Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
0 – año 2005
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

Esto es una historia de mar, tan solo un relato, pero no es uno de esos que puedes leer mientras estás inmerso en el bullicio de una cafetería, o como se ojea el periódico en una oficina, no, creo firmemente que es algo más profundo, vas a necesitar paz en tu alma, o al menos quietud y tranquilidad antes de comenzar su lectura, por eso este inciso... Siéntate cómodo, a ser posible en un lugar tranquilo, poco iluminado, la luz de una lámpara te bastará, incluso mejor la de una vela…, aunque quizás sea pedir demasiado, pero sólo así comprenderás como lo hacen los navegantes solitarios de veleros, la quietud de la mar a bordo de una embarcación propulsada tan solo por la fuerza del viento, en un atardecer con poca visibilidad, donde poco a poco va ganando terreno al horizonte el enemigo invisible de los navegantes, la niebla… Empieza a anochecer, al agua del mar está como un plato, en calma, aceitosa, de un color verdeazulado oscuro, amenazante, como los ojos de una mujer ofendida. Es una situación que ya he vivido en otras muchas ocasiones, en la que por medio de una reacción intuitiva se dispara el resorte que conecta la mente y los sentidos con el pasado. Vuelvo a mirar el horizonte y el corazón me da un vuelco, previamente y durante milisegundos el cerebro ha escrutado numerosos datos almacenados en algún recóndito lugar de su estructura en relación con recuerdos de otras navegaciones y otro tiempo, y finalmente ha dado un veredicto: ALARMA NIEBLA. Me asomo a la cámara del velero, son las 19.30 hora reloj de bitácora, me gusta llamar así a la hora de abordo, la que marca el cronómetro, uno de esos dorados y atornillados al mamparo, con la aguja del segundero de color rojo dando saltos acompasados entre claros números negros pintados sobre la esfera blanca inmaculada del instrumento, que empeñado en su tic-tac no cede en su arduo trabajo de marcar el tiempo, con horas puntualmente ajustadas a la hora oficial, como es habitual en un gran barco, como ha sido costumbre a lo largo de mi vida. Al lado, también atornillado sobre el mamparo, el psicómetro de abordo, con sus termómetros húmedo y seco situados verticalmente y paralelos entre sí, con la escala de la tabla psicométrica grabada sobre una chapa de aluminio. La sospecha de la niebla y la proximidad de la anochecida han dirigido mis ojos hacia este instrumento, también sin pensarlo. Compruebo la lectura del termómetro seco: 20º C, y a continuación la del húmedo, que esta impregnado en su muselina que lo conecta al depósito de agua dulce, y la lectura son 21º C, aplico la fórmula para comprobar la temperatura del punto de rocío, es decir, la temperatura en que es previsible la condensación de vapor de agua contenido en el aire; para obtener dicha temperatura es necesario restar dos veces la temperatura del termómetro húmedo menos el seco. Si la temperatura resultante se parece o coincide con la del agua del mar, el veredicto es claro: NIEBLA. Esa fórmula la aprendí cuando aún era un niño y paseaba mi inexistente edad del pavo juvenil por las intrincadas calles gaditanas, y por las aulas de la Escuela Superior de la Marina Civil de Cádiz (a fuerza de necesidad- la letra con sangre entra), con tan solo 17 años, cuando estudiaba primero de Náutica, y por lo tanto, su conocimiento forma parte de esos que han sido grabados a fuego en la juventud, es decir, de esos que ya no se olvidan, y que además, has tenido que usar cientos de veces en la vida para ganarte el pan nuestro de cada día. Seguí el procedimiento, - dos veces el húmedo: 42º, menos el seco: 20 º -, es decir, la temperatura a que se condensará el vapor de agua a nivel del mar, y por tanto se formará niebla, será de 22º. Acto seguido gobierno para arribar con la intención de disminuir la velocidad y poder largar un balde para recoger agua del mar. Finalizada la maniobra y con el agua del balde “templando” sobre cubierta, utilicé el termómetro flotante para medir la temperatura de la muestra, el resultado fue de nuevo claro y preciso: 21,5º C, es decir, con una disminución de tan solo medio grado de la temperatura del punto de rocío se condensaría el vapor de agua a nivel del mar, y la niebla me engulliría en sus fauces, lo que a juzgar por la evolución de la anochecida, era más que probable. Lo mejor para luchar contra un posible enemigo es conocer su existencia, y si es posible también sus intenciones, y en este caso como en otros anteriores, los instrumentos de abordo me habían puesto sobre aviso y alertado del peligro inminente. La experiencia acumulada me dictaría las consecuencias de su presencia y cómo reaccionar ante ella, es decir, media batalla ya estaba ganada antes de comenzar, siempre y cuando el enemigo no emplee nuevas tácticas o métodos innovadores, que supongan una sorpresa imprevisible. Me dispuse a reaccionar, conecté el piloto automático, Rumbo de aguja 285º - clak – comprobé que “el piloto” seguía correctamente el rumbo marcado por la aguja magnética, baje a la cámara y miré la ventanita del GPS: latitud: 37º-47,2 N – Longitud: 000º-17´W, anoté la situación en un papelito, y acto seguido la pasé a la carta náutica nº 47, que orgullosa y doblada exponía su colorido beige, azulado y blanco sobre la mesa de derrota (gajes del oficio de los que no tenemos plotter). Con el compás de puntas comprobé la distancia a la tierra más cercana – Cabo de Palos a 23,7 millas en demora 243,5º-. Encendí el radar de navegación en escala de 24 millas náuticas – clak – el indicador luminoso STANDBY se encendió en rojo, y en cuando el pilotito de calentamiento se iluminó en verde, otra vez – clack – ON, y el equipo paso a transmitir. Ajusté el brillo y la ganancia y la pantalla se iluminó de un verde fluorescente claro que a su vez iluminó la penumbra de la cámara, y en ella se dibujo con bastante claridad sólo una pequeña parte la costa que “asomaba” por la amura de babor, donde identifiqué en concordancia de demora y distancia el promontorio de Cabo de Palos, no detecté ningún otro eco de referencia en la pantalla del equipo. También comprobé la sonda que trabajaba en la escala de 500 metros, marcaba 304 metros de agua salada bajo la quilla. Poco después encendí las luces de navegación, farol tricolor en lo alto del palo (barco de vela menor de 20 metros), con sus luces de costado y alcance agrupadas e iluminando sus correspondientes sectores. Cuando volví a salir a cubierta la niebla ganaba terreno sin compasión y cabalgaba a la grupa de la noche, calculé que la visibilidad no era mayor a tres millas náuticas, dato que no pude verificar al no tener ningún eco próximo en la pantalla del radar, lo calculé a ojo, como siempre han hecho los viejos navegantes. Algo me martirizaba el alma sin saber por qué y me hacía mantenerme “ojo avizor”, lo que me indujo actuar como los cardúmenes de caballa cuando barruntan el peligro, por actos casi reflejos. Quizás se trata de los miedos innatos del hombre, como los que despiertan a los niños en sus cunas, presintiendo riesgos aún no vividos. Sobre los estratos beige oscuro y partículas de sal en suspensión que se agrupaban a nivel del mar en forma de niebla cada vez más densa, sobresalían dos nubes de desarrollo vertical por la proa, que como dos grandes coliflores blanquecinas enterraban sus raíces en las nubes estratificadas de superficie y proyectaban sus cumbres muy por encima de lo que calculé serían más de 8.000 metros. Otra vez calculé a ojo, pero insisto, son costumbres heredadas o vicios de la profesión.
