Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 79 – Verano 2025
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

  

Estos tres textos fueron teatralizados en la presentación de este número de la revista Ars Creatio, como recuerdo y homenaje a su autor al año de su fallecimiento

 

Aquellos prodigiosos años

 

Ojillos de Arriba, martes 22 de julio de 1969

 

Las chicharras llevaban agitando sus alas como si no hubiera un mañana. Los adoquines de las calles irradiaban todo el calor acumulado desde el amanecer; quizás por ello, las calles del pueblo, a esas horas, permanecía aún vacías. Eulogio, el camarero del bar El Paraíso, puso la radio. Quería oír el programa que presentaba su amigo el Paco Francisco. Como a esa hora no había muchos clientes en el bar, se sentó en un taburete de la barra y sintonizó Radio Ojillos. Tras sonar la canción del negrito del Cola-Cao y el anuncio del detergente Omo, que lava más blanco, oyó la voz inconfundible de su amigo Paco.

—Buenas tardes, radioyentes. Les saluda su presentador favorito, Paco Francisco Campos, desde su emisora amiga, Ojillos Radio, la radio que todo lo ve y todo lo cuenta, desde el dial 99.9 FM.

En la radio sonó la sintonía musical de Perdidos en el espacio durante unos diez segundos. Paco volvió a hablar.

—Bienvenidos al programa A mí me lo contaron así, un espacio radiofónico de divulgación, para los que queremos saber más que nuestro cuñao. El programa líder de audiencia de la tarde del martes.

Paco dejó de hablar y sonó una nueva cuña publicitaria.

—Esta tarde tenemos una programación especial, con una persona muy especial. Con ella hablaremos de un tema de gran actualidad, de un asunto del que todo el mundo habla, en cualquier sitio y en cualquier parte. En el bar El Paraíso, en la parada del autobús, en la tienda del Genaro y hasta en la cola de la farmacia de guardia.

Volvió a sonar la sintonía musical Perdidos en el espacio durante diez segundos. Paco Francisco volvió a estar en el aire.

—Sí, vamos a hablar de eso en lo que sueles pensar cuando estás distraído. Efectivamente, ayer lunes veintiuno de julio, el hombre puso el pie, mejor dicho, la bota, por primera vez en la Luna. Para los que andáis algo distraídos por la edad, os recuerdo que la Luna es eso blanco y redondo que brilla de noche cuando salimos a tomar el fresco al jardín de la plaza del Ayuntamiento; pero no es como una bombilla que tiene luz propia, la Luna no tiene luz, la refleja el sol.

Vuelve a sonar Perdidos en el espacio, durante diez segundos.

—Para hablarnos de este tema, tenemos a una gran mujer, que se ha hecho a sí misma. Ella perdió a su Aurelio en la mina por un derrumbe y se quedó viuda muy joven. Eso lo aprovechó para enterarse de todo lo que pasaba a su alrededor en el pueblo y luego cascarlo. Su gran conocimiento de las gentes y su simpatía la han convertido en una colaboradora única de esta emisora. Desde estas ondas quiero dar la bienvenida y felicitar a la Ambrosia, nuestra reportera oficial. En esta ocasión, dado que la tele del Hogar del Pensionista estaba estropeada, tuvo que desplazarse al bar de la Uva Riojana, que tiene una Telefunken de veintiuna pulgadas que se ve como un espejo. Gracias a su valiosa perspicacia —recordemos que ella fue la que destapó el rollito del señor alcalde con la Pepi, la del estanco—, vamos a poder informaros de todo lo que ocurrió ayer y qué nos espera en los próximos días.

—Ambrosia, gracias por venir a esta tu casa. Mi primera pregunta es obligada: ¿qué opinas de esta gran conquista?

—Buenas noches, Paco Francisco, tampoco hay que pasarse, que no ha sido pa tanto. Los americanos han necesitado mandar al espacio diez cohetes, antes de poder pisar la Luna, y encima con el Polo Once, que ha sido el último, han tardado cinco días en llegar. Hoy le he preguntado a nuestro párroco, don Simón Salvador, que cómo valoraba esta hazaña y me ha dicho que no es para echarse muchas flores, que estaba seguro de que el Dionisio, con su fragoneta, se pone en dos horas en Albacete, que está mucho más lejos.

