Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
20 – Otoño 2010
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

—Te echaba de menos... ¡Vamos, siéntate! Te he dejado un espacio a la orilla de este acantilado. ¿Has visto hoy la mar? Ese horizonte plateado junto al blanco de las gaviotas parece adornar a los pesqueros que llegan a puerto...
—Forjado por el día, mi corazón que quema/ lleva su gran pisada del sol adonde quieres,/ con un sólido impulso, con una luz suprema/ cumbre de las montañas y los atardeceres.
—Es en este rincón donde busco tu compañía, con el deseo de discernir en silencio cada palabra, meditando calladamente mientras juzgas todo, sin justificar lo que otros procuraron para el porvenir. Has estado a mi lado en cientos de ocasiones, pero sigues siendo un desconocido… ¡No importa! Dejaremos a un lado los nombres y quiénes somos… El tiempo nos arropará con el disfraz de los necios que pasan por la vida sin dejar huella. Hoy yo también siento esa soledad que incita a hablar. Por eso te necesito. ¿Me escucharás? Sé que palpitas de orgullo, pero atiéndeme.
—Todo es peligro de agresiva arista,/ sugerencia de huesos y de muertes,/ inminencia de hogueras y de males./ Mis ojos, sin tus ojos, no son ojos,/ que son dos hormigueros solitarios,/ y son mis manos sin las tuyas varios/ intratables espinos a manojos...
—…Esto es mucho más de lo que desearía ser. Ayer fui un joven luchador que poseía una vida repleta de pequeñas cosas, ésas que satisfacen al mundo en el que vivimos, pero me encontraba ajeno a otras realidades. Sin embargo, sucedió algo. ¿O quizás debo decir «alguien»? ¡Sí!... En realidad fue una persona, un gran amigo.
…A mis diez años, mi vida era atractiva y relajada. Él vivía al borde del mar, en una pequeña casa como tantas otras del pueblo. Esto le ofrecía la oportunidad de descubrir sensaciones a cada paso. Creo que estaba satisfecho de su existencia...
—Hay ojos que derraman raíces amorosas,/ sobre tus ojos tienes/ uñas que a hacerse dueñas de las cosas/ avanzan por tus sienes.
Necesitan incienso e incensario/ tu secundaria vida,/ tu corazón de espino secundario,/ tu soberbia de zarza consumida./ Sobre tu pedestal o tu peana,/ monumento de oficio,/ cuando tu salvación está cercana/ quieres llevar un pueblo al precipicio.
—No, nunca hablamos de sus deseos, aunque yo como pupilo suyo, sentía por él una gran admiración cuando me hablaba de esas cosas que están en los libros. En ocasiones caminaba por la habitación donde daba clase y lo veía enfrascado en la lectura de un libro destartalado por el uso. Entonces pensaba que él era distinto a los demás... y a mí.
—Aprende en estas vidas, aprende como aprendo:/ aprende a ser un hombre bien clavado en el barro,/ lo mismo que estos hombres que mueren encendiendo/ la mecha, la sonrisa, la muerte y el cigarro.
—Entonces, cuando nos llevaba a la orilla de la playa para que comprendiéramos las lecciones sobre la naturaleza, se quedaba mirando el horizonte, que parecía no cambiar para él. De pronto, cogía un papel en blanco y con trazo firme escribía alguna historia de amores y tristezas, de un mar en calma, de profundos amaneceres en otras tierras. Luego le pedía que me leyera cuanto había escrito en aquel papel...
—¡Ay!, breve vida intensa/ de un día de rosales secular/ pasaste por la casa/ igual, igual/ que un meteoro herido, perfumado/ de hermosura y verdad./ La huella que has dejado es un abismo/ con ruinas de rosal/ donde un perfume que no cesa hace/ que vayan nuestros cuerpos más allá.
—También a veces yo me sentaba a su lado y le hablaba, le contaba mis problemas de niño, todo cuanto suponía mi vida a los diez años. Hasta que un día... todo cambió. Era de noche y unos golpes en la ventana de mi dormitorio me avisaban. Mis días de niño habían terminado. Todo estaba en penumbras. Era noche cerrada, mi madre se acercó a la cama y me dijo que debía levantarme. Me dio un hatillo con la comida y un consejo: «¡Obedece al capitán!». De mi boca no salió una sola palabra, aunque mientras caminaba hacia el puerto me pregunté: ¿quién acompañará a mi maestro a la playa?
—Ausencia en todo veo:/ tus ojos la reflejan./ Ausencia en todo escucho:/ tu voz a tiempo suena./ Ausencia en todo aspiro:/ tu aliento huele a hierba./ Ausencia en todo toco:/ tu cuerpo se despuebla./ Ausencia en todo pruebo:/ tu boca me destierra./ Ausencia en todo siento:/ ausencia, ausencia, ausencia.
—Esa misma ausencia fue la que sentí, hasta que, al cabo del tiempo, nos encontramos en la playa de nuevo mi maestro y yo. Al acercarme pude ver en su mirada algo distinto... Había una terrible soledad en sus ojos, como si él fuese el protagonista de uno de aquellos tristes relatos. Hubo quien creyó que estaba perdiendo la razón. Yo sabía que se debía a esa inquietud que palpitaba en su interior y decidí creer que pasaría pronto. Sólo era un mal momento. En aquella ocasión, al verme, sonrió. Su voz era melodiosa y firme: «¡Mi querido alumno!». Su rostro era sereno, aunque se adivinaba cierta perplejidad en él.
Yo le sonreí y quise estrecharlo entre mis brazos, pero él me dijo en voz baja: «He de alejarme». Intenté retenerlo, pero me detuvo. «No lo hagas, ni digas nada. Apenas tiene sentido mi labor si vosotros, mis alumnos, no estáis junto a mí, yo no soy nada».
—Troncos de soledad,/ barrancos de tristeza/ donde rompo a llorar.
—...Aquellas palabras aún las siento en mi interior como aquel día, hace... tantos años. Le di la espalda y seguí con mi trabajo en la mar. Quizás debí explicarle cuál era mi verdadero deseo: «Soñaba con ser un hombre como él...». Entonces me sentí como un náufrago sumergido en un mar donde apenas podía sobrevivir. Ebrio de alcohol, caminé por la vida hasta terminar como el payaso al que abandona su público. He de contarte un secreto: «En algún lugar construí un hogar con una mujer a la que amé, pero mi debilidad me llevó a perderlo todo». Siento que ha llegado la hora de mi última victoria sobre la vida y aquí estoy, en este acantilado donde en otro tiempo descubría el horizonte en compañía de mi maestro. Decidí que éste sería el lugar donde al fin acabaría con tanta bajeza, y entonces… apareciste.
—¿Qué pasa?/ Rencor por tu mundo,/ amor por mi casa./ ¿Qué suena?/ El tiro en tu monte,/ y el beso en mis eras./ ¿Qué viene?/ Para ti una sola,/ para mí dos muertes.
—No puedo hablar de muerte, cuando hay algo que me lleva a sentarme a tu lado sin saber la razón. Durante largos meses he deseado estar en tu compañía aunque sigues siendo un desconocido que cada amanecer, fiel a su cita, se sienta al borde de este acantilado. Posees la unión perfecta del poeta y el filósofo. Un apacible puerto para el bien y el mal, y a ambos les permites ocupar el lugar donde yo me encuentro sentado de una forma casi primigenia. Entiendo que el estar a tu lado tenía una razón: comprender que el amor es el sostén de la creación...
—Todo está lleno de ti,/ y todo de mí está lleno:/ llenas están las ciudades,/ igual que los cementerios/ de ti, por todas las casas,/ de mí, por todos los cuerpos.
Por las calles voy dejando/ algo que voy recogiendo:/ pedazos de vida mía/ venidos desde muy lejos./ Voy alado a la agonía,/ arrastrándome me veo/ en el umbral, en el fondo/ latente del nacimiento./ Todo está lleno de mí:/ de algo que es tuyo y recuerdo/ perdido, pero encontrado/ alguna vez, algún tiempo.
—A diferencia de aquéllos que se aferran a la vida, conoces el secreto de llegar a ser inmortal. No eres parte de la tierra. Eres el compañero, el amigo de los hombres. De improviso te quedas mirando el horizonte y tu mirada me recuerda la de otra persona, aquel maestro que con pasión se dejaba dominar por la mar donde surgen historias. Te has dejado arrastrar por el vaivén del mar, esa mar que parecía mostrarte sus secretos: tesoros con forma de caracolas y estrellas, arenas que sirven de almohada donde descansar, y la suave espuma que cubre los desnudos cuerpos, con forma de lecho donde dormir, sepultura donde reposar para la eternidad.
—El corazón ya cesa de ser flor de oleaje./ La frente ya no rige su potro, el firmamento./ Por más que el cuerpo, ahondando por la quietud, trabaje,/ en el central reposo se cierne el movimiento./ No hay muertos. Todo vive: todo late y avanza./ Todo es un soplo extático de actividad moviente./ Piel inferior del hombre, su traje no ha expirado.
—¡Mira! El amanecer trae promesas de un sol resplandeciente capaz de herir con su intensidad a quien se atreve a mirarlo. Los rojos se mezclan con los naranjas y los azules de este mar en calma. Sin embargo, siento el presagio de un infortunio. Mientras caminaba hasta aquí, unas nubes amenazadoras de tormentas me perseguían. El cielo comenzó a cubrirse de nubarrones, convirtiendo las tranquilas aguas en un ir y venir de olas cargadas de espuma blanca. El camino se impregnó de un color neutro y sombrío, y me llegué a sentir poseído por una extraña tristeza. El aire olía a lluvia. En el horizonte crecía la oscura tormenta que galopaba sobre la mar. En ese instante sentí cómo en mi interior surgía el desaliento dejando paso a una oscura reflexión. ¡Al fin lo sé! Todo ha terminado.
Sí, de repente lo sé, no caminaré más por este sendero... Nadie volverá a caminar. Soy parte de esta historia que calladamente escribiste a orillas de la playa. Palabras en un papel en blanco con forma de emociones que se disuelven frente a un alma sensible. No obstante, el saberme una criatura de ficción no me abruma. Quizás pueda estar confuso. Tal vez pueda soñar con imágenes de poetas... Tan sólo una cosa me inquieta: ¿quién recogerá este legado? Es extraño observar el horizonte... y es extraño cómo se me ofrece la salida de este relato:
—Turbia es la lucha sin sed de mañana./ ¡Qué lejanía de opacos latidos!/ Soy una cárcel con una ventana/ ante una gran soledad de rugidos./ Soy una abierta ventana que escucha,/ por donde ver tenebrosa la vida./ Pero hay un rayo de sol en la lucha/ que siempre deja la sombra vencida.
Relación de poemas de Miguel Hernández utilizados en este texto:
Hijo de la luz y de la sombra...
Imagen de tu huella
Poemas sueltos, [5] hay ojos que derraman raíces amorosas
Canto de independencia
Si nosotros viviéramos
Ausencia en todo veo:
Troncos de soledad,
¿Qué pasa?
Todo está lleno de ti,
El hombre no reposa...
Eterna sombra