La noche ya era más que palpable envolviendo mi embarcación, y las luces en el tope del palo resplandecían sobre un halo que indicaba que la visibilidad cada vez era menor, instantes después el viento cayó, y las velas al poco tiempo empezaron a flamear, arrié la mayor y el foque, cambié las luces de navegación (buque de propulsión mecánica menor de 12 metros de eslora), y con una sola pulsación del botón rojo del cuadro de control situado en la bañera – clak – arranqué el motor intraborda, que con un afinado sonido de motor diesel alemán, se puso en marcha a la primera sin rechistar, y obediente, acompasó el sonido de su funcionamiento al tic-tac del cronómetro. Sobre el horizonte destelló un fogonazo que me sorprendió distraído en la maniobra, mientras comprobaba la salida del agua de refrigeración del motor por el costado de babor, pero sin lugar a dudas, noté que era un rayo, lo que acentuó aún más si cabe la sensación que presentía de peligro. Continué la navegación, los rayos en el horizonte se intensificaban y cada vez estaban más cerca, los iones procedentes de las descargas eléctricas se podían respirar, era una tormenta de esas secas “malafollá”, perdonen el léxico marinero mediterráneo, pero se dice así, - ya sé que suena bastante mal -, pero suena como las hija de pu… de este tipo de tormentas de principios de otoño, que no avisan, si no que te atacan sin hacer ruido, como hacen los peces martillo en el silencio cómplice y azul de la mar, guiados por los ojillos que llevan la expresión de la muerte en los extremos de la “T” que forma el morro de esos escualos, ojillos inexpresivos, que tienen un brillo extraño y que nunca olvidarán los que los han visto de cerca, muy cerca… Faltaban 5 minutos para las 23.30 horas, la niebla cerrada y su oscuridad espectral sólo era penetrada por los fogonazos de los rayos cada vez más próximos, y por las que ahora me parecieron tenues luces de situación, la bocina de niebla de mi barco emitía una pitada larga cada minuto cincuenta segundos, que en ocasiones a base de ser repetitiva se me antojaba cansina. En un momento pareció clarear, y decidí bajar a comprobar de nuevo la situación, y con la ayuda del GPS y la carta volví a marcar la posición, latitud: 37º- 47,8 N – Longitud: 000º- 31´W, velocidad sobre el fondo VMG: 3 nudos, sonda 112 metros y disminuyendo. El radar reflejó con precisión la costa al pasarlo de la escala de 6 millas, donde estaba situado para vigilancia anticolisión, a 24 millas, y enseguida identifiqué de Norte a Sur el perfil más que familiar de la costa que he recorrido una y mil veces: Cabo Cervera, el puerto de Torrevieja y Cabo Roig por la amura de estribor, casi por la proa el puerto deportivo de Campoamor, y por la amura de babor aparecía débilmente la aplacerada costa de La Manga del mar Menor, que según zonas apenas daba eco, excepto los promontorios de La Punta del Estacio y Cabo de Palos, que en esta ocasión abría casi al través de babor. Distancia mínima a tierra, Cabo Roig a 10,6 millas en demora 295º. Intenté ir al W.C. para aliviar una desagradable sensación que me acuciaba hacía más de media hora, la puerta del aseo golpeaba de vez en cuando sacudida por algún movimiento rítmico y lento de la superficie del mar, y antes de poder fijarla con la trinca de mamparo, escuche el fuerte y atronador sonido, como si la potente mano de Neptuno hubiese golpeado mi barco con toda su furia, noté la descarga eléctrica y la fuerza electromotriz erizó todos los pelos de mi cuerpo, como un gato en celo en una pelea callejera. Se hizo la oscuridad, todas las ayudas a la navegación y equipos se quedaron sin corriente y se apagaron, el motor paró su run-run y la pantalla del radar sólo quedo iluminada por la fluorescente incandescencia, sin señal alguna. Trepé a toda velocidad por la escala de madera barnizada que conecta la cámara con la bañera, a cuatro patas, y al llegar a cubierta el impacto visual y la sensación de desamparo fue aún mayor. La aguja magnética, que había perdido su iluminación azul, giraba sin control en redondo dando vueltas como un tíovivo sobre su eje. Los obenques estaban tan calientes como un horno de leña en plena faena, ya que la cadena que había afirmado tan solo una hora antes a los mismos, había derivado la descarga eléctrica hacia a la mar, el grillete que une la cadena a los obenques casi se había fundido por efecto de la temperatura. Instantes después el barco se paró y me quedé también sin gobierno, al garete. Un silencio espectral invadió la cubierta, roto tan solo por los rayos que continuaban cayendo muy próximos al casco con su característico rack-rack-rack, la iluminación que proporcionaban daban una imagen espectral a todo lo que me rodeaba, y se aparecieron en mi imaginación en rápidos flases consecutivos, todos los monstruos que uno tiene en la mente, y que se han encargado de recrear y mantener vivos los magnates de las grandes compañías cinematográficas de Hollywood, desde el muñeco diabólico hasta tiburón. Por unos instantes estuve paralizado y sin saber qué hacer, al volver la cara vi la balsa salvavidas en su estiba, y eso me tranquilizó.