—Pero, Ambrosia, Albacete está mucho más cerca que la Luna.

—¡Aaah! Eso le dije yo. Pero me contestó el jodío algo que me dejó mosqueá y me dio que pensar. Me dijo: «Vamos a ver, Ambrosia, si me pongo de noche en la plaza y miro a lo lejos, ¿qué es lo que veo, la Luna o Albacete?».

—Y tú lo sacarías de su error.

—Pos claro, le dije que si estaba nublado, los dos están igual de lejos, porque no ves a ninguno.

—Muy bien dicho, Ambrosia. Ahora cuéntanos los detallicos y cosicas de este pedazo de viaje.

—Mira, Paco, en el cohete iban tres guiris, a uno le decían el Aldin o el Aldi, y de mote le decían Buzz, y los otros dos eran el Astron y el Colin o Jolin, aunque ya sabes que yo pa los nombres soy mu despistá y además en el cole yo era de francés. El primero que se bajó del cohete fue el Astron, pero tardó en salir cinco horas desde que alucinó el Buzz, y digo yo, que ni la Sara Montiel tarda cinco horas en arreglarse para salir a dar una vuelta a un sitio donde no hay ni un alma.

—Ambrosia, ¿qué sentiste cuando tus ojillos vieron pisar al primer hombre la Luna?

—Mira, Paco, cuando por fin salió del cohete ya estábamos todos desesperaos, y cuando pisó la Luna parecía un pato mareao dando saltos en vez de andar como Dios manda. Luego puso una bandera que debía poner «aquí he estado yo», pero como lo ponía en americano no me enteré muy bien.

—¿Qué te parecieron las imágenes de la tele?

—¡Uf! Aquello parecía un montaje y una trola muy gorda. Dijeron que habían alucinado en el mar de la Tranquilidad, lo cual era mentira podrida porque allí no había una gotica de agua. Eso sí, tranquilo era de narices, aquello parecía el desierto del Sajara pero sin arena.

—Ambrosia, ¿con qué momentos te quedarías?

—Pues mira, yo me quedo con lo que dijo el Astron después de darse otro paseo por la luna con el Aldi, «un pasico palante y otro pasico p’atrás», o algo así, entendí yo, aunque el Vicente Cabeza-Buque, que es un figura con el inglis, asegura que dijo: «Es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad». No obstante, Paco, tú ya sabes que el Cabeza-Buque es un repelente y un listillo, o mejor dicho, un listillo repelente.

—Por último, Ambrosia, ¿cuándo vuelven los guiris?

—Yo creo que como los tres nautas le han cogido gustillo a estar en la Luna sin hacer ná, no van a volver hasta dentro de dos días, y tienen previsto amenizar en el océano Pacífico, lo cual es lógico, ya que vienen del mar de la Tranquilidad y no quieren sustos. Ya sabes, Paco, que en el Pacífico nunca hacen olas y se está mu tranquilo y mu agustico.

—Muchísimas gracias, Ambrosia, por tu gran trabajo de investigación en la Telefunken de la Uva Jumillana, y esperamos que pronto nos visites para contarnos algún chafardeo; perdón, algún tema de actualidad, como sobre el que hoy hemos conversado.

—¡Gracias a ti, Paco Francisco! Cuenta conmigo.

—Bien, ahora, para terminar esta crónica espacial, os invito a bajar de la Luna, a pisar con los pies en la Tierra y obedecer lo que nos aconsejan Los Payos en la canción que está arrasando este verano de 1969: Para ti, María Isabel: «Coge tu sombrero y póntelo, vamos a la playa, calienta el sol...». Feliz noche y feliz semana, Ojillos.

 

 

Piano, piano

 

Lo reconozco, soy lento, muy, muy lento, superlativamente lento. Lo he sido siempre, he sido calmoso desde que me acuerdo. Lo mío debe ser de nacimiento y venirme de familia. Mi padre, lento; mi madre, lenta; y mi hermano mayor es tan lento que todavía no ha nacido. Mi parto fue tan parsimonioso que mi padre tuvo que llamar a la Guardia Civil para obligarme a salir y, al final, mi madre dio a luz en la residencia de ancianos. Después del parto, en vez de bautizo, hice directamente la primera comunión. Cuando comulgué, caminaba tan despacio que el traje de marinero ya era de almirante cuando llegué al altar, el vino se había transformado en licor y el pan de las hostias estaba tan duro que me rompí un diente.

