-El silencio es el eco de la sabiduría, abuela. De ti aprendí a silenciar el dolor que causan los sueños rotos. También aprendí el arte de sublimarlo con dignidad. ¿Acaso has olvidado el gozo que desprendía tu mirada el dia de mi llegada al mundo, aun cuando la soledad y la amargura te desgarraban el corazón?
-Es verdad, querida niña, el tiempo hace olvidar los sinsabores, pero no consigue desvanecer los bellos recuerdos, esas gotas de auténtica felicidad que guardamos en un delicado frasco y que deberíamos poner a buen recaudo. La propia vida se encarga de ofrecérnoslas, aunque excesivamente dosificadas, tanto que parecen imperceptibles. Es por ello que deberíamos mantenerlas frescas y evitar que el frasco se derrame, en un fatal descuido.
-No llores, por favor; abrázame fuerte y verás cómo la lluvia nos deleita con un bello arco iris. ¿Te acuerdas de aquel dia en que llegué llorando del colegio porque un chiquillo me dijo que tenía ojos de gato?
-¿Cómo podría olvidarlo?... Te dormiste, exhausta, fuertemente abrazada a mi cuello, con el plácido balanceo de mi vieja mecedora, y te perdiste el final del relato que iba improvisando para ti. Creo que lo titulé Las alas mágicas.
-Sí, lo recuerdo perfectamente, y también recuerdo que al dia siguiente te pedí que me lo volvieras a contar. Era precioso. ¿Sabías que gané mi primer concurso literario gracias a ti?
Escucha el susurro de la brisa del mar... Me está diciendo que desea conocer tu relato. ¿Te parece que sea yo, esta vez, quien le dé forma?
-Por supuesto, corazón; lo estoy deseando...
-Espero poder inventar un final digno de ti... Un final que te merezca.
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