Gracias a Dios pronto reaccioné, y pensé… el VHF, cuando volví a bajar a la cámara, otra desilusión, sin corriente, su pantalla oscura me volvió a recordar la desesperada situación. Busqué en el cajón de la derrota la linterna, le di al botón – clic -y se hizo el haz de luz - Dios mío gracias - , busque el cuadro eléctrico, todos los machetes estaban bajados – OFF- , encontré el interruptor general y lo pulsé – ON-, tan solo escuche el paso de flujo del hidráulico del sistema de gobierno y la iluminación del cuadro de alarmas del motor principal, al instante una alarma empezó a sonar insistentemente, de nuevo la escala barnizada hacia cubierta a toda velocidad para pulsar el desinhibidor de la alarma de parada de motor, y cuando lo pulsé, agradecí que parara el estruendo, coloqué la llave de arranque del motor principal en -0-, el silencio volvió a invadirlo todo… El sistema de emergencia de baterías de 12 voltios, permitió que se encendieran las luces de navegación, un todo horizonte blanco en el palo y luces de costado agrupadas en un solo farol a proa (buque de propulsión mecánica “en navegación” – Dios mío eso espero –, menor de 12 metros de eslora), pulsé arrancar el motor principal y de nuevo se puso en marcha a la primera – Dios bendiga a Otto Diesel -. La situación estaba mejorando, ya tenía gobierno, propulsión y luces de navegación, pero no indicación de rumbo, ni bocina de niebla, ni capacidad alguna de situarme en niebla cerrada, excepto la estima. Permanecí un momento en silencio para pensar, y lo que son las cosas del destino, lo primero que me vino a la cabeza fue un refrán: - Quien no sepa rezar y ande por esos mares, verás que pronto aprende sin que le enseñe nadie -. ¡Y sabes que los refranes son mentira!, pero volvamos al tajo, seguí durante unos instantes sentado en la bañera bajo un silencio espectral, luego bajé a la cámara y saqué una cacerola y un gran cucharón, con la intención de hacerla sonar si se aproximaba algún barco con riesgo de colisión, todo ello como medida de emergencia para hacer señales fónicas en caso de necesidad, la verdad es que no se me ocurrió nada más apropiado, ya que no disponía de bocina de niebla de emergencia, una de esas que usan los hinchas de fútbol en los campos. Y todo ello a riesgo de parecer más que un barco en apuros, una manifestación con cacerolada incluida, de esas que se montan por un quítame esas pajas, para revindicar cualquier cosa, pero es lo que hay... El silencio en la mar y cerrado en niebla es el SILENCIO con mayúsculas, eso sólo lo sabe el que lo ha padecido, y la verdad, no se lo recomiendo a nadie, y mucho menos con averías abordo. Seguía allí sentado en medio de aquel penetrante silencio, uno de esos tan profundos que llega a hacer daño en lo oídos, el cansancio me quería vencer por momentos, el miedo hacia palpitar mi corazón más rápido de lo normal, la angustia cerraba de vez en cuando mi glotis y me obligaba a tragar saliva cada pocos segundos, sentí frío en los huesos, como si la humedad del ambiente traspasara la carne y llegara a mojar el esqueleto. Busqué un chubasquero que tengo preparado en cubierta dentro de un tambucho, me lo puse, también el gorro azul de lana del invierno y los guantes, me arrinconé entre la rueda del timón y el respaldo del asiento del timonel, y me coloqué el cojín en forma de almohada, me agazapé como un animal herido tras una pelea, con la mirada perdida en la niebla que lo envolvía todo, todavía no estoy muy seguro si me venció el cansancio de la noche. Las ideas se agolpaban y se sucedían rápidamente, como en una película de esas de cine mudo... Raaaa – Ta – Ta , sobresalto, la señal fónica de una embarcación que se aproximaba por la amura de estribor, me incorporo como por efecto de un resorte sobre cubierta, agarro fuertemente la cacerola con una mano y el cucharón en la otra, miro el reloj de pulsera, pulso el botón que ilumina la esfera, y cuando la señal vuelve a sonar, pulso el botón del cronómetro: Raaaa – Ta – Ta, no hay dudas, una larga y dos cortas a intervalos de dos minutos, debe tratarse de un velero en aproximación, aunque con el Reglamento para prevenir los abordajes en la Mar en la mano, podría tratarse de otras muchas cosas (buque sin gobierno, capacidad de maniobra restringida, restringido por su calado, de pesca, remolcando o empujando), pero me quedo con el velero, es lo más probable. Marco la dirección de la señal fónica de nuevo a ojo, la marcación no varía y la distancia disminuye: Raaa – Ta – Ta, sin duda se aproxima y a rumbo de colisión. Hago sonar la cacerola con el cucharón Clon – Clon – Clon – Clon – Clon, la señal del posible velero continúa aproximándose por la amura de estribor, pongo una mano sobre la palanca del mando del motor y me dispongo a maniobrar por si fuera preciso con máquina y timón, pero sin dejar de hacer sonar mi particular estruendo para llamar la atención Clon – Clon – Clon – Clon – Clon – Clon, la señal se acerca cada vez más y más, la saliva sigue pasando por mi garganta a intervalos reducidos y el estómago empieza a sentir sus efectos ,el corazón se acompasa con el run – run del motor a ralentí, y noto como la sangre que bombea el corazón se agolpa en mis sienes. Mis ojos se devanan entre la espesura de la niebla intentando ver algo, por el sonido el buque que se aproxima se encuentra ya muy cerca, puedo incluso oír el aguaje de su proa al cortar la mar acercándose, calculo que debe gobernar a un rumbo aproximado del SSW, y a una velocidad también aproximad de unos 5 a 8 nudos, muy elevada para ser un barco de vela, y más aún con esta niebla cerrada y “sin gota” de viento, pero la aproximación continúa, no hay dudas. Clon – Clon – Clon – Clon – Clon, por fin veo la vela en la espesura de la niebla, es el palo mayor de lo que parece inicialmente un pailebote a vela, posteriormente y según se acerca aprecio dos velas cuadras aparejadas y embergadas en el mastelero del