Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
21 – Invierno 2011
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

Uno de los más famosos villanos del cine es Harry Lime, el personaje interpretado por Orson Welles en El tercer hombre. Éste hacía su fortuna a costa de la salud de los demás al vender penicilina adulterada. En una famosa secuencia de la película se ven los terribles efectos de su negocio, al mostrarse en la pantalla a toda un ala de un hospital repleta de camas con niños enfermos.
Pues bien, ya contamos con un nuevo Harry Lime. Se trata del ex doctor Andrew Wakefield. La historia completa se encuentra en una serie de tres artículos escritos por Brian Deer, periodista de la revista British Medical Journal.
En febrero de 1998 apareció en The Lancet, una de las más influyentes revistas médicas, un artículo de un grupo liderado por Andrew Wakefield, en el que, tras realizar un estudio con doce niños autistas, se afirmaba que la causa de dicho trastorno era la administración de la vacuna triple vírica, que inmuniza a los niños frente al sarampión, las paperas y la rubeola.
Podemos imaginar la preocupación que la noticia despertó en millones de padres. Mucho más grave fue el hecho de que dicho estudio fuera aprovechado por los grupos anti-vacunación para defender su irracional postura. Se generó una corriente de pánico a nivel mundial, consiguiendo que muchos progenitores decidieran no vacunar a sus hijos, pensando que era menos peligroso para ellos el padecer dichas enfermedades a sufrir autismo. Como era de esperar, la incidencia de brotes de sarampión y de las otras enfermedades aumentó. Y fueron muchos los niños que quedaron con secuelas o incluso murieron a causa de dichas patologías.
Para hacernos una idea de lo que estaba pasando, hagamos unos pocos cálculos. La prevalencia del autismo a nivel mundial es de 2 niños autistas por cada 1000 niños nacidos. Con el sarampión, las cifras son de 3 fallecimientos por cada 1000 niños afectados por la enfermedad. Pero en el tercer mundo la prevalencia puede llegar hasta las 280 muertes por cada 1000 niños. Si introducimos en la ecuación aquellos niños que sufren secuelas como la encefalitis o las úlceras corneales después de haber padecido la enfermedad, podemos llegar hasta cifras de un 6% del total de enfermos. Y a pesar de esos números aún hay padres que prefieren no vacunar a sus hijos. Sin ir más lejos, el pasado mes de octubre se declaró un brote de sarampión en un colegio de Sevilla y un juez se vio obligado a decretar la vacunación obligatoria.
Se inició una serie de estudios científicos independientes que intentaron demostrar o refutar la tesis de Wakefield. Ninguno de ellos indicó que la asociación entre autismo y vacunas existiera. Pero eso no parecía convencer a Wakefield y sus seguidores. En el año 2007, el Consejo General Médico Británico tomó cartas en el asunto. Lo primero que hizo fue analizar los datos del propio estudio realizado por Wakefield. Tras gastarse un millón de euros revisando historiales y datos, el Consejo descubrió cosas bastante interesantes.
Investigar cuesta dinero. Cuando un grupo investigador publica un artículo, está obligado a decir cómo ha conseguido la financiación para, de esa forma, comprobar si hay un conflicto de intereses. Por ejemplo, cualquier persona mostraría suspicacia ante un estudio que dijera que el tabaco es saludable si esa investigación está financiada por una tabacalera. Pues bien, la primera cosa extraña que encontró el Consejo de Médicos de Gran Bretaña al revisar los datos de Wakefield es que éste había recibido fondos de los abogados de las asociaciones antivacunas, y no lo había dicho. Wakefield había sido contratado como “asesor” y por ello se le pagaron 55.000 libras (unos 65.000 euros).
Lo segundo que encontraron es que los ensayos y pruebas diagnósticas realizadas a los niños no habían sido aprobados por ningún comité de ética. Desde la Segunda Guerra Mundial existe una legislación internacional que regula la experimentación con seres humanos y exige que dichos estudios sean supervisados por un comité para evitar abusos. Wakefield llegó a engatusar con dinero a los amiguitos de sus hijos para que se dejaran realizar un análisis de sangre sin consentimiento de los padres. Y en el caso de los niños autistas, se realizaron pruebas diagnósticas innecesarias, como colonoscopias y punciones lumbares.
A finales de enero de 2010, el Consejo Médico sentenció que Wakefield había actuado de manera deshonesta y describió que sus análisis habían sido realizados de forma engañosa e irresponsable. Un par de días después, la revista The Lancet decidía retirar el estudio de Wakefield considerándolo como “erróneo”. En mayo del pasado año, el Consejo Médico les retiró la licencia a él y a otro de sus colaboradores, por abuso de su posición de confianza y el descrédito causado a la profesión médica.
Pero las cosas no se han quedado ahí. Brian Deer descubrió que todo se trató de un fraude deliberado en el que se engañó a los padres y se experimentó con sus hijos, para fabricar resultados buscando beneficios económicos. Una de las ideas era montar una empresa que desarrollara una especie de kit de diagnóstico del autismo. Diversos inversores debían invertir unos 600 millones de euros bajo la promesa de unas ganancias anuales de 33 millones.
La revista The Lancet también tiene su parte de culpa. Brian Deer llevó a los editores las primeras pruebas del fraude en el año 2004. Sin embargo, éstos no hicieron nada. Peor que eso, negaron que las pruebas de fraude presentadas fueran convincentes y defendieron a Wakefield y su estudio. Edward Horton, el editor jefe de la revista, se intentó proteger intentando “mezclar churras con merinas” al compararse con Galileo llegando a decir que "en Ciencia, sólo el compromiso con la libertad de expresión libera del férreo control de la religión en el camino de los seres humanos para entender el mundo".
Ya dice el dicho que una media verdad es peor que una mentira, porque este fraude no tenía nada que ver con la religión ni con la libertad de expresión, sino con el método científico. En la investigación científica, además de la libertad de expresión, son necesarios la ética y el rigor experimental. Y de eso había muy poco en este asunto.
Bibliografía:
Brian Deer. British Medical Journal. 2011
1.- How the case against the MMR vaccine was fixed
(http://www.bmj.com/content/342/bmj.c5347.full )
2.- How the vaccine crisis was meant to make money
(http://www.bmj.com/content/342/bmj.c5258.full )
3- The Lancet’s two days to bury bad news
(http://www.bmj.com/content/342/bmj.c7001.full )
Origen de las imágenes:
Harry Lime: jalopnik.com
(http://jalopnik.com/382860/commenter-of-the-day-harry-lime-edition)
Andrew Wakefield: Revista New Scientist
(http://www.newscientist.com/blogs/shortsharpscience/2011/01/mmr-scandal-first-flawed-now-f.html?DCMP=OTC-rss&nsref=online-news)