Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 76 – Otoño 2024
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

Filosofía y poesía (o viceversa)

 

DEUDA


Es fácil

que no aciertes

en verso

ni en prosa.

 

Mejor,

si aciertas                                                

con la vida:

prosa o verso.

                                     

Linde

de días

y otras palabras,

esta carne.

 

Vida

lo demás,

entre tanto.

 

Abrimos este artículo con un poema extraído del libro Los demás días, de Antonio García Soler (Antas, Almería, 1961) y ante él cabe preguntarse: ¿es un poema o es un escrito filosófico? Si atendemos a su lenguaje y estructura, concluimos que se trata de un poema; si nos centramos en el contenido (vida, palabra, cuerpo, códigos morales), diremos que es filosófico. Sirva como excusa para explorar los límites entre poesía y filosofía de la mano de María Zambrano, una figura extraordinaria del pensamiento del siglo XX. De su numerosa obra vamos a escoger dos textos imprescindibles: Filosofía y poesía (FP) (1939) y Claros del bosque (CB) (1977), el primero redactado recién estrenado su exilio fuera de España al finalizar la Guerra Civil, y el segundo cuando estaba a punto de volver.

María nació en Vélez Málaga en 1904 y murió en Madrid en 1991. En su trayectoria influirían poetas como Antonio Machado, León Felipe o Miguel Hernández; convivió con dos generaciones extraordinarias de literatos, la del 98 y la del 27. En el ámbito filosófico estudió con el grupo de pensadores conocido como Escuela de Madrid, formado entre otros por Manuel García Morente, Julián Marías, José Luis López Aranguren y Ortega y Gasset, a quien ella consideró su maestro. Ambos coincidieron en hacer una crítica al primado de la razón como marco único de pensamiento, una línea abierta por Nietzsche en el siglo XIX. Nietzsche hizo un análisis de la cultura occidental hasta su época, y encontró que los efectos de la metafísica occidental y la religión cristiana habían asfixiado lo más importante: la vida. Ortega conoce el pensamiento de Nietzsche, pero considera que la razón es necesaria para saber a qué atenerse en la vida, y por ello Ortega acuña el concepto de razón vital como centro de su pensamiento. María Zambrano también considera que la razón instrumental ha llevado a una deshumanización del mundo y la sociedad, y por ello busca una alternativa, un saber que, aun partiendo de la razón, también tome en consideración la intuición. Con esta premisa alcanza su brújula para filosofar: la razón poética, abrir la razón a los sentimientos y el lenguaje poético, ya que la vida, más que una categoría biológica es actividad, poiesis, creaciones como la poesía o la filosofía. Vuelve la vista al mundo griego para buscar los orígenes de ambas y de su enfrentamiento, un viaje similar al emprendido por Nietzsche, aunque con resultados diferentes: el pensador alemán se retrotrae hasta el origen de la tragedia, María Zambrano busca la palabra original, anterior al lenguaje mismo, una palabra que también incluye gestos, balbuceos, miradas..., aquello que, según Zambrano, Wittgenstein calificó como «el cuerpo del alma» (CB 11). Esta palabra originaria se convierte posteriormente en logos, palabra inteligente, en el momento en el que surge la pregunta por el ser, cuando comienza la metafísica.

Giorgio Colli, en El nacimiento de la Filosofía (1975), busca los orígenes de la filosofía en la poesía y la religión, actividades que anteceden a la sabiduría, aquello a lo que aspira el filósofo (filosofía, etimológicamente significa «amor a la sabiduría»). La religión en la antigua Grecia está ligada a los cultos a los dioses de su panteón, como Apolo y Dioniso, el dios del exceso, la embriaguez, la música y la danza, cuyos ritos relaciona Nietzsche con el nacimiento de la tragedia griega, y Zambrano con la música y la poesía, que identifica con frenesí, locura y posesión. Para ambos pensadores el culto a Dioniso es el más antiguo y comenzó a relegarse cuando el culto a Apolo cobró mayor importancia, un paso decisivo para el nacimiento de la filosofía.

Apolo es el dios de la adivinación, y Delfos su lugar más sagrado, donde la pitia habla con la voz del dios en un lenguaje enigmático e incomprensible para la mayoría de los humanos; los profetas deben descifrar estos mensajes, hacerlos inteligibles, introduciendo de esta manera la racionalidad en la esfera de lo divino. Los oráculos no hablan un lenguaje consciente; el mensaje que transmiten no lo codifican ellos, sino que prestan su cuerpo para que el dios se exprese mediante él. En Ion, un diálogo de juventud de Platón, aparece un rapsoda que afirma que cuando recita a Homero queda poseído por el poeta, está en trance, tal como sucede con los oráculos. Ambas situaciones las clasifica Platón como tipos de locura. En el Fedro encontramos una taxonomía completa de las formas de locura que según él existen: de los adivinos, de los profetas, de los poetas y la erótica (de los enamorados). En todas ellas las personas están fuera de sí, no son sus dueños, sino instrumentos en manos de los dioses o las musas; en ninguno de estos casos el alma está gobernada por la razón. Para María Zambrano, Platón es el responsable del enfrentamiento entre poesía y filosofía, ya que presenta a la filosofía como un tipo de conocimiento superior en el que el alma no sale de sí, sino que busca el conocimiento escondido en su interior: la reminiscencia de las Ideas. Zambrano califica el conocimiento filosófico como «ascético», puesto que busca lo que ya contiene, con la ayuda del método dialéctico, mientras el poeta se deja llevar por su admiración por la realidad externa, múltiple y cambiante, abandonando su interioridad guiado únicamente por sus sentidos.

Zambrano rastrea cómo surge el método dialéctico a partir de los enigmas, divinos en sus orígenes (Delfos, la Esfinge de Tebas...), humanizados cuando los sabios compiten por su resolución. Los enigmas son contradictorios y exigen una lucha; son agónicos, y precisan códigos para esta lid. Parménides y Zenón de Elea establecen las primeras reglas y categorías lógicas: ser, no ser, la imposibilidad de que ambos sean al mismo tiempo y la reducción al absurdo. Aristóteles las recogerá y ampliará creando la lógica tal como se utilizó sin cambios hasta el siglo XIX. De esta forma el enigma se ha puesto al servicio del logos, de la razón, enfrentando un logos a otro logos, es decir, estableciendo un diá-logo, cuya forma metódica es la Dialéctica, y la literaria, el género inventado por Platón en el que pone la palabra al servicio de la razón y desprecia a la poesía. Escribe Zambrano: El filósofo quiere poseer la palabra, convertirse en su dueño. El poeta es su esclavo; se consagra y se consume en ella. Se consume por entero, fuera de la palabra él no existe, ni quiere existir (FP 42).

¿Qué comparten la poesía y la filosofía? La certeza de la temporalidad y la muerte, el abismo de la desaparición. La filosofía nos ofrece el consuelo de la racionalidad; la poesía, el gozar de cada instante de la vida. Pero no es la poesía (ni la filosofía) aquello que nos puede salvar de la muerte, sino el amor, y tan sólo momentáneamente; amor como embriaguez de belleza en el ser amado. Coincide Zambrano con Platón en señalar a la belleza como aquello por lo que el alma se siente atraída, aunque una vez más Platón lo dirige hacia el interior, lo ideal, mientras Zambrano lo hace hacia el mundo y la carne como «linde/de días/y otras palabras»; el hombre es corazón e inteligencia, y la carne media entre ambos.

Partía Zambrano del mundo griego para comparar poesía y filosofía, y ha mostrado cómo Platón consiguió infundir en la cultura occidental la idea de la superioridad de la razón frente al sentimiento y la emoción. No concluye aquí Zambrano, puesto que en la tradición occidental hay otro momento importante para las relaciones entre filosofía y poesía: el romanticismo alemán, época en la que poetas y pensadores vuelven a estar cerca; en ellos las dos actividades se abrazan después de siglos de disputas. Ambas actividades tienen ahora largas tradiciones y muestran una evolución respecto a sus orígenes: la poesía ya ha adquirido conciencia de sí misma, teoriza acerca de su quehacer y estatus dentro del arte y cuenta con un código ético, un conjunto de reglas de conducta, como aquella que insta a trabajar regularmente para ayudar a la inspiración cuando llegue. En contraposición, el devenir de la historia del pensamiento ha hecho que la metafísica sea recelosa respecto a sus propios límites y capacidades y se encuentra llena de angustia; la poesía desea volver a la unidad originaria, mientras la filosofía se aleja de aquella.

A modo de conclusión afirmaremos que, gracias a figuras como la de María Zambrano, podemos ver cómo filosofía y poesía son actividades que ofrecen al humano un consuelo ante su condición, proponiendo diferentes caminos, aunque en ambos casos, guiados por la belleza y las palabras.

Las palabras de verdad y en verdad no se quedan sin más, se encienden y se apagan, se hacen polvo y luego aparecen intactas: revelación, poesía, metafísica o ellas, simplemente ellas. (CB 119)

  

Bibliografía

—Colli, G.: El nacimiento de la filosofía. Austral, Barcelona 2012.

—García Soler, A.: Los demás días. Instituto de Estudios Almerienses, Almería 2013.

—Grupo La Quinta del Mochuelo: Criaturas de la Aurora, Jaén 2018.

—VVAA: Filósofas. Del olvido a la memoria. Diálogo, Valencia 2020.

—Zambrano, M.: Claros del bosque. Alianza, Madrid 2023 (2018).

   ____________: Filosofía y poesía. FCE, México 2001 (2ª reimpresión) (1939).

 

Ángeles Boix (filósofa)