palo mayor, maravillosamente hinchadas por ¿el viento?... que viento. En una limpia maniobra la embarcación cae a su estribor y se pone a fachear, exponiendo la superficie de las velas cuadras contra el viento... otra vez,... ¿qué viento?, dejando las cangrejas y velas de cuchillo casi al pairo, poco después aprecio con claridad su silueta de goleta de velacho, dos palos casi en candela, con muy poca caída, con sus correspondientes cangrejas, y el mayor aparejado con dos velas cuadras (velachos), petifoque, foque, fofoque y contrafoque, envergados en el bauprés, una vela de estay entre los dos palos, y una escandalosa en el mesana. La tripulación se afana a golpe del silbato de “nostramo” maniobrando sobre los volapiés con maestría ensayada una y mil veces, otros suben y bajan a los palos con profesionalidad, haciéndose valer de flechastes y arraigadas, es todo un espectáculo que contemplo con la boca abierta, sobre cubierta se manipulan con maestría brazas drizas y escotas, acompasando el trabajo de los hombres con el sonido del silbato. En la popa, el que parece ser el patrón, vestido con chaquetón azul y gorra, me hace señales con el brazo, algo así como: síguenos que te conducimos a puerto, no hay palabras a pesar de que chillo desesperadamente y agito los brazos por el aire húmedo como un poseso, sigue sin haber palabras, sólo el idioma internacional de los signos, creo que interpreto las señales. Toda la escena está envuelta en una extraña luz, gobernada por los halos que reflejan a su vez sobre la niebla las luces de costado del velero y la de alcance que se adivina en popa. Por el aspecto que me presenta la goleta, no la veo, intuyo su iluminación por la proximidad y el halo que se refleja. Las figuras de cubierta, también envueltas por la misma extraña luz, parecen flotar sobre cubierta. La goleta vira, bracea la tripulación, y maniobrando con las escotas de las cangrejas, velachos, vela de estay y foques, todo a golpe de silbato, la embarcación comienza a orzar y la estela que deja en el agua indica sin lugar a dudas de que va avante, no se oye ni una sola voz, pronto me muestra su popa redonda que exhibe un nombre elaborado con letras de bronce atornillado sobre las tracas del casco: “CARMEN”. Me apresuro a dar avante, el motor otra vez responde y el aumento de revoluciones me permite ir también avante, gobierno con el timón y sigo la estela del maravilloso barco que me precede y conduce, en principio no se hacia donde, pero algo en mi subconsciente me dice que todo va bien, que siga adelante con la maniobra, otra vez hago caso a lo que me dicta la intuición o quizás el instinto de supervivencia, la verdad es que no lo tengo claro, pero tengo que tomar una decisión y ya está tomada... La humedad lo sigue invadiendo todo, continúo con los huesos calados hasta las mismas entrañas, el gorro de lana derrama sin parar gotas de agua que van a parar directamente sobre mi nariz y de vez en cuando sobre la cuenca del ojo izquierdo. Me aferro a la rueda del timón, no se a qué rumbo estoy gobernando, pero tengo la sensación de haber caído aproximadamente dos cuartas a estribor sobre el rumbo anterior al que navegaba antes de ser alcanzado por el rayo, – la aguja magnética sigue girando loca después de la brutal descarga eléctrica, hago un cálculo mental – , 285º (rumbo al que estaba gobernando antes del desgraciado incidente) + dos cuartas (a estribor 22,5º), es decir, aproximadamente estaríamos gobernando al rumbo de aguja 300º. Pensé inmediatamente en la última situación que había dibujado sobre la carta náutica a las 23.30 horas, instantes antes de ser alcanzado por la descarga eléctrica y de quedarme al garete, recordé que en ese momento tenía Campoamor casi por la proa y la distancia mínima a tierra eran 10,6 millas a Cabo Roig. Comprobé la hora, Hrb: 00.10 (el cronómetro seguía trabajando con la fidelidad de costumbre), había estado al garete aproximadamente unos 40 minutos, prácticamente sin moverme desde la última situación pintada sobre la carta, intentaba recomponer la derrota para hacer una estima, cuando caí en la cuenta de que aquel condenado velero navegaba con las velas hinchadas por el viento a toda velocidad, y a escasas cien yardas de mi proa, pero... ¿qué viento?. Intenté comprobar con la ayuda de la linterna las indicaciones del anemómetro y del equipo de viento, nada, también habían muerto tras el combate. Enfoqué el haz de luz sobre las cazoletas del anemómetro en el coronamiento del palo, y estimé que su movimiento de giro se correspondía con la velocidad que le imprimía la propulsión de la máquina, que casi giraba a tope de régimen, es decir, el viento aparente registrado, era consecuencia exclusiva del movimiento producido por efecto de la propulsión mecánica, así lo confirmaba la orientación del catavientos. El cálculo que hice en relación con revoluciones por minuto a que trabajaba el motor (2.700 R.P.M. – el tacómetro seguía marcando, pero desgraciadamente, no la corredera –), daba como resultado, según mi experiencia en su empleo, que aproximadamente navegábamos a una velocidad comprendida entre los 9 y 10 nudos, variación condicionada por del estado de la mar, viento y corriente. ¡Joder con el velero!, y eso que no hay ni gota de viento, me río yo de la millonada que nos hemos gastado en el “team” de la Copa América, sin lugar a dudas que teníamos que haber mandado a este, y no veas el campanazo, sin velas de Kevlar, ni winches de titanio, sin spinaker, sin quilla experimental de un millón de dólares... Apalanqué un momento la rueda del timón con la ayuda de un cabo para que mantuviera el rumbo y bajé de nuevo a la derrota, marqué sobre la carta náutica desde la última posición la situación de estima y el rumbo que calculé a ojo al que navegábamos, el resultado no dejó de sorprenderme..., aparentemente nos dirigíamos a rumbo directo a la bocana del puerto de Torrevieja, donde tengo el atraque, y