He de reconocer que ser lento marca tus gustos. De bebé mis peluches favoritos eran las tortugas y los caracoles, así no tenía que correr mucho si se me escapaban. En el zoo me pasaba horas viendo dormir a los perezosos y a los koalas.

Los lentos nunca haremos las cosas deprisa y corriendo, por eso odiamos la comida rápida y el comer a rabo sacao para hincharse a lo pavo. Si tragas muy rápido, el plato se acaba antes, cagas antes y tienes que volver a comer, porque vuelves a tener hambre. No hay nada más placentero que almorzar calmoso, así nunca te quemarás con la sopa, ni se te cortará la digestión. Además, si empiezas a beber vino joven, cuando terminas es ya un gran reserva.

Otra ventaja de los que somos lentos es que en nuestro diccionario no existen las palabras «eyaculación precoz», conocida familiarmente como yaestá, ni tampoco practicamos el vulgar y desagradable «aquí te pillo, aquí te mato». Los lentos odiamos las prisas, lo nuestro es poesía, y cuando follamos somos unos románticos. Además, tenemos la ventaja de no necesitar preservativos; cuando por fin decidimos eyacular, los espermatozoides ya se han jubilado y se han ido de viaje con el INSERSO.

Ser lento a veces tiene pequeños inconvenientes. El primer día de colegio fui tan despacio que cuando llegué ya habían dado las vacaciones de verano, y me tuve que examinar en septiembre. Otro día llegué tarde al cole porque se soltaron las cordoneras de los zapatos y corrían tan rápidas que me caí y no las pude coger.

Los lentos no entendemos por qué hay gente que se pasa la vida queriendo ser en todo el primero. Primero, lo que se dice primero, sólo puede ser uno, y el resto son un grupo de segundones frustrados. Cuando los lentorros corremos un maratón, no nos importa llegar los últimos, no tenemos por qué sudar, ni pasar fatigas, sólo te tienes que relajar, disfrutar del paisaje, tomarte tu cervecita en el bar de la esquina y dejar pasar a los que quieran ser los primeros, para después decirles: «Sí, tú habrás sido el primero, pero la cervecita me la he tomado yo, y tú sólo has catado una birriosa barrita energética que sabía a plástico».

Los lentos tampoco entendemos las prisas en el trabajo, esa manía de hacer las cosas deprisa; si cuanto más rápido trabajes, antes se acaba el trabajo y antes te despiden. Además, trabajando rápido también se pasa la vida corriendo y antes te jubilan, y entonces te dan una placa y un reloj grabados con la famosa frasecita «de tus compañeros, que no te olvidamos». Al día siguiente, ni el conserje de la oficina se acuerda de ti.

También hay gente con prisas por morirse, quieren ser los primeros en llegar al camposanto. Hubo uno con tantas prisas para morir que se murió antes de que construyeran el cementerio. Otro corrió tanto que se pasó tres pueblos y lo tuvieron que matar dos veces más el mismo día. Los lentos, en cambio, somos inmortales. Con nuestra parsimonia el tiempo acaba muriéndose de aburrimiento y se para, y si el tiempo se para, puedes vivir todo lo que quieras.

Bueno, para terminar les contaré que cuando escribí todo lo que les he estado contando, utilicé más de seiscientos palabras y fui tan lento que se secaron los cartuchos de tinta y se caducaron los yogures que tenía en el frigo.

 

 

La nueva normalidad

 

Como todos los viernes, Sergio había abierto a las nueve su peluquería de Ojillos de Arriba, un pequeño pueblo de la España vaciada, que lograba subsistir gracias al turismo rural. La pequeña pero coqueta peluquería unisex fue bien acogida por los vecinos cuando se inauguró hacía ya más de dos años, aunque meses después estuvo a punto de desaparecer durante los peores momentos de la pandemia del COVID-19. Los buenos resultados de las primeras vacunas habían vuelto a traer cierto optimismo al pueblo, pero la aparición de nuevas cepas más contagiosas estaba dando lugar a algún que otro roce entre los vecinos.

Hoy, la primera en llegar ha sido Remedios, que ha tenido el primer disgusto de la mañana.

