Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 76 – Otoño 2024
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

Las canciones de la mama Chon


Pos señor... ¿Recordáis? Es la vieja fórmula con la que comenzaban a contarse los cuentos en Torrevieja cuando contar servía, sobre todo, para entretener a los pequeños. Cuando en las casas era habitual la convivencia de varias generaciones de la familia. Cuando los abuelos y las abuelas eran el hilo que conectaba el pasado con el presente preparando el futuro.

¿Recordáis? Eran el tata. O la mama en sus muchas variantes: la mama María, la mama Chon (apelativo cariñoso genuinamente torrevejense repetido casi en cada casa), la mama Antonia... O la yaya... Piezas activas y fundamentales de la educación infantil. Con aquellos eternos delantales negros ellas. Ellos con aquellas boinas, con aquellas gayás. Transmisores de unos conocimientos que ríete tú de la wikipedia. Contadoras de unas historias de entretenimiento que ya quisiera el Disney Channel. Eran además los orgullosos defensores de las costumbres del pueblo porque en esos años, las tradiciones se aprendían de puertas para adentro y la vida se hacía de puertas para afuera.

La puerta era otra estancia más de la casa. Tenía su propia entidad. Se compartía con las vecinas, colaboradoras vocacionales en las tareas de guardería. Los mayores, sentados en sillas o mecedoras. Chiguitos y chiguitas en el portalico, un límite entre la casa y la calle que permitía estar en la calle como en la casa. De él te alejabas conforme ibas creciendo y los juegos necesitaban distancia y aventura en compañía de iguales. A veces, los amigos. A veces, los hermanos mayores, que también tenían denominación de origen: el chache y la chacha. La calle, entonces, era de la gente.

El tata y la mama (la mama María, la mama Chon, la mama Antonia...) conservaban lo que no estaba escrito. Relatos, canciones, adivinanzas, chascarrillos o personajes como el tío Garrampón, cuyo nombre era una llamada al miedo y a obedecer. Los mantenían muy vivos en su memoria y les imprimían su sello personal con modificaciones que hacían de cada narración una historia personalizada y totalmente verosímil.

Las más tempranas eran sin duda las cancioncillas que acompañaban los juegos de portalico de los más pequeños con las abuelas. En ellos la comunicación gestual cobraba una inusitada importancia. Más que el contenido, lo relevante era la expresividad de la narradora, necesaria para mantener la atención hasta el giro inesperado, sorprendente y divertido del final. Lo mejor eran las caricias, tiernas y delicadas, las cosquillas, la cercanía. ¿Recordáis?


Gatico, musonico, fue a la plasa

por un chavico de calabasa.

¡Sape, gatico,

que estamos en casa!


Lírica simple. Con rima o sin ella. Historias muy cortas de estructura completa, con principio y con final. Algunas introduciendo el absurdo. Otras con palabras sin aparente significado. Válidas sólo en el contexto del juego. Imaginativas todas. Se cantan o se recitan mientras se toca con suavidad la cara o cualquier parte del cuerpo a los más pequeñines.

Cascaramusa de la tusa,

del jarrico de mear.

Un pellisquico en el culo

y echar a volar.


Vecinas en la calle Pedro Lorca. Años 50. (Autoría desconocida. Archivo personal de la autora)


Podían ser juegos basados en los dedos de la mano.

Éste pide pan.

Éste dice que no hay.

Éste dice que compremos.

Éste dice: "No hay dinero",

y éste dice: "En casa hay, en casa hay".


De imitación y ritmo, como éste en el cual el dedo índice representaba el movimiento del péndulo de un reloj.

No hay reloj sin relojero,

ni mundo sin creador.

El que no lo ve está ciego,

el mundo lo hizo Dios.


O hacía un giro de muñeca:

Que se le caiga

la mano a la nena.

Que se le caiga,

que se le tenga.

El mucho más conocido de los lobitos y los dedos de la mano.

Cinco lobitos

tiene la loba.

Blancos y negros

detrás de la escoba.

Cinco tenía,

cinco criaba

y a todos ellos

tetita les daba.


Para aprender a contar:

A la una canta el gallo,

a las dos la tutuvía,

a las tres el ruiseñor

y a las cuatro ¡ya es de día!


Muchas circularon de pueblo en pueblo y se hicieron tan populares que lo habitual era la aparición de distintas versiones.

Cuando tu madre te mande

a comprar carne,

que no te pongan ni por aquí,

ni por aquí, ni por aquí,

¡¡¡ni por aquí ni por aquí ni por aquí!!!


Forman parte de esa tradición oral que se pierde con los años si no se cuida, si no interesa.

Pin, pin,

socorromatín,

las hijas del rey

pasan por aquí.

Madre, ¿qué estás haciendo?

La pava no pone huevos.

La tía María,

la confitera,

le daba dulces

pa quien lo (la) quiera.

Y yo le digo

con alegría

que tiene un moño

de tutuvía.


Los cuentos también formaban parre del repertorio de divertimento con abuelas y abuelos. Narraciones breves. Ideales para mantener la atención del oyente. Siempre con un mensaje pedagógico, de aprendizaje para el mundo.

Los más antiguos entroncan con la tradición oral de la huerta de la Vega Baja y con un tiempo en el que la fe católica impregnaba también el mundo de la fantasía. Como aