Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 1 – Invierno 2006
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

 

 

Esto no es una historia de ayer, es una historia del presente, de la tarea que diariamente efectúan hombres y mujeres en el anónimo silencio de las profundidades de la mar. Si tiene la ventana abierta de la habitación donde lee este artículo, ciérrela, es necesario, como en otras historias que he escrito, se precisa de la oscuridad y el silencio para escribirlas, también para leerlas. Solo con la penumbra de una pequeña luz, en el más profundo silencio de la noche, entenderá la historia que se relata…

La luz roja del navegador por satélite ilumina el rincón del punteador GZ, el sonarista de guardia pone sus tímpanos en contacto con el exterior a través de los auriculares que conectan con los potentes hidrófonos del sonar pasivo. La pantalla del equipo indica una deflexión por cada pequeño o ínfimo ruido que se produce en las entrañas de las profundidades. Todo es silencio, como el que quizás nunca ha oído…

Jordi Cubet Sardá, se debate en una cocina de tan sólo un metro cuadrado, intentando preparar la comida de sesenta y un hombres que forman la dotación del submarino “Siroco” (S – 72). El horno desprende un desagradable rebufo de calor, que acompañado del penetrante olor del pescado con patatas que se cocina en su interior, le disgusta sobremanera. Al cortar la barra de salchichón que formará parte del entremés, en compañía de cuatro mejillones de lata, una loncha de jamón serrano y unos trocitos de ensaladilla rusa, le viene a su mente el recuerdo de su pueblo, que perdido en la sierra, es un remanso de paz y de aire limpio. Su pueblo huele a fuet secándose al aire de los rellanos de los colmados. Cada vez que corta el salchichón, le recuerda a su madre preparándole la merienda a base de un bocadillo de sabroso embutido y un vaso de cacao con leche. Sobre la cocina eléctrica, hierve una gran cacerola con agua donde se “freirán” los huevos que, acompañados con pisto manchego, formarán el primer plato del menú submarinista. El aceite está prohibido, ya que es mal compañero de las dotaciones que han de respirar en las profundidades.

Jordi tiene veinte años, es menudo y de pelo rizado, nunca antes de incorporarse al servicio militar, hubiera pensado que la vida a bordo de un submarino fuese tan dura y sacrificada, su visión del ejercito (ahora lo distingue de la Armada), se escamoteaba medio en serio medio en broma en la estela que el personaje del “sargento Arensibia”, según nos lo presentó la famosa serie de televisión. Ahora ve a los jóvenes suboficiales abordo y comprende su tesón y voluntad, su preparación profesional y el riesgo que asumen todos los días en la difícil tarea que tienen encomendada, en un submarino no hay maniobras, ni vida cuartelera, todos los días son maniobras, y el riesgo siempre acecha, lo primero que le enseñaron y por supuesto aprendió con rapidez, fue que en las profundidades no se perdonan los fallos técnicos.

Más a popa, detrás del mamparo estanco 101, Jaume Guitart Benet, situado detrás de los suboficiales de guardia en el cuadro de control de máquinas, apoya su espalda contra la pesada puerta estanca de la cámara de máquinas. Lleva dos meses a bordo de los submarinos. Su pueblo de procedencia es Sant Carles de la Rápita, y es marinero de primera electricista. Para él, todo sigue siendo alucinante. Todavía no ha tenido tiempo de regresar al pueblo de permiso y contarle a sus amigos que baja a 300 metros de profundidad, que ha efectuado ya una navegación de 12 días de inmersión y otra de 22 días en tan solo dos meses que lleva a bordo. Él, es el encargado durante su guardia de bajar a las baterías y tomar las densidades. Nunca se había imaginado que más de 300 cajones de baterías, cada uno más alto que un hombre, y conectados entre sí, pudieran trabajar juntos impulsando a un submarino en las profundidades a buena velocidad. Cuando hizo formación profesional náutico-pesquera en la Escuela de Tarragona, nadie le había contado nada de todo aquello. Su padre es patrón de un pesquero de arrastre de dieciocho metros de eslora en Sant Carles de la Rápita. Cuando le dijo por teléfono que iba a embarcar en submarino, que estaba haciendo el curso para ser cabo electricista, su padre, con la gran sabiduría de un viejo hombre de mar que todos los días se enfrenta a ella para extraer sus recursos, le sermoneó, como es su costumbre siempre que ocurre algo que rompe la monotonía de lo cotidiano: “No fagis el que fa l’estatua de l’almirall Roger de Llúria d’esquena a la bella mar Mediterrània, sembla el símbol del segle XXI que els catalans tot i el nostre pasat mariner, de vegades brillant, miren més a la terra que a la mar… (Aquella frase no sé de donde la aprendería, pero le encantaba…) Mira com els homes dels diferents pobles d’Espanya, poden treballar junts per a conseguir els seus objectius”.