todo sin mediar palabra, ¿es que acaso sabe el patrón de este barco dónde iba?... Aproveché para sacar de la derrota la aguja de marcar y -escaleras barnizadas arriba - a toda velocidad, de nuevo inmerso en la omnipresente humedad recalcitrante de cubierta. Comprobé la silueta del “Carmen”, la espectral luz del fanal de popa que conformaba su luz de alcance, marcaba casi con exactitud un sector de 135º de luz blanca mortecina, parcialmente absorbida por las gotitas de humedad y corpúsculos de sal en suspensión, las letras de bronce del nombre brillaban debajo de la luz de alcance como si fueran fluorescentes, como esos juguetes que tienen los niños en sus cunas para que no les de miedo la oscuridad si se despiertan. Al lado de la casamata, el timonel casi sin movimiento, gobernaba un timón de seis brazos y considerable tamaño, sin hidráulico, con la precisión del mejor de los pilotos automáticos “Anchuz Kiel”, conectado a una exacta giroscópica, superando con creces lo que es capaz de hacer para estos menesteres la tecnología alemana; a su lado el patrón con la gorra calada, de espaldas, con el cuello del chaquetón azul subido, supongo que para evitar la humedad en el cuello y garganta, sin hacer movimientos, en ocasiones desprendía humo que supuse eran las bocanadas de un buen puro cubano, al diablo las prohibiciones de fumar, en el mar no existen esas reglas que acucian a los mortales terrestres bípedos, la ley de la mar es otra. Las velas continuaban perfectamente alineadas y aparejadas ciñendo por estribor, los picos y botavaras de las cangrejas se alineaban con la precisión propia de un maestro en el arte de marear, la vela de estay envergada entre los dos palos, desde mi posición a nivel del mar, era tan solo una sombra, los velachos eran absorbidos de tanto en tanto por la espesura de la niebla, las luces de los costados eran reflejadas sobre las gotitas en suspensión que proyectaban sus colores hacia popa, lo que le daba un aspecto sobrecogedor y maravilloso a la silueta de aquel velero, que parecía flotar en la mar, todo un espectáculo que me dejaba extasiado contemplándolo, y a la vez, me hacía desear de modo inconsciente, llegar a tener la maestría náutica suficiente como para formar parte de aquella tripulación, a la que le me gustaría dar sinceramente las gracias por el auxilio que me estaban prestando. Seguí compulsivamente la estela del “Carmen” sin vacilar, la precisión de sus movimientos, el modo de maniobrar con la jarcia de labor y aparejos, la exactitud en su proceder náutico, me hacían fiarme ciegamente de aquella gente, que por otro lado, ni siquiera conocía, es más, ni siquiera había intercambiado una sola palabra con ellos, tan solo cacerolazos y pitadas, pero en el lenguaje marítimo internacional y sin palabras, esos signos eran suficientes para que le entregara mi confianza ciega. Miré de nuevo hacia la cámara, la única luz en su interior procedía de un globo terráqueo iluminado desde dentro por una lámpara, como esos que aparecen en la primera foto escolar de los chiquillos, foto que se mantiene como la declinación magnética, constante pero con pequeñas variaciones a lo largo de los años, y que por lo tanto, también con pequeñas variaciones se repite, ya que no se por qué extraña razón, se empeñan en retratarnos generación tras generación, enfundados en un babi de rayas y con los pelos tiesos, como retrataban a los desgraciados presos a su llegada al campo de concentración de Treblinka. La luz del globo terráqueo (alimentada de 12 voltios de las baterías de emergencia), y que se había encendido sin saber por qué repentinamente), iluminaba a su vez una pequeña parte de la cámara, y dentro de su haz, la pequeña imagen de la Virgen del Carmen que llevo atornillada al mamparo de proa, junto al psicómetro, y que siempre me acompaña y me ha acompañado por los mares. Me quedé mirándola como tantas veces en mi vida, y le pedí que me ayudara como lo ha hecho tantas otras ocasiones ante la maldad y el peligro, la verdad es que estoy tan empeñado con ella, que no le pagaría la deuda aunque viviera otros cien años, y eso sé que es imposible, así que espero que la deuda sea motivo suficiente para que a la muerte me reclame, a ver si así puedo pagarle de algún modo. Recuerdo con claridad que la visión de la imagen en la oscuridad de la noche me reconfortó tremendamente, y como una vocecita que sale de dentro, de algún lugar profundo, muy profundo en el subconsciente, sentí, ¡adelante que todo va bien!. Saqué la aguja de marcar de su funda, la alineé con la crujía lo mejor que pude iluminándola con la linterna, Rumbo de aguja 304º, lo que confirmaba casi con exactitud mi cálculo anterior, las pitadas de niebla del velero que me precedían seguían rasgando la niebla como un sable de abordaje a intervalos regulares- Raaaa – Ta – Ta - , la estela continuaba cortando el agua con un preciso trazo sin variación o fluctuación alguna, me recosté de nuevo entre el timón y la borda con la ayuda de un cojín, seguía el frío y la humedad, el run – run del motor no cesaba con acompasada monotonía, estaba cansado, helado hasta en el alma y empapado en agua dulce y salada, también bajo las diversas capas de ropa del vestuario, en sudor. Mis ojos se balanceaban por el cansancio, como el mortero de una magistral afirmado por los dos ejes de libertad que limitan su movimiento, e hice lo único que me pareció que debía hacer, lo que me creí más lógico, seguir tozudamente la estela del “Carmen”. Exprimí mi gorro de lana, que se comportó como una naranja ante la acción de un exprimidor, soltando un abundante chorro de “líquido”, me “espolsé” como hacen los perros para sacudir el agua de su cuerpo cuando acaban de salir del agua y están empapados, y mis ojos continuaron oscilando ajustando la mirada entre el cerca y lejos, como uno de esos prismáticos con zoom, acomodándome a continuación lo mejor que pude en mi improvisado lecho, seguía la