Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
21 – Invierno 2011
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

El contexto histórico en el que se desarrolla este relato nos traslada al siglo tercero antes de Cristo. Dos potencias de la época, la próspera Cartago y la emergente Roma, se disputan la hegemonía del Mediterráneo occidental. Tras finalizar la primera guerra púnica entre cartagineses y romanos (264-241 a. C.), saldada con derrota cartaginesa, en el año 237 Amílcar Barca, padre de Aníbal, llega a la Península Ibérica a través de Cádiz, la antigua Gades, estableciendo una zona de dominio púnico en el Valle del Guadalquivir. Muerto Amílcar durante una escaramuza al vadear un río, le sucede su yerno Asdrúbal Janto en el mando del ejército cartaginés. Hábil diplomático, tras pacificar la región, consigue firmar un tratado con los romanos sobre los límites territoriales de ambos bandos en el solar ibérico. Asdrúbal, sobre un asentamiento mastieno, fundó la ciudad de Qart-Hadast, la actual Cartagena de Levante, con la intención de convertirla en la capital cartaginesa de la península.
Sureste de la Península Ibérica. Año 226 antes de Cristo.
La nave griega de cuarenta codos, provista de una vela cuadrada, se aproximaba a la bahía impulsada por un viento moderado. La embajada romana, formada por dos senadores, había elegido aquella discreta embarcación comercial, que en teoría transportaba ánforas repletas del preciadísimo vino de Kyos, para pasar lo más inadvertida posible y alcanzar así su objetivo.
—Ahí la tenéis, señores, Qart-Hadast1, la esplendorosa capital de los púnicos en Iberia, a los pies del mejor puerto natural de todo el Mar interior —exclamó jovialmente el obeso capitán chipriota.
—Déjate de alabanzas y procura que tus hombres nos desembarquen en un lugar apartado —la voz del maduro senador Valerio Flaco sonó aguda y autoritaria.
—Me parece que eso va a ser difícil, Valerio —le replicó su compañero Quinto Fabio, a la vez que, haciéndose visera con la mano derecha, añadía—: Creo distinguir en la rada principal un nutrido grupo que, si mucho no me equivoco, puede tratarse de nuestro comité de bienvenida. ¿No es así, capitán?
El joven senador Quinto Fabio no se había equivocado. Conforme la embarcación fue acercándose a puerto, quedó claro que los estaban aguardando a ellos. Dos pequeños barcos de velas triangulares les salieron al encuentro y los escoltaron hasta la orilla. Una vez realizadas las maniobras de fondeo y atraque, echado un ancho tablón a tierra, los representantes del Senado y del Pueblo de Roma, Valerio Flaco Metelo y Quinto Fabio Máximo, envueltos en sus togas, se dispusieron a hollar con sus sandalias la tierra de Iberia. Allí los esperaban, con un vistoso séquito, el sufeta2 Zakarbaal y el príncipe mastieno Alco, encargados de dar la bienvenida a los egregios visitantes en nombre del señor de la ciudad.
Una vez realizados los saludos de rigor, la comitiva abandonó los abigarrados arsenales de la zona portuaria, dirigiéndose en sendos carros a través de una ascendente calle flanqueada de casas aterrazadas de muros de piedra. A aquella hora, el crepúsculo, la vía se encontraba llena de atareadas gentes, de diferentes razas y culturas, que iban y venían, predominando cartagineses, mastienos e íberos. Conforme fueron ascendiendo, las viviendas fueron dejando paso a jardines cuajados de jacintos, laureles y tomillos entre cipreses y granados, hasta llegar al suntuoso palacio que coronaba una de las cinco colinas sobre las que se asentaba la urbe, fundada años atrás por los cartagineses sobre el primitivo enclave de Mastia3. La fachada del imponente edificio estaba conformada por marmóreas columnas, rematadas por cornisas y frontones con adornos geométricos y vegetales. Y allí, en la puerta principal, rodeado de antorcheros, les esperaba el Estratega de Libia e Iberia, Asdrúbal Janto, de señero porte y rostro barbado. Vestía túnica color hueso, capa púrpura, cinturón y sandalias plateadas. Adornaba su cabeza una corona entrelazada de ramas de olivo, símbolo de la realeza.
—¡Salve, nobles senadores! Sed bienvenidos a Qart-Hadast, la ciudad nueva. Comprobamos satisfechos que Roma, al fin, ha aceptado nuestra oferta de negociar sobre suelo de Iberia. Impacientes como estábamos, nos hemos permitido preparar vuestra llegada. A partir de mañana, iniciaremos las conversaciones que espero concluyan en un fructífero entendimiento entre dos grandes pueblos, el de los hijos de Dido y el de los hijos de Rómulo y Remo. Mientras no llegue la aurora, aprovechemos la noche; os ruego que ocupéis junto a mí el lugar de honor en el banquete, preparado en palacio, para celebrar esta jubilosa jornada.
Los atónitos romanos no salían de su asombro. Tras el parlamento de Asdrúbal, dado con una voz grave y poderosa, seguido de palabras de agradecimiento por parte de Valerio Flaco, los condujeron al interior del palacio-fortaleza. Sin apenas tiempo para relajarse en las lujosas estancias que les habían asignado, pasaron a un gran salón en la planta baja con columnas policromadas, suelo ajedrezado y teselas de mármol. Una vez acomodados en divanes frente a mesillas individuales, cada uno a un lado de su anfitrión y flanqueados por el sufeta y el príncipe mastieno, comenzó el festín.
