Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
19 – Verano 2010
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

Han pasado unas horas. La soledad que lo envuelve lo lleva a no saber calcular el tiempo transcurrido. El cansancio lo está agotando. Apenas siente los brazos, aunque precisamente el lento movimiento de ellos lo mantiene aún con vida y a flote.
En realidad, todo su cuerpo es una pesada losa que a manera de ancla lo intenta llevar sin remedio a las profundidades del mar. Le resulta incómodo, molesto, se ha transformado en un objeto ajeno a él, en contra de él.
Su mente le juega malas pasadas. Difícilmente la puede controlar. No sabe qué le ha ocurrido, aunque comienza a recordar. Las imágenes van y vienen como las olas que lo golpean una y otra vez. De pronto se ve en su pequeña casa a las afueras del pueblo. La siguiente imagen es la de su mujer, María, nota el contacto de su mano, el aroma de su piel. Todo es tan confuso... Ella se aleja. En mitad de la neblina surgen las imágenes de la noche anterior, que lo aterrorizan. Todo se vuelve oscuro. Repentinamente, el estallido de los relámpagos lo ciega. El sonido del trueno se asemeja al bramido de un animal imaginario. La tormenta arrecia. Los hombres en el barco caen, se sujetan con dificultad a los mástiles. La mar enloquece. El patrón ordena que se saque el agua de la sentina de proa. Pedro corre para ayudar a un compañero en cubierta.
En mitad del caos…, aparecen de nuevo las figuras de sus hijos corriendo por la playa. María está junto a los niños, apoyada en un viejo barco de pesca que está varado en la playa. Esto lo tranquiliza.
Aunque apoderándose de su sueño, de nuevo esa visión espantosa. Las olas intentan tragarse la embarcación. Los hombres luchan. Corren. Son empujados por la mar, que con largos brazos los arrastra hasta ella. Los atrapa. En ese instante, entre el rugir de la tormenta, se oyen los gritos de sus compañeros y… de pronto todo se oscurece.
Algo golpeó su cabeza. No recuerda con claridad qué sucedió después. Tan sólo el silencio. La oscuridad lo rodeó. Durante unos segundos que fueron horas se sintió flotar. Estaba suspendido en la nada. Era la ingravidez total. Una especie de tranquilidad lo rodeaba. Pero algo no está bien. Aquello no era real. Deseaba… Sí, eso es, necesitaba algo esencial: le faltaba aire.
No podía respirar. Comenzó a moverse sin saber qué hacía. Sus pulmones. Sentía que podían estallar. El agua salada comenzó a entrar en su garganta. Se movía con rapidez. A su alrededor toda la mar lo aplastaba. Nadaba y parecía que se hundía, necesitaba salir a la superficie. En ese instante, un sonido conocido llamó su atención. No, era una voz. La voz de su mujer, que lo llamaba. Aunque no parecía ella, era… Era la voz del patrón gritando: "¡Hombre al agua!".
Al fin en la superficie. Los rayos y los truenos seguían invadiendo la oscuridad de la noche. Las olas, como murallas, se elevaban ocultando la embarcación a los ojos de Pedro, que veía cómo se alejaba y se perdía en la oscuridad. Pedro supo en ese momento que sería difícil que lo encontraran en mitad de la tormenta. El golpe en la cabeza lo había dejado aturdido, apenas podía moverse y se dejó arrastrar por el mar, que intentaba tragárselo una y otra vez.
Han pasado unas horas. Se siente agotado. Apenas puede mantenerse a flote. Sus brazos se mueven con pesadez. Le es difícil respirar y las grandes olas lo cubren para rescatarlo de las profundidades. Nota que algo flota cerca de él. Es un trozo de madera, quizás del barco, tal vez de otra embarcación. A pesar de la tormenta y las olas, a pesar del golpe que lo tiene confundido, siente que tiene que atrapar esa madera. Con un último esfuerzo se aproxima y consigue asirse a ella. Se sujeta con los brazos teniendo medio cuerpo sobre el madero que lo mantiene a flote.
Al fin se siente a salvo. Ahora debe pensar con rapidez, necesita un plan, aunque está cansado, muy cansado. Se dice a sí mismo que ahora no puede pensar. Más tarde…, quizás un poco más tarde.
Algo le ha rozado las piernas volviéndole a la realidad. Ha amanecido y la mar está en calma. Como si hiciera recuento de sus pertenencias, se preocupa por cada parte de su cuerpo y comprueba que no siente dolor. En realidad, está entumecido. Pero sólo una cosa lo martiriza: la sed. Como marino, sabe que es peligroso. Pero no puede evitarlo. Tiene mucha sed, tanta que puede enloquecer. Necesita beber agua. Desea beber agua. Sólo un trago para quitarse el sabor salobre de su garganta, de sus labios. Nota el estómago hinchado y eso no es bueno.
No puede seguir así, con medio cuerpo sobre la tabla en mitad del océano. Le flaquean las fuerzas. Sus dedos están adormecidos y resbalan sobre la madera, que ahora le parece más grande, casi inalcanzable. Mientras, en el cielo, un sol abrasador le golpea hiriéndole su piel y sus ojos. Algo lo empuja para no caer de la tabla. Mira a su alrededor, no ve nada. Al fin, frente a él, aparece un delfín, que con rapidez vuelve a empujarlo. Intenta ayudarle para que no resbale de la tabla que le sirve de soporte.
