Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
77 – Invierno 2025
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

Astroingeo dedica una noche a observar el cielo
demostrando los conocimientos astronómicos de Cervantes
El
16 de noviembre, en el parque natural de las lagunas, tuvo lugar la observación
astronómica programada en la XVI Semana de la Ciencia, que hubo de aplazarse
del sábado anterior a causa de la probabilidad de lluvia.
Presentó
la sesión el guía del parque natural José Manuel Botella, que animó a los
asistentes, tras comentar un breve vídeo, a conocer mejor las maravillas que
tenemos a nuestro alcance en las marchas que se organizan regularmente.
A
continuación se desarrolló la conferencia de Enrique Aparicio Arias, profesor
de la Universidad de Alicante y presidente de Astroingeo (asociación
astronómica que se dedica a observar el cielo y a difundir sus conocimientos),
que tuvo el curioso punto de vista de atraer a la ciencia a los especialistas
en literatura, y viceversa. Con el sugerente título de «Astronomía en el Quijote»,
Aparicio destacó los extensos fundamentos de Miguel de Cervantes en astronomía
e instrumentos de navegación, que plasmó en los diálogos de sus personajes, en
concreto, en ocho de los capítulos del Quijote.
Eligió
el ponente dos de ellos para aclarar unas frases que no tendrían sentido para
el lector desapercibido. En el XX de la primera parte, Sancho se dirige a su
señor en una noche determinada para informarlo de que «no debe de haber desde
aquí al alba tres horas, porque la boca de la bocina está encima de la cabeza,
y hace la medianoche en la línea del brazo izquierdo»; según explicó el
ponente, el escudero se refería a la colocación de las estrellas de la Osa
Menor (con la naranja Kochab como referencia principal) en las posiciones que
van tomando en su aparente giro de veinticuatro horas. En el capítulo XLI de la
segunda parte, don Quijote y Sancho son incitados por engaño a subir a los
cielos con el pretexto de hablar con un gigante que conjure el hechizo que está
sufriendo una dama; después cuentan ambos su supuesta proximidad a «las Siete Cabrillas»,
que es como se conoce al conjunto de estrellas también denominadas Pléyades.
Ya en el exterior, vino la clase práctica, «Don Quijote cabalga sobre las salinas de Torrevieja». Enrique Aparicio, con el material adecuado, demostró —pese a la inevitable contaminación lumínica—, con el cielo como pizarra, los conocimientos de Cervantes puestos en boca de Sancho. La noche se completó con la observación de cerca de la Luna, Saturno (inconfundible por su anillo), Júpiter (con cuatro de sus numerosos satélites) y nebulosas. Los telescopios fueron asimismo protagonistas destacados, pues uno de ellos databa de 1750, y fue descubierto en el altillo de una vivienda francesa y recuperado para su función; como contraste, otro era un último modelo que permite hacer fotos muy detalladas del espacio. Y todo esto nos lo trajo el mismísimo Miguel de Cervantes, con una trayectoria vital tan compleja —varias veces encarcelado, soldado en Lepanto, escritor genial— como para abarcar tantos campos del saber reflejados en su novela universal, aunque le fuera denegado por dos veces el permiso para viajar a América, donde pretendía seguir ampliando su bagaje cultural. ¿Qué nos habría contado en caso de haber cruzado el charco? ¿Cuántas novelas más habrían salido de su pluma? Lamentablemente, nunca resolveremos esta duda.