Las delicias gastronómicas, propias de la zona, fueron servidas por jóvenes y esculturales muchachas ataviadas a la manera íbera. Comieron, hasta hartarse, sabrosos pescados asados, el espeso y afamado garum4 sobre tortas de trigo, deliciosos pajarillos fritos cocinados con hierbas aromáticas y jugosa carne de jabalí en salsa con ajos y cebolletas, todo ello regado con vino especiado de Rodas y con un caldo autóctono, de color ambarino, procedente de las vides de una hacienda situada a mitad de camino de Akra Leuke y enclavada entre la costa y una laguna salada. Como colofón, se sirvieron de postre grandes tajadas de melón y sandía, pastelillos de miel y agua de flores con limón.
En el transcurso de la cena, Valerio y Quinto fueron ilustradospor Asdrúbal, Zakarbaal y Alco sobre las excelencias de la tierra que los acogía, hablándoles del benigno clima, de sus productivas minas de metal argentífero, del esparto de sus montes y de los peces de sus aguas. Igualmente, les destacaron la importancia de los astilleros, así como de las industrias de salazones y de extracción de sal. Se compararon las siete colinas de la ciudad de Roma con las cinco de Qart-Hadast y se les destacó el increíble desarrollo experimentado por la urbe desde que fue fundada (o refundada, como le gustaba matizar al mastieno Alco) por los cartagineses; edificios públicos, templos, ágora, vías públicas o la construcción de aljibes y cisternas de planta cuadrangular constituían buenos ejemplos de ese desarrollo. Tras la cena, el sistema de iluminación de antorchas y pebeteros fue sustituido por uno más tenue a base de lamparillas. Las mismas muchachas que habían servido las viandas, oriundas de Gades5, pasaron a ejecutar sensuales danzas alrededor de los comensales, aumentando su libido de forma considerable.
A la gran recepción dispensada a Valerio y a Quinto les siguieron seis días repletos de arduas negociaciones con Asdrúbal y dos hombres de su confianza, celebradas en una apartada estancia del ala este del palacio. En numerosas ocasiones se vivieron momentos de tensión, de recriminaciones de agravios, de fuerte confrontación verbal con algún que otro golpe en la mesa. Pero la voluntad de Asdrúbal, unida al ánimo decidido de los dos senadores romanos, dio el fruto apetecido. Al atardecer del sexto día, los reunidos, con aspecto ojeroso y cansado, pero con íntima satisfacción, entrelazaron sus brazos como resultado del acuerdo. A continuación, con suma celeridad, entraron en acción los escribas, pasando a redactarse en tablillas de cera lo que habría de conocerse como el Tratado del Iberus, documento en el que romanos y cartagineses establecían sus respectivas áreas de influencia en Iberia. La diplomacia, en medio de un mundo violento y hostil, había triunfado esta vez. ¿Por cuánto tiempo?
La solemne rúbrica del Tratado del Iberus tuvo lugar al día siguiente, en el templo dedicado al dios-sanador Eschmún6, situado en lo alto de la colina más próxima al mar. El gran templo de Baal no pudo ser testigo del magno acontecimiento por hallarse aún en construcción. En la columnata al aire libre del lugar sagrado se estamparon los sellos que daban validez al documento, ante la atenta mirada del Sumo Sacerdote Urizat.
Al concluir el acto, los satisfechos senadores romanos descendieron a pie, escoltados por dos guardias del batallón sagrado, por la parte norte de la colina de Eschmún. De repente, Quinto retuvo a Valerio:
—Fíjate en la inclinación de esta ladera, sería óptima para construir el graderío de un teatro con el escenario allá abajo.
—¿Óptima?, más bien sería absurdo llenar este terreno de gradas de madera —le espetó su compañero.
—Es que yo no estaba pensando en una construcción de madera sino de piedra —dijo con vehemencia Quinto.
—Un teatro de piedra, qué inaudito. Eso es cosa de griegos. Todos los teatros romanos que conozco son de madera —afirmó taxativo Valerio.
—Todo se andará, amigo Flaco, todo se andará —el joven senador sonrió y continuó el descenso.
Por la tarde, cuando lentamente la nave griega a golpe de remos abandonaba la bahía, Quinto Fabio Máximo, acodado a popa, contemplaba la ciudad alejarse mientras daba rienda suelta a sus pensamientos: «Qart-Hadast, una acogedora ciudad a la que siempre merecerá la pena volver... y con un lugar ideal para emplazar un gran teatro».
Nota del autor.- En el año 1988, en Cartagena, con motivo del comienzo de las obras del Centro Regional de Artesanía en la ladera norte del Cerro de la Concepción, fue descubierto uno de los teatros más monumentales de la Hispania romana. El teatro había permanecido oculto por sucesivas capas de ocupación bizantina, árabe, medieval... hasta nuestros días, manteniéndose en un buen estado de conservación con un 60% de elementos originales. Fue construido entre los años 5 a 1 antes de Cristo y tenía una capacidad de 6.000 espectadores.
1 Llamada Cartago Nova por los romanos a partir de su conquista a los cartagineses en el año 209 a. C.
2 Magistrado principal cartaginés.
3 Capital de los mastienos, etnia íbera cuyo origen se pierde en el mítico reino de Tartessos.
4 Salsa de pescado que se obtenía a partir de la maceración en sal de vísceras de pescados como la caballa y el atún.