Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
76 – Otoño 2024
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

Como dos aves migratorias
Para Sonia Barrenechea
Es hora de descansar. Los dos lo sabemos. Se termina la
impaciencia y la agitación nuestra de cada día. Todo queda allí, en una calle
sin salida y migas de pan para los pájaros, tus amigos, siempre dispuestos a
ese diálogo que, entre nosotros, se hizo tan difícil.
Sentados a la mesa de la cocina, tu voz, cual ininteligible
lectura, alcanza ese ensueño desorientado a través del doble cristal de la
ventana. El exterior está señalado por la última visita de la lluvia. Sobre la
mesa, dos tazas de café liberan los duendes del desayuno junto a trozos de
tarta del día anterior y el trote de los minutos en equilibrio, entelequia del
instante que, pese a permanecer, esquiva todos los posibles argumentos de mesura,
no se define.
Es el final del verano, el verde aún verde se somete a la
proximidad de una sombra más prolongada. Por la escuela de Söderkulla yerra el eco del chillido de vivaces alumnos mientras,
equivocada, transita alguna bicicleta el mismo sendero abandonado a bastón por
un viejo al que acompaña un no menos viejo pequeño perro negro. Hace años los
vemos pasar inmutables al frío o el calor, a la misma hora y con el mismo
abatimiento. Sé que reparas en él, pero me lo recuerdas. Admiras su tesón pese
a cuestionar la persistencia de ambos y así volver a dilapidar ese silencio de
anécdotas herederas del altiplano, recuperar tus andadas nostalgias, tercas y
volvedoras.
Ignorábamos que ese claroscuro desterraba un verano más, caduco
calendario ausentándose sin tan siquiera dejar una mención a lo transcurrido.
El letargo de esos diálogos, tan aplacadores como grises, sarcófago de sueños y
resucitador de Lázaros, hartos de pasado, pervivió pese a todo. Pese a los
treinta años transcurridos que pensé no pasarían. A la ya distancia nuestra de
cada día sólo cabría añadir esto. Treinta años, más de treinta revolcones y
otra vuelta de tuerca a ese algo que siempre se pareció a un final.
Sabes, cuando escribo esto, el olor de las plantas del jardín, los
árboles, la hierba dominando la tierra húmeda y el silencio de las nubes se
mezcla con el humo de pocos anocheceres en que retratabas la necesidad de
justificar una época, unos sucesos, que ya desistiera yo de entender. Tenías la
fe de la que yo carecía, tenías fe mientras el agnosticismo iba y venía según
marcara tu frente algún rayo de sol colado sobre el mantel, junto a la
mermelada de fresa.
Dulce y ausente tu mirada, gesto de fastidio a mis palabras (por
cierto, algo demasiado molesto para mí), saltaba de las páginas del Sydsvenska a comentar una noticia capaz
de llamar la atención a tu ausencia. La música es para sacarte del sopor,
cavilar lo hermoso que sería hoy todo, tan antiguo, tan querido y tan ausente.
Así transitaba nuestra presencia. Así pasó, porque fueron numerosos esos «cara a cara» sin respuesta, conscientes de que el tiempo carece de consideración, que nuestras pieles, en definitiva, se secaron colgadas del himmelsblå de Malmö y no interesa saber cuánto aguantarán. Es la hora de descansar y aquí está. Todo llega. La carne muere y con ella se van esos pequeños instantes en los que recrear unas pocas palabras entrevé muchas ternuras, sensiblerías, dirás.
Hoy no sé dónde quedó la mesa. Qué ojos atraviesan la ventana (¿la misma?), o es Zoegás, con diferente envoltorio, la marca de café que aún se vende en algún supermercado cercano. No lo sé. Nada es igual. No somos los mismos. Sin embargo, rememorar una mañana de domingo en mí subsiste, anda y nos señala el mismo diferente semáforo en rojo. Fuimos tan tontos que buscamos lo incierto sin ver a nuestro alrededor. Allí, expectante, aguardaba lo cierto.