Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
23 – Verano 2011
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

Urbana 1
No creo que todo el mundo pueda comprenderlo, pero me gusta mi trabajo. Quiero contemplarlo como una misión más que como un castigo. Ayudar a los demás es hermoso. Advertir a los jóvenes sobre las imprudencias al volante, de la temeridad de mezclar el coche y el alcohol. Yo misma ignoraba cualquier moderación, hasta aquella noche. Parece mentira que un solo día de mi vida, ocurrido hace ya más de cuarenta años, pudiera condicionar así el resto de mi existencia. Después de tanto tiempo, ya no me parece ni bien ni mal. Me gusta mi tarea. Sé que estoy ayudando a la gente. Casi ninguno puede desatender mis consejos. Una recompensa que sirve para olvidar las inconveniencias de actuar siempre en la noche, muchas veces con lluvia y frío, aunque tengo que reconocer que las inclemencias me afectan poco. En mi favor está mi aspecto. Muy pocos son los que no se detienen ante una rubia y bonita veinteañera. Lo único que sí echo de menos es cambiar alguna vez de lugar. Demasiados años en esta curva.
Urbana 2
Me encanta que los chicos me llamen. En eso no me diferencio del resto de los adolescentes. A veces, me paso el día esperando una llamada que casi siempre llega de noche. Me da igual salir con grupos de chicos, con grupos de chicas o con grupos de chicos y chicas, lo importante es que me llamen. Luego, después de la sorpresa inicial, lo de siempre, al principio bien, luego unas veces mejor y otras peor. Yo siempre disfruto. Los chicos a veces se lo pasan bien, otras no. Alguna idiota ha llegado a decir que llamarme fue la peor decisión de su vida. Chorradas de adolescente.
Estoy deseando volver a salir. Creo que ya me llaman. Bueno ya hablamos, me están llamando… Espera que digan por tercera vez mi nombre.
Urbana 3
Debido a su sangre fría, todos los reptiles dedican una media de cuatro horas diarias a tomar el sol. Cualquier escolar lo sabe, resulta sorprendente que una sociedad civilizada que maneja esta información tan conocida, haya podido dejarse embaucar por semejante patraña. Creer que un lagarto, de proporciones considerables, pueda sobrevivir en el sistema de alcantarillado, lejos de la luz solar y alimentándose de infortunados poceros, no puede ser más que un cuento para asustar a los niños o una advertencia a los viajeros de las consecuencias terribles de comprar bichos exóticos.
Desde que la compañía eléctrica le había ofrecido trabajar reparando las instalaciones subterráneas, una tarea desagradable pero bien pagada, había expuesto una y otra vez estos argumentos a sus amigos cuando le preguntaban si no sentía miedo al bajar a los subsuelos de la ciudad. Ahora, la sensación de opresión de aquellas mandíbulas cerradas sobre su pecho y el ahogo cuando el caimán le sumergió, no podían borrar de su mente el asombro de estar siendo devorado por una leyenda urbana.