Aquellas palabras, que parecían aprendidas de memoria, le fueron de gran ayuda a la hora de afrontar los momentos difíciles, su primer embarque, su primera inmersión, el infernal ruido de los diesel en snorkel y los efectos de la depresión que genera en los tímpanos. A veces, cuando se despertaba con las fuertes inclinaciones que tomaba el submarino al hacer cota periscópica, pensaba en su padre, lo veía mandando a los hombres de Roger de Llúria, como se llamaba su pesquero, donde embarcó desde niño, donde la mar le caló por los poros y le penetró en el alma de una manera incontenible. Ahora, con el silencio que se siente allí debajo, el que sólo los submarinistas oyen, ella, la mar, está mas cerca que nunca. Ahora puede hablar con ella, como con el recuerdo de su padre.

Una fuerte discusión con él cuando formaba parte de la tripulación del Roger de Lluria le habían llevado hasta aquél lugar, no trabajaría más para él, estaba arto, algunos gritos, dos o tres exclamaciones mal sonantes, de esas que nunca se le deben decir a un padre, por eso se despertaba durante la noche al soñar con la discusión, un portazo, la oficina de reclutamiento del Ministerio de Defensa de Tarragona, unos formularios, un examen, y de cabeza a las profundidades de la mar, las que hasta entonces solo había visto en los cuentos del Capitán Nemo, ahora no pasaría lo mismo, ya había aprendido a obedecer, ya sabía respetar y acatar decisiones e incluso órdenes, y también, que la responsabilidad del mando de un barco no se puede compartir, ni siquiera con tu hijo…

Las 07,45,… Primera guardia de mar ocupe sus puestos… Vicente Pla Reimat no ha dormido en casi todo el turno de descanso, desde que se acostó a la una de la mañana. El ventilador del bakal, que esparce una niebla tan espesa como la de Londres en sus mejores días, con el fin de depurar el CO2 del aire, no le ha dejado dormir a pesar de escoger la cama, como veterano que es. Ha sido igual. Ese dichoso cojinete ha dejado sentir su ruido por las profundidades de su ser. Es el cronista de la primera guardia. Hasta llegar al servicio militar, el tablero de instrumentos más complejo que había visto era el del coche de su padre. Los mil indicadores de la cámara de mando le alucinan: le gusta oír el barrido del radar de superficie, le encanta el pitido sincrónico de las contramedidas electrónicas cuando detentan a un avión aproximándose.

Nada más embarcar estuvo en Casablanca y fue a dormir a un hotel, pues en el submarino no se queda nadie a bordo al llegar a puerto, excepto la guardia, claro está. Luego fue a unas maniobras a Nápoles y también estuvo en la isla de Madeira, en medio del Atlántico, algo para él antes inimaginable.

Desliza con habilidad su bolígrafo por el registro de la crónica para anotar los sucesos en horas y minutos, lo que ocurre en la cámara de mando. El servicio militar le ha enseñado muchas cosas. Ahora se siente mas seguro de sí mismo, sabe vencer las adversidades, aprendió el valor de vivir con los suyos y a superar la fatiga de la lejanía. Desembarcará a la llegada a puerto después de 22 días de inmersión, y ya sabe que nunca será el mismo…

Esto es un hecho de armas de los anónimos, quizás sin importancia, de los que mucha gente desconoce, es también la pequeña historia de algunos de los muchos catalanes que integrados con los hombres de todos los rincones de España trabajan y se adiestran cada día al servicio de la Armada, con el fin de estar listos para mantener la paz, la paz de su país, que también es el nuestro, como hace más de 500 años, aunque se haya cambiado el relinchar de la caballería por los soplidos del aire de alta presión del circuito de achique, y el brillo del acero de las espadas, por el cromado mate de las carcasas de los torpedos.

Esto no es una historia de ayer, es una historia del presente, que entronca en un objetivo común que se proyecta desde un antiguo pasado común, y recordemos que, el que olvida la historia y el pasado, está avocado a que se repita.