Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
1 – Invierno 2006
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja
Los diccionarios, esos entes a veces tan simpáticos y otras tan retorcidos —sin intención, pobrecitos, que bastante tienen con los bocados que soportan—, han establecido una perversa división de la humanidad en dos grandes grupos, bien diferenciados y con cualidades fácilmente imaginables. Con el pretexto de la economía del lenguaje, para evitar la acumulación silábica, no han tenido ningún reparo en señalar con desprecio a la mitad de nuestra especie, de forma injusta y caprichosa, sin posible defensa para la población afectada. Desde el aciago momento de la adscripción del individuo, aun contra su propia voluntad, en la segunda de estas dos categorías cronológicas, ya jamás regresará a la época feliz de la primera, cuyo trayecto queda como un recuerdo. No hay vuelta atrás. Quien cruza la frontera padecerá la marca fatal de por vida. También usted, amable leyente. Si no la ha cruzado todavía, la cruzará. Y es que usted está ahora mismo clasificado como –añero, ra o como –ón, na. Quizá no lo haya advertido, sobre todo si se mantiene entre aquéllos. Pero si es éste el caso, no se engañe: el cambio ineluctable acabará consumándose. Se lo dice alguien que, hace pocas semanas, dejó de recibir halagos como «treintañero» para, de súbito y sin previo aviso, ser tildado de «cuarentón». Nada más eficaz para imbuir una creencia que las palabras, sin personalidad ni capacidad de decisión aparentes. Elegidas o dispuestas con audacia, originan auténticos estragos en las mentes débiles o desavisadas. Incluso pueden no llegar a palabras completas, como en la cuestión que nos ocupa, pues se trata de simples sufijos. Simples en su forma, que no en su influencia. Nadie se había rebelado —hasta hoy, día histórico de la publicación de este artículo— contra la causa ni contra sus efectos, aceptados como naturales: la sutileza semántica actúa de tal modo que se acepta sin resistencia la conclusión, hasta el extremo de explicitarla toscamente. Se empieza por un sufijo y se continúa con frases completas, como la de tener menos futuro que pasado u otras peores. La humillación alcanza así su mayor crudeza, al sentirse el humillador legitimado en su acción y resignarse el humillado ante lo que considera inevitable. Y eso, cuando no coinciden ambos en la misma persona, prueba de la culminación de la tropelía. Tomen nota los paladines de la corrección política, que tanto se jactan de su contribución para bien del mundo; déjense de monsergas e intervengan en un asunto de verdad importante como éste. Cabe exigir, y exigimos, un rápido desagravio, basado en la realización de los siguientes puntos: a) Por lo pronto, como primera medida —a los académicos atañe—, hay que retirar de diccionarios y enciclopedias el hiriente vocablo «cuarentón» y sustituirlo por «cuarentañero», más respetuoso con las sensibilidades. Si han desaparecido de los mapas topónimos que no hacían daño a nadie, por qué no eliminar por siempre palabras tan nocivas para el procomún. Y si resulta largo, pues mucho más lo son «otorrinolaringólogo», «esternocleidomastoideo» o «desoxirribonucleico», y se mantienen tal cual sin que hasta la fecha se haya registrado queja alguna de los usuarios de la lengua española. b) En una siguiente fase —que compete a las autoridades sanitarias—, se cambiará la denominación de la mal llamada «crisis de los cuarenta» por el nombre correcto de «síndrome del morfema de edad improcedente (el morfema, no la edad)». Los sociólogos dictarán conferencias en colegios, institutos y universidades —más vale prevenir—, mientras la nueva expresión toma carácter oficial en revistas especializadas. A partir de entonces, la investigación para combatir la patología, ya corregido su enfoque, irá encaminada a revisar los antiguos tratamientos y a aplicar los adecuados. No se descarta la creación de una rama especial de la psiquiatría. c) Todo ello, claro es —atención, administradores del erario—, traerá aparejada la correspondiente partida presupuestaria: deben ser recompensados los inspiradores de tan benefactora corriente científica (encabezados por el autor de este artículo), remunerados cuantos la difundan o pongan en práctica (para lo cual se ofrece el autor de este artículo), e indemnizados con carácter retroactivo los afectados por la ignominia aún no reparada (entre los que se incluye el autor de este artículo). Los tres colectivos mencionados no son excluyentes. El compromiso con la salud pública y el sosiego de las generaciones venideras merecen el esfuerzo. Como todas las transformaciones trascendentes, ésta requiere su tiempo. Se calcula un periodo aproximado de un decenio para llevarla a término hasta la consecución de sus últimos objetivos. Entonces será la hora de abordar análogo proceso con los cincuentones. |