silente.

Me escondo. Embriagada por la apacible brisa de unos labios puros, me sonrojo, y danza sobre mi piel un recuperado aliento, efímero momento que se eterniza en el paraíso de los sueños protegidos. Muros de hielo se derriten cuando penetras mi alma…

 

La magia de una luna llena amiga alivia mis heridas y se compadece de mi ser.

Se desvanecen los recelos, fieles cancerberos de mis ansias de volar, y se adivina la sombra de dos almas que se encuentran sin reconocerse. Tiempo de perderse…

Las cadenas de la ausencia liberan la nostalgia, y la cuerda floja de mi existencia se desgasta, al ritmo lento del ocaso de la sinrazón.

Encuentro de titanes, lucha sempiterna de fuerzas maniqueas: blanco sobre negro se funden apasionadamente, pariendo el mismo gris del desconsuelo. Imploro el arco iris de tu mirada, reclamo con insistencia el calor de un abrazo. Desaparezco…

Sólo lo que se pierde es adquirido para siempre.

Henrik Johan Ibsen

 

(Pintura: Bailarina en el agua, de María José Sanz Mateo)