—Buenos días, Sergio. Tengo hora a las nueve, aunque me he retrasado unos minutos.

—Hola, Reme, déjame ver el QR de tu certificado COVID europeo de vacunación.

—¿El quéeee?

—Pues te tengo que hacer un test de antígenos si quieres que te lave y te corte el pelo; son los últimos protocolos, ya sabes lo del brote de la semana pasada que hubo en la panadería.

—Pero el test de antiguos será gratis.

—Si te lo haces en el centro de salud, sí; aquí son veinte euros y la voluntad.

—Sergio, te aprovechas de que las otras peluquerías han cerrado, que si no el test de antiguos se lo iba a hacer tu santo padre.

—Es lo que hay, mona, la nueva normalidad.

Tras más de diez minutos de acalorada discusión, las aguas volvieron a su cauce.

—Reme, ¿viste anoche el telediario? —dice Sergio, mientras le recorta con la tijera el pelo de la nuca—. Salió una agencia de viajes que te organiza paseos por el espacio, un millonario de ésos que tienen el dinero a espuertas y está aburrido del todo va a ser uno de los primeros turistas espaciales.

—La gente está muy loca, Sergio, yo creo que debe ser lo del cambio climático ése, que nos está afectando a las cabezas, o lo del microchip que dice el Bosé que nos han puesto con la vacuna del cobi y nos está dejando atontaos.

—Se dice COVID, Reme; el «Cobi» es un perro mal dibujao que fue la mascota de los Juegos Olímpicos de Barcelona.

—No seas tan quisquilloso, que parece que te han puesto la vacuna Moderna y te ha dao una reacción.

—A mí no me ponen la Moderna ésa ni amarrao. Les dije que me pusieran la Fáiser y que la Moderna se la pusiera su madre.

—Pues como no te la pongas, tampoco a ti te van a dar el código jota erre ese y no vas a poder ir ni a Ojillos de Abajo. Yo creo, Sergio, que están todos chalaos, los de las vacunas, los negativistas y los turistas del espacio. A la gente sólo les gusta llamar la atención y sacar la barriga.

—Negativistas, no; se dice «negacionistas».

—¡Qué puñetero estás hoy! Bueno, pues como se diga, tú que me entiendes.

—Pues yo te digo a ti que la vacuna Moderna es muy chunga y te la ponen porque no tienen de las buenas, a mí me han dicho que se les han acabao; y la Astraséneca es peor todavía y te da cada trombosis que a punto estuvo la Araceli de irse al otro barrio.

—Pues yo no me pienso vacunar, ni tampoco me voy a veranear a la Luna; a mí que no me quiten Benidorm, que con el INSERSO te sale mu baratico.

—Ni que lo digas, Reme, yo siempre me lo he pasado muy bien en Torrevieja, y no he necesitado irme al Júpiter ése pa tomarme una buena friturica de pescao con un vaso de sangría fresquica.

—No sé qué le habrán visto a viajar en una nave espacial. Para viajes peligrosos, los que hacíamos mi Antonio y yo en el Seiscientos, con los cuatro niños, mi suegra —que Dios tenga en su gloria— y el perro. Eso sí era una aventura y no la de vacaciones en la Luna.

—Pues a mí, Reme, lo que me da miedo de esos viajes son los agujeros negros, ésos que si te caes allí, no te sacan ni con la grúa del Mariano. Que, por cierto, se puso la vacuna Moderna y le han salido unos bultos en el cuello que parece que le han dao las paperas.

—Déjate tú ir al Mariano, a saber de lo que le han salido esos bultos, ése se fuma la tabacalera y le da a todos los palos y a tó lo que se ponga por delante.

—Pues yo no pienso irme a la Luna ni aunque me regalen el viaje, y muchos menos al planeta rojo ése que está aún más lejos, y que tardaría más de media vida en llegar. Prefiero las caravanas de antes con el Seiscientos.

—Eso eran otros tiempos, entonces había hasta fiestas en el pueblo sin tener que llevar el pasaporte Covi, y no teníamos que ir con las puñeteras mascarillas, que va una tó el día asfixiá.

—Ya está, Reme. ¿Te gusta cómo se te ha quedao el corte?

—Pero ¿qué me has hecho?; si parezco la del planeta de los simios. La próxima vez me voy a Ojillos de Abajo.