Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
76 – Otoño 2024
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

Nuestro paraíso
Dos niños exploraban una
calle bajo las nubes. La fotografía los capturaba en un momento de curiosidad y
felicidad compartida, con la esencia de una infancia ajena a las prisas de un
mundo que muchas veces es cruel con los inocentes. Inocentes que, con su pureza,
aún no conocen qué son las barreras.
Un niño, lleno de
curiosidad, se inclinaba sobre una rejilla de alcantarilla. Su pelo estaba un
poco desordenado, y vestía una camiseta sencilla. Seguramente, estaba listo
para una mañana llena de aventuras. Usando sus pequeños dedos, hacía contacto
con el frío hierro de la rejilla mientras sus ojos buscaban más allá de lo
visible. Desentrañar los misterios de un universo oculto no iba a ser fácil.
Sus rodillas estaban flexionadas, y sus zapatitos, polvorientos y algo
desgastados, hablaban de batallas y juegos incesantes.
A su lado, la chica
estaba igual de fascinada. Su cabello era una encantadora maraña que caía sobre
sus ojos, y la blusa de lunares, ligeramente rasgada en el hombro, hablaba de
un espíritu que valoraba mucho la libertad. La falda a cuadros alrededor de su
cintura ondeaba suavemente mientras ella permanecía allí. Además, sostenía una
especie de gancho, como si fuera una improvisada varita mágica.
También había una vieja
y confiable furgoneta, estacionada detrás de ellos y postrada como testigo de
sus travesuras. Sus ventanas eran espejos de un caleidoscopio de recuerdos;
montones de objetos y almohadas que contaban historias de viajes previos y
siestas furtivas durante el verano ardiente. La parte trasera del vehículo
tenía su pintura desgastada, los bordes amarillentos y una sutil corrosión.
Parecía un guardián del pasado, cuando las preocupaciones eran efímeras y las
alegrías eran infinitas.
Risas y voces flotaban
en la lejanía, llenando cada rincón con inmensa alegría. El planeta no paraba
de girar, y el ritmo de la eternidad seguía y seguía.
El sonido del agua
corriendo por la alcantarilla resonaba como una canción susurrada por el núcleo
de la ciudad. Los niños, ajenos a la vorágine de la adultez, compartían entre
sí teorías sobre lo que podría habitar en las profundidades. Dragones dormidos,
ciudades de ratones, túneles secretos que llevaban a reinos mágicos: su
imaginación no conocía fronteras.
El astro rey se
desplomaba en el horizonte, y teñía el cielo con unos colores dorados y
naranjas. Las sombras se alargaban, y el calor por fin comenzaba a disiparse,
dejando en su lugar una grata frescura. Ésa era la promesa de la noche, su
deseo. Sin embargo, ellos parecían estar fuera del tiempo, al margen de toda
normalidad. La niña observaba con respeto e interés, mientras el niño se
inclinaba cada vez más, como si viera lo que había tras aquella oscuridad, y
pudiera ver hasta el mismo corazón de la Tierra.
En la distancia, un
llamado maternal dulce se escuchó. Resonaba con gran amor y autoridad, propio
de alguien que lo había experimentado todo. Los chiquillos intercambiaron una
mirada cómplice. Sabían que su tiempo de exploración estaba llegando a su fin,
pero el espíritu de su descubrimiento permanecería con ellos, inmutable.
Tras una última y breve
mirada, se incorporaron poco a poco. La niña alisó su falda y se ajustó la
blusa, mientras el niño se sacudía el polvo de esas rodillas sucias. La
furgoneta manifestaba su aprobación, con sus ventanas reflejando la cálida luz
del atardecer. Simplemente, lo especial de lo ordinario.
Y con ese último gesto,
caminaron juntos hacia su acogedor hogar. A cada paso, la calle parecía cobrar
vida con las huellas de sus hazañas, una sinfonía de memorias que quedaría
grabada en el alma del vecindario. Al mismo tiempo, las luces de las casas se
encendían una a una, como estrellas descendidas a la Tierra.
¿Cuántos sueños
faltarían por florecer, esperando a ser germinados por aquéllos que aún creen
en lo imposible?
El relato de este día no
se contaría en los libros, pero viviría en sus corazones y en las historias
que, en un futuro, ellos mismos decidirían contar. Porque en esos momentos
fugaces de la infancia, cuando todo parece ser un mar interminable y lleno de
maravillas, se encuentran los cimientos de lo que somos y de lo que aspiramos a
ser. Son las raíces de un árbol que no para de crecer y luchar.
Cuando fueran ya
adultos, tal vez regresarían. Los edificios habrían cambiado y la furgoneta
sería sólo un espejismo, pero la esencia de esa curiosidad e inocencia
compartida permanecería donde siempre había querido estar. En sus corazones,
siempre serían los niños que lo exploraron todo, que soñaron con mundos mágicos
y que vivieron con gran pureza. Unos días siendo piratas, y en otros momentos
caballeros, para luego ser unos inofensivos duendes.
Así, esta imagen,
inmortalizada en un fragmento de tiempo, se convierte en un símbolo de la
alegría pura del descubrimiento y de su conexión inquebrantable. Y aunque el
destino les llevaría por caminos totalmente distintos, este instante nunca les
separaría.
Con la caída de la
noche, el relato llegaba a su fin. Aquel vehículo, ahora envuelto en sombras,
parecía sonreír en complicidad. Sabía que, en algún lugar y momento, esos niños
encontrarían nuevas alcantarillas, nuevos misterios que desentrañar, y la vida
continuaría, llena de maravillas y secretos inesperados esperando a ser
descubiertos.
Casi mil palabras después,
se puede sentir la promesa de innumerables puestas de sol que aún están por
venir. Porque en la sencillez de esos momentos, se encuentra la verdadera
naturaleza de la existencia humana. Y mientras el cielo nocturno se llenaba de
estrellas, los niños soñaban con las aventuras que el nuevo día traería.
Sabían, con la certeza que sólo los jóvenes poseen, que el mundo estaría
perennemente lleno de magia, si uno sabía dónde mirar.
Como tal, la nostalgia del ayer no es más que el recuerdo de hoy, y el mañana es el sueño de hoy. La memoria sería su único paraíso, en el cual nunca serían expulsados.
En la parte más íntima de sus corazones, jamás lo podrán olvidar. Sería, sólo para ellos, su querido recuerdo. Su paraíso.