Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
20 – Otoño 2010
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja
Si nuestro efímero paso por el mundo, por razones obvias, es insignificante en comparación con las Historias —la prehumana, la humana y la posthumana, que la habrá—, podríamos considerar que, cuando vamos metiéndonos en siglos, lo importante es la obra, y si ésta perdura después de haberse ido la persona. Los textos especializados recogen hoy nombres de muy distintas improntas. Desde tiranos que sojuzgaron y masacraron, hasta libertadores que pacificaron y educaron a países enteros. Pero curiosamente, o no tan curiosamente, dichos textos no siempre coinciden en la mención de los nombres o en la adjudicación de las categorías. Será porque ese terreno es resbaladizo, o será porque conviene acomodarse a las épocas, que los textos también las padecen. En otros ámbitos, como el científico, sí guardamos memoria, con más unanimidad, de quienes dedicaron su talento a aplacar dolores o erradicar enfermedades. Otra cuestión es el poco caso que hacemos a los que trabajan en la actualidad con idéntico objetivo.
Convendremos, en consecuencia, en que no hay que dejar recuerdo, sino buen recuerdo. La figura central de este número arscreatiano, la de Miguel Hernández, es un claro ejemplo de vigencia. Nuestro insigne paisano ya ha conseguido que se hable de él durante más tiempo del que le permitieron vivir; y que sobre su poesía y circunstancias se hayan imprimido más renglones que los que él mismo pudo manuscribir. Y todo ello, luego de superar un largo periodo en que no era fácil ni lo uno ni lo otro. Ahora bien, esta profusión, en principio deseable, no carece de inconvenientes. Y es que, de nuevo, tropezamos con las ineludibles Administraciones y, los más devastadores, sus acólitos. Diversos escritores o compositores, con el pretexto de un número redondo de aniversarios, son objeto de homenaje. Aunque, en realidad, el homenaje, con su amplia gama de vertientes —desde la económica hasta la política—, se lo dan otros con aquéllos como subterfugio. Cursos de cualquier estación del año, conferencias, congresos, simposios, noticias en los medios de comunicación, rutas turísticas... y hasta discursos parlamentarios nos abruman durante las citadas fechas. Menos leer libros y escuchar música, se hace de todo. Pero, al fin y al cabo, bienvenida sea la vorágine anterior si algún aficionado novel o de otras lenguas maternas —previas traducciones, tan necesarias— descubre a los ilustres autores y, una vez exento de los pelmas de turno el espíritu tras la pertinente cura de reposo, se detiene con calma y emplea su tiempo en lo fundamental: las respectivas obras.
A nadie escapan los años que le tocaron en desgracia a Miguel Hernández, ni su toma de postura. Se entregó honrada y valientemente a una causa; en esto no difiere de miles de compatriotas del momento. Su tragedia personal y familiar constituyó una más de las sufridas en cada parte, antes o después, en aquella terrible España. Por supuesto que, si queremos entender cierta cantidad de sus poemas, precisamos un acercamiento al contexto histórico en que fueron escritos. Pero ese acercamiento no debe impedirnos leer al poeta sublime ni elaborar prejuicios sobre otros aspectos al margen, pues son muchos los foros actuales que, con premeditación notoria o sin ella, llevan ese camino. Por eso, en la medida de lo posible, nuestra humilde publicación, en un día tan especial como el 30 de octubre de 2010, quiere resaltar, por encima de todo, la literatura.
El nombre de Miguel Hernández ya tiene su justa memoria en calles y plazas, asociaciones y premios, entidades y fundaciones, institutos y universidades. Está a salvo el orgullo de que un hombre de nuestra comarca ocupe un lugar merecido y destacado —huyamos de escalafones y de concreciones numéricas— en la lírica hispanoamericana y universal del siglo XX. Habrá más homenajes, más encuentros y más lecturas públicas. Pero quizá —¿o será una impresión equivocada?— nos falte reflexionar sobre los temas de su poesía, el amor, la vida, la muerte, la libertad, la tierra, el combate, de manera que éstos queden ajenos al trasfondo artificial que los sitúa a favor o en contra, con rayas que separan y distinguen. En definitiva, entre tantos conatos de remembrar impropiamente aquella terrible España, cuando los organismos oficiales amplifican o silencian según qué sucesos presentes o pasados, lo que pretendemos con este homenaje —uno muy modesto entre cientos— es que acudamos a la fuente directa, la obra de Miguel Hernández. A lo que escribió él y no tanto a lo que nos cuentan advenedizos con mejores o peores tino e intención. Hoy, por fortuna, lo tenemos a nuestro alcance. Disfrutémoslo. Sintámoslo. Vivámoslo. Sin interferencias.