Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
20 – Otoño 2010
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

¿Cómo escribir a un poeta? ¿A un miliciano? ¿Cómo empezar a decir lo que transmites, o más bien lo que me transmites? Sobre ti se han escrito innumerables páginas, hermosas y no tanto. Se ha hablado de tu infancia, utopía, amistad; de tus viajes y tu compromiso con el pueblo llano; del amor y el frío del frente republicano, de tu AMOR y la dignidad; de la vida, tu muerte y la no tu muerte. Cómo escribir al militante que pluma en mano y fusil al hombro no buscó la foto para la posteridad, sino la libertad para su gente.
No sé qué escribirte, verdad que no lo sé, sólo puedo dejarme llevar y que las palabras se ordenen limpias para llegar a ti con la anarquía propia de los sentimientos.
Entonces sólo así me puedo preguntar y te pregunto: ¿qué hacen tus huesos los 30 de octubre calcinados bajo el sol de Alicante? Son tus huesos húmedos y demasiados otros huesos húmedos, los que yacen bajo la tierra. Si yo salí de la tierra,/ si yo he nacido de un vientre desdichado y con pobreza,/ no fue sino para hacerme ruiseñor de las desdichas,/ eco de la mala suerte, y cantar y repetir a quien escucharme debe/ cuanto a penas, cuanto a pobres, cuanto a tierra se refiere.
Pese a transcurrir inexorable, el tiempo en ti no se detuvo. Apenas un guiño a la muerte y los rebaños de letras no dejan de unirse. Mensajes, herramientas erguidas sobre el destino, versos cargados de esperanza, quimera de mañanas deseados. De pastos verdes y verdes andares, de caricias, de palabras. De escarcha y AMOR: Es el tiempo del macho y de la hembra,/ y una necesidad, no una costumbre,/ besar, amar en medio de esta lumbre/ que el destino decide de la siembra.
Cuántas formas de señalar, pleno de vientos, a ese siglo en blanco y negro. Borrasca de puños y faro de caminantes. Sí, desde el Segura se llega al Ebro enfundado en la terquedad del 5to. Regimiento. De Orihuela al azufre y la metralla, del no pasarán de roncas gargantas a la firmeza de avanzar codo con codo hacia un mundo en el que los versos surquen los surcos y los surcos se llenen de trigo. Bien abiertos los ojos de los muertos sin tumba y las tumbas sin nombre. Vestido de esqueleto,/ durmiéndote de plomo,/ de indiferencia armado y de respeto,/ te veo entre tus cejas si me asomo.
¿Cómo escribir a un poeta? ¿No cesará este rayo que me habita/ el corazón de exasperadas fieras/ y de fraguas coléricas y herreras/ donde el metal más fresco se marchita? Miguel, parte del rayo, erguido sobre el polvo, blandiendo las palabras sigues e instigas a leer las huellas de centenares, de miles, de centenares de miles de huesos henchidos de ideas, hartos de miseria. Poesía de los desamparados, verbo de los elegidos. Por qué al final Miguel, ¿Quién habló de echar un yugo/ sobre el cuello de esta raza?, si son tus compañeros los que rasguean poesía contigo. Algunos borronean sus versos en fábricas, otros en el campo, en el asfalto de la ciudad, en las vías de los trenes o en la madrugada de pan amasando. Poesía de obreros con sus herramientas. De artesanos en las ferias. Enseres de campesinos en páginas abiertas.
Estoy convencido, y tu también, Miguel, de que todos somos poetas y alzamos nuestros versos cada día. Todos somos padres y abrazamos a nuestros hijos, en fin, todos somos pequeños soñadores, pues la vida sin idealizar no podría llamarse vida. Sangre que no se desborda, /juventud que no se atreve,/ ni es sangre, ni es juventud,/ ni relucen, ni florecen./ Cuerpos que nacen vencidos,/ vencidos y grises mueren:/ vienen con la edad de un siglo,/ y son viejos cuando vienen.
Sigo sin saber cómo escribir a un poeta, a ti, Miguel, y lo primero, pienso, es hacerlo al Miguel soldado y su compromiso con los cuatro pilares de sus días: AMOR, muerte, injusticia y guerra. El AMOR sentido total, en mayúsculas, codeándose con la muerte traicionera, la misma que, husmeando tus huellas, te secuestra como síntesis perfecta de la injusticia. ¿Y la guerra? No, las guerras no son justas, todas menos una, tu guerra, Miguel, tormenta de pueblo soplando en cada trinchera, con cada poema. Tormenta tuya, Miguel, y tempestad de otros poetas como César Vallejo, que recitó (a ti también) ese ¡Voluntarios,/ por la vida, por los buenos, matad/ a la muerte, matad a los malos!
Por hacer a tu muerte compañía,/ vienen poblando todos los rincones/ del cielo y de la tierra bandadas de armonía,/ relámpagos de azules vibraciones. Para así tus huesos seguir viviendo y no estar solos. Tu índice, todos los dedos señalan juntos el amanecer de cada día, voceando que permanecen en la larga siesta de España.
Y así, ¿qué más?, querido Miguel Hernández, ya no es necesario escribirte; sencillamente alcanza tu compromiso; me alcanza tu voz.
«Me quedaré en España, compañero»,/ me dijiste con gesto enamorado. /Y al fin sin tu edificio trotante de guerrero/ en la hierba de España te has quedado.
¡Hasta siempre, soldado! ¡Hasta siempre, poeta!