estela del“Carmen”, ese era el objetivo, el cansancio se apoderaba progresivamente de mi maltrecho cuerpo... Tuuuuuu, la pitada de un barco casi en el oído sonó como la una detonación de un montaje naval de 12 pulgadas devanando mis tímpanos, salté de nuevo como un fuelle comprimido al ser liberado del resorte que lo oprime, fue un sobresalto y un susto de muerte. A no más de tres yardas de distancia cuatro ojos de intenso azul me miraban con expresión de incredulidad, el casco negro de una embarcación estaba casi abarloado al de mi velero, me cegaba parcialmente el resplandor de las numerosas luces alineadas sobre mi cabeza, y el haz de luz de un par de focos que iluminaban los muelles del náutico, era ya de amanecida, y la visibilidad había aumentado considerablemente, reconocí el lugar, estaba en la rada del puerto de Torrevieja, entre el muelle de Levante, que proyectaba por estribor las luces del paseo, todavía encendidas, y por babor, los muelles exteriores Marina Internacional, con numerosos yates de considerables dimensiones atracados en punta. - Lo hemos seguido y nos hemos acercao, porque entraba por la bocana como una flecha, hasta hemos creído que el barco navegaba solo, y ya sabe lo de los tres nudos, no podíamos creer que era usted, precisamente usted, con lo insistente (coñazo) que es con lo de los tres nudos, y además ahí tirao sobre cubierta, si no lo veo no lo creo- Cuando reaccioné del susto pude comprobar que los cuatro ojos azules que brillaban en la oscuridad eran los de “Los Colos”, los boteros del práctico de Torrevieja, que al parecer me venía siguiendo desde que entré por la bocana, y la verdad es que con la niebla no me había dado ni cuenta. - ¿Está bien? – Le veo la cara como desencajá – Cuando pude recordar, una pregunta fluyó de inmediato de mi mente hacia mis labios - . - ¿Y el velero? - ¿Qué velero? - El que me precedía en la recalada, el que ha entrado antes que yo a puerto. - Nosotros llevamos aquí desde la seis de la mañana atracados en la punta del muelle con la proa pa fuera esperando a Saura (el Práctico), que va a atracar a un vapor, y no hemos visto a nadie más, quién va estar ahí en medio con esta jodía niebla. - Joder, un velero de dos palos y unos treinta metros de eslora que iba justo por mi proa, y al que vengo siguiendo pegado a su estela toda la noche. - Ya le he dicho que no, que no ha entrado nadie. Leí en su expresión aquello de, de donde vendrá este a estas horas, anda que si no estuviera aquí por necesidad iba a estar yo aquí en medio aguantando esta humedad y haciendo el capullo, es que estos de los veleros no saben más que dar la nota, y además entrando a toda castaña al puerto, para llevarse a alguien por delante... Me quedé petrificado, la sangre se me volvió agua de mar y empecé a sudar un sudor frío que pronto me empapó el cuerpo de arriba abajo, y creo que incluso el alma, las manos se me helaron y notaba la lengua seca, seca, como un estropajo. Acto seguido me asomé a la cámara donde eran más que evidentes los desperfectos provocados por el rayo la noche anterior, luego no lo había soñado..., me encontré con motor a ralentí, parado y de nuevo al garete en medio del puerto, confuso y sin saber como actuar, ni que había pasado exactamente, me senté en la bancada apoyando la cabeza entre mis manos, como para intentar recomponer la situación vivida. En pocos segundos, la humedad me empapó el trasero. “El Colo” más joven, el patrón de la lancha del Práctico, se metió en la caseta con parsimonia lanzando bocanadas de humo de un Winston americano de paquete blando, de esos de los del águila, su padre abrió la proa con la ayuda de un bichero y le hizo un gesto con la mano, y la embarcación de casco negro y puente blanco, comenzó a gemir con sus dos motores soltando otra exhalación de humo, primero negro y después blanco, y dándome la popa, el casco de mi barco se atravesó a su estela por los efectos de su corriente de expulsión. Mientras se alejaba, el tripulante de proa movía la cabeza de arriba abajo, como diciendo, anda que sí. Cuando volví a alzar la cabeza, la silueta inconfundible del pesquero “Rosa María Juárez” seguido por mil gaviotas chillonas me paso muy próxima, el patrón salió del puente y me saludó mano en alto, le respondí sin ganas, creo que se dio cuenta de la expresión de incredulidad que debía reflejar mi rostro y que era incapaz de disimular. Le di avante haciendo girar la palanca del mando motor, y este como siempre respondió a la primera desde las entrañas del velero, obediente y seguro, aumentando progresivamente y con suavidad las revoluciones (1.200 R.P.M), comencé a gobernar cayendo a babor con una vuelta completa de la rueda de timón, el indicador de caña marcó 10º en rojo, y la proa cayó impecablemente hacia los atraques del Real Club Náutico, antes de tomar la boya verde situada frente al varadero del Club, vi el familiar arco iris multicolor pintado en la superestructura del “Espejo de Torrevieja”, que había pasado la noche en su lugar habitual de atraque, su contramaestre John se estaba desplazando desde la toldilla a la primera cubierta, y de ahí por las escalas hacia el puente de gobierno, pero no me vio. La imagen por familiar hizo redundar la idea en mi mente de, - ánimo estas en casa -. Enfilé el atraque, un pequeño golpe de máquina atrás y en el sitio. Con el barco parado me dirigí sobre una maraña de cabos hacia proa para dar los largos, el contramaestre, Manolo, me había visto llegar y me esperaba para encapillar los cabos. - Buenos, casi días Capitán (siempre me llama Capitán, y la verdad que a mí me gusta). - Buenos días Manolo, no sabes la alegría que me da verte. - Que Capitán, de juerga, ¡vaya nochesica!. - No lo sabes tú bien, menuda juerga marinera que me he pasado esta noche. - La verdad es que cuando anochesió y no lo vimos regresar, me preocupé, y lo estuvimos llamando varias veses por VHF, es que con esa niebla por ahí, y esos