Con la ayuda de este amigo, consigue esforzarse y se sujeta como puede al tablón, aunque teme que pueda desfallecer y quedar a merced de las olas, o algo peor, perderse en la profundidad de las aguas y morir ahogado. Intenta sacar esos pensamientos de su cabeza y mira a su compañero, que emite unos sonidos a manera de palabras. Como si lograra entrar en su cabeza, aquel delfín intenta decirle algo… “No te preocupes, estaré a tu lado”.
No sabe cuánto tiempo ha transcurrido. Tal vez unas horas, un día. Según la posición del sol, es media tarde. Sabe que pronto oscurecerá y eso significa una noche más perdido en medio de esa gran oscuridad. No ve ningún punto de referencia. No se divisa ningún barco, nada que le dé la mínima esperanza con la que luchar por su salvación. A su alrededor, nada más que la mar en calma. Sólo puede confiar en sus brazos, que son los cabos que le unen a la vida. Y este delfín, que se aleja y vuelve a su lado.
Cierra los ojos deseando ver la figura de su mujer: María, lo siento, no puedo seguir.
Sabe que esos pensamientos no le ayudan. Intenta sacar algo más de fuerza de su interior y de ese coraje que le hace seguir vivo. Pero un sonido llama su atención. No, es como un graznido, algo semejante al grito de una gaviota. Con dificultad levanta la mirada y ¡sí!, allí está. Es una blanca, hermosa y resplandeciente gaviota, que vuela sobre su cabeza. Jamás se imaginó alegrarse tanto de ver una de esas aves que en otro momento intentan arrebatar la captura del barco. Ahora está allí. Ésa es una buena señal, muy buena, sí, señor.
Se incorpora con dificultad para comprobar desde dónde viene su compañera, pero su vista no alcanza a ver más que agua a su alrededor. La gaviota se zambulle en el mar apenas a diez metros de donde se encuentra él y por primera vez, una débil sonrisa aparece en el rostro de Pedro, al tiempo que se escucha a sí mismo diciendo: "¡Ven! ¡Ven, bonita! Estoy aquí".
La gaviota sigue volando durante unos segundos sobre el que apenas se sostiene en el trozo de madera. Pedro la llama como el que llama a su perro. Levanta uno de sus brazos y pierde el equilibrio sobre la tabla, al tiempo que su compañero intenta copiar a Pedro emitiendo sonidos semejantes a un particular canto, pero el ave se eleva más y más en el cielo azul, en un vuelo que a manera de danza la hace desaparecer de su vista. En ese instante, Pedro se siente derrotado. Cierra los ojos al tiempo que una lágrima resbala por su mejilla. El delfín se aproxima y lo vuelve a empujar.
-¡Déjame! No importa ya… Estoy perdido.
El delfín vuelve a emitir ese sonido insistente. Le roza la cara y con rapidez se aleja de Pedro.
-¡No te vayas!
Está demasiado cansado para ver cómo a su espalda el viejo pesquero se aproxima con rapidez. Los hombres, desde el barco, le gritan: "¡Pedro! ¡Ya vamos!".
En la proa salta el delfín, no deja de gritar y llamar la atención de los pescadores. En su delirio, Pedro cree escuchar a la voz de María, su esposa: "¡Pedro! ¡Pedro! Estoy aquí".
Terriblemente cansado, cierra los ojos al tiempo que una sonrisa se dibuja en su rostro al imaginar a María.
NOTA DE PRENSA
Rescatan a un pescador tras la gran tormenta en las Azores
Un aviso de huracán llega tarde al pesquero Carmen Viuda, que perdió a un hombre al caer por la borda en mitad de la gran tormenta, siendo hallado cuatro días más tarde.
Pedro Samper, el pescador rescatado, ha llegado a puerto con sus compañeros tras cuatro días de estar a la deriva, y como todo equipaje llega con la alegría de sobrevivir y palabras de agradecimiento a los equipos de salvamento y a sus compañeros, que lo han buscado durante el tiempo que estuvo perdido.
El pescador pasó los cuatro días sujeto a una madera que lo mantuvo a flote. Explicaba que las últimas horas fueron una odisea marítima, porque apenas le quedaban fuerzas y se sentía desfallecer. Ha desembarcado en el puerto de Pontevedra, a bordo del pesquero donde se encontraba faenando.
Pedro Samper, hombre veterano en las tareas de la pesca, lleva doce años navegando en el pesquero Carmen Viuda, que se dirigía el pasado 3 de mayo a la pesca del atún. Cuando llegaron a las proximidades de las Azores, las noticias de un huracán que ganaba fuerza en su trayecto hacia la zona llegó tarde. Al parecer, el patrón y los hombres que iban a bordo fueron sorprendidos por los vientos y la tormenta. Se llegaron a registrar vientos de 100 millas por hora (160 kilómetros por hora), con olas de más de diez metros de altura. La alerta de huracanes entró en vigor en todas las Azores, un archipiélago compuesto por nueve islas.
Tras el naufragio de Pedro, el barco se quedó sin dirección y a la deriva, con lo cual quedaban dos opciones: intentar esperar a que el temporal amainara o pedir ayuda. “Ante estas circunstancias, se hace necesario redoblar los cursos de salvamento en alta mar”, apuntó el patrón del Carmen Viuda al llegar a puerto.