rayos que han caído sin parar... - Ya sabes Manolo, a la mar madera, pero ya te contaré despacio. - Hice firme la codera al muerto de popa. Si no quiere nada más me marcho, que tengo faena, hay que cambiar varios muertos y tirar cuatro nuevos y estoy esperando al buso. - Haz el favor, mira a ver cuando haya un hueco en el varadero que tengo que reparar varios desperfectos, y si ves a José Luis dile que me llame por favor, que tengo que revisar unos cuantos equipos eléctricos y electrónicos. - Enterado, hasta luego. - Adiós Manolo. Cuando hubo acabado la maniobra, en la paz del atraque, volví a reflexionar sobre lo que había pasado, y progresivamente se me volvió a encender la sangre, y una vez en ese estado, de nuevo se me volvió a licuar en forma de agua de mar. Intenté de modo más pausado reconstruir mentalmente todo lo sucedido, centrando toda mi capacidad intelectual en reconstruir exactamente los hechos, convenciéndome de que mi mentalidad tiene una estructura mucho más científica que poética, y la dureza de la vida de la mar me ha enseñado a no creer en chorradas, además, no soy muy supersticioso ni propicio a creer en historietas ni cuentos náuticos, sin embargo, lo que había pasado estaba aún tan presente en mi subconsciente que, no me dejaba lugar a dudas razonables, pero, otra vez pero...¿y el velero de marras, dónde estaba el velero?. Desembarqué tras colocar la pasarela y dirigí mis pasos hacia mi oficina, cabizbajo, absorto en mis pensamientos, reflexionando una y otra vez sobre cada uno de los particulares de la experiencia que acababa de vivir, sin que ninguna de las hipótesis que generaba mi intelecto para resolver el problema, fuese digna de una tesis para dar respuesta a lo sucedido la noche anterior de una manera congruente, o al menos lógica. No podía parar de pensar en lo mismo, encendí el ordenador, busqué en el programa de “Registro de buques”, y nada. Aparecía hasta una “zodiac” de 2,51 metros de eslora de nombre “Carmen”, pero ni rastro del magnífico velero que la noche anterior me había salvado el pellejo. Lo intenté en viejos libros de registro de buques manuscritos a pluma por amanuenses que imaginé con gafas, manguitos y tintero; libros de pastas duras de cartón, con el interior rallado. Huellas del pasado concienzudamente documentado que descansa cubierto por polvo denso en las modernas estanterías de diseño de la Capitanía Marítima, tampoco nada, pero no podía rendirme, me había quedado tan marcado por los acontecimientos que algo desde dentro me impulsaba a seguir investigando con todo mi ímpetu, de hecho no podía pensar en otra cosa, así que me dediqué a “navegar” por la red inmerso en las recónditas entrañas de las nuevas tecnologías de la mano de internet. Tras consultar lo que calculé serían más de cien páginas webs, y moverme por un mundo alámbrico e inalámbrico que me hizo “viajar” por varios países y al menos cuatro continentes, el resultado era nulo, algunas siluetas de los barcos consultados en las coloridas y dinámicas páginas del ordenador se parecían, pero no obtuve ningún dato que me llegara a hacer pensar que se trataba de la misma embarcación que buscaba obsesivamente. Eran casi las 12.00 de la noche cuando por fin salí del despacho, desgraciadamente sin resultado alguno, me dolía la cabeza y estaba agotado después de no haber dormido la noche anterior. Me fui a dormir, tuve pesadillas que me compungieron el alma sin descanso durante toda la noche. A la mañana siguiente, casi sin dar tiempo a la amanecida, volví a la faena, consulté viejos libros de veleros, así como varios archivos, de nuevo desesperantes resultados negativos. Tan solo una pista aportada por mi amigo, Paco Rebollo, que acertadamente me puso de nuevo sobre el camino. Él, es un marino de la Armada jubilado en Torrevieja y dedicado todavía en cuerpo y alma a la mar, a escribir sus historias y las de su ciudad, que no sé si es la que le vio nacer, pero que en todo caso, me consta que es esa que tanto ama; insisto en que él me puso en la mano el hilo que tirando, tirando, podía conducirme al ovillo. Me dijo que consultara el libro de José Huertas Morrión (Huertas, Morrión., J. 1992) que tiene como título: “Los motoveleros. El final de una época”, ya que según me informó, en dicha publicación editada por el Instituto Municipal de Cultura de Torrevieja “Joaquín Chapaprieta Torregrosa”, se hace en el un detallado estudio de todos los pailebotes y motoveleros que componían la extensa flota de cabotaje española durante más de un siglo y hasta el final de sus días, cuando dejaron de ser rentables a consecuencia de la aparición de la propulsión mecánica fiable y la consolidación del proceso de construcción naval en acero de los cascos, por lo que tuvieron que resignarse a desaparecer poco a poco. No tardé en conseguir un ejemplar (todavía uno tiene amigos), y en leerlo con ansia página a página. Casi llegué a pensar que el esfuerzo había sido de nuevo inútil, a pesar de los numerosos datos que la publicación contiene, ya que al principio no aparecía referencia alguna del barco que buscaba, al llegar a la página 266 del libro, todo cambió... De nuevo me dio un vuelco el corazón cuando leí:
...“Los nombrados <
El < De nuevo se me secó la garganta y dejé de poder tragar saliva, de nuevo la sensación de angustia del día anterior, algo desde mi interior me decía con insistencia que se trataba de el mismo “Carmen” que yo estaba buscando, pero para una mente de estructura científica, es preciso demostrar las hipótesis, por lo que era necesario investigar hasta el final, para confirmar sin lugar a dudas esa aseveración. El libro no contenía reseña alguna sobre el tipo de barco que era el “Carmen”, del aparejo vélico que armaba, o del esquema o fotografía de la silueta de aquel buque, por lo que era preciso asegurarme de que la silueta que había visto la noche anterior, tenía algo que ver con el “Carmen” que citaba el libro consultado.
El tren Altaria que conecta Alicante con Barcelona iba lleno, y gracias a mi billete de preferente pude tener un poco de tranquilidad para leer, durante el trayecto no paré de consultar datos bibliográficos y libros que llevaba en una pequeña maleta de piel, y que había seleccionado por que creía podían tener alguna información o reseña del naufragio de aquel misterioso velero, pero nada. Volví desolado a Torrevieja, ya no me dediqué a leer ni buscar datos durante el viaje de regreso, mantuve inmersa la mirada en la inmensidad de los campos de naranjas, y cuando aparecían, de tanto en tanto, me quedaba absorto en los castillos árabes encalomados sobre cada uno de los riscos que defienden los pueblos costeros. Siempre me han apasionado los castillos, y cada vez que “los tengo a tiro”, me quedo embobado mirándolos. Fui al bar del tren que se movía como si estuviera dentro de una lavadora centrifugando, - taca tac – taca tac – taca tac, y en la barra de la cafetería rodante, con un cortado y un croissant envasado en plástico transparente delante de mis narices, me vino de repente la idea...El Archivo documental del Arsenal Militar de Cartagena, recordé que en sus inmensas estanterías se depositaron a partir del año 1992, los documentos de las antiguas Ayudantías Militares de Marina, cuando estas se convirtieron en Capitanías Marítimas tras la aprobación de la Ley que regulaba dicho trámite, por lo que puede ser que allí encuentre algún dato, la idea me reconfortó, era una nueva luz en el túnel, creo que se me iluminó la cara con una sonrisa. Una corta visita al Ayudante mayor del Arsenal, explicación de intenciones, sonrisas, apretón fuerte de manos, y, permiso concedido. El que me franqueó el acceso al archivo era un hombre de unos 50 años, subteniente contramaestre, cojeaba ostensiblemente de la pierna derecha, acento absolutamente cartagenero, el uniforme le estaba ligeramente estrecho y la abultada barriga ponía en tensión manifiesta los botones de la camisa blanca, el herrumbre del dorado de las palas indicaba años de servicio continuado bajo la acción del salitre. - ¿Me ha dicho Castellón y Vinaroz?. - Afirmativo (expresión típica de contestación – sí -en el ámbito naval). - A ver... creo que es el pasillo nº 12. - Aquí está, ése es de Castellón, y ésos dos otros de Vinaroz. - Nenica vente pa ca. Al poco apareció una cabo contramaestre delgaducha y con coleta y granos en la cara, la verdad es que me pareció una cría que acababa de dejar de jugar con las barbies. El contramaestre me miró a los ojos, - Es que ya no está uno pa subirse por las escalas, y menos con esta puñetera, se señaló la pierna derecha. La chica trepó ágilmente por una antigua escalera de madera y bajó de una estantería tres abultados legajos titulados: “Comandancia Militar de Marina de Castellón”, el otro “Ayudantía Militar de Marina de Vinaroz”, y el otro “Reclutamiento y Detall”. - Don Antonio me marcho que llego tarde a comer y cierran la línea. - Vale, pero que no se te olvide decirle a Carlicos que me deje algo pa picar. Estuve toda la tarde escrutando con paciencia de archivero los tres legajos de cartón, de esos que llevan unos cordelitos para atarlos, no comí, no bebí y me moría de ganas de orinar, pero no podía dejar mi tarea con facilidad, es cuanto menos sorprendente como unos papeles ya amarillos pueden recomponer la historia de lo ocurrido tiempo atrás, y hacerte mover en el espacio en el tiempo, estaba absorto en la lectura de los que me parecieron importantes documentos del pasado, escrituras, anuncios, subastas, embargos... la primera y segunda república, la guerra civil, las convulsiones del país en terminología náutica, la riqueza, la ostentación y la miseria del ser humano escrita en tinta negra con terminología náutica. Al fin, en el tercer legajo apareció una libreta de cartón de pastas casi negras y de hojas amarillas y ralladas escritas a mano, el título “Varadas y Naufragios 1900”, lo abrí con inquietud, comencé a buscar página a página, al fin, tras una detenida lectura de 46 páginas, encontré la siguiente anotación: “Año de nuestro Señor 1915
Asiento nº 46: Desplazado por comisión de servicio el Contramaestre de 1ª Clase D. Ramírez Pérez de Liénzaga al lugar de embarrancamiento con montura del destacamento del puesto de artillería costera desde Castellón, certificó que, la embarcación siniestrada era la goleta de velacho llamada “Carmen”, del registro de Sevilla, cuya casa armadora es en la actualidad D. Juan de Flexas, vecino de Palma de Mallorca, y de la mercantil Española de Transportes de Palma, que ha sido requerido de oficio, y por correo urgente certificado, para que suministre detalle puntual de la tripulación y carga consignada en los manifiestos de embarque que obraran en la singladura que acaeció la perdida. De la comprobación efectuada, se deduce que, no apareció tripulante alguno abordo o en los alrededores de lugar del siniestro vivo o muerto, por lo que se cree que perecieron ahogados tras el embarrancamiento. Sus cuerpos en el momento de redactar este informe no han sido hallados. Se pasa requerimiento a los puestos de Carabineros próximos al lugar y Cofradías de pescadores para formalizar avisos si hallaren cadáver o restos humanos que pudieran estar en relación con el siniestro que relato.
Castellón a los 21 días del mes de Octubre del año de Nuestro Señor1915 Otra vez no podía tragar saliva, la boca y la garganta se me volvieron a secar como un estropajo, otra vez agua salada en las venas y el sudor frío, mis ojos se posaron en el escrito y leyeron una y otra vez lo que figuraba en esas líneas manuscritas, sin dar crédito a lo que estaba pasando. Al salir del Arsenal Militar de Cartagena, ya estaba bien entrada la noche, el infante de marina que custodiaba el puesto, me miró detenidamente mientras cruzaba la más de tres veces centenaria puerta de madera que franquea su entrada, me identificó y le entregue el pase que llevaba firme en el pecho con una pinza metálica. Creo que se dio cuenta mientras escribía los datos en el libro de registro de control de salida de mi cara de preocupación, estaba tan absorto en mis pensamientos que apenas atendí a responder sus preguntas con cordura.
De vuelta a casa, en la autovía todo pasaba deprisa, conducía en vez de sobre el asiento de mi coche sobre una nube, absorto en mil pensamientos diversos que pasaban por mi mente deprisa, deprisa, y tan solo las luces largas del tráfico que circulaba en sentido contrario, me hacía regresar de tarde en tarde a la realidad. Me acosté y apagué la luz, creo que me acosté rezando para que todo hubiera sido un sueño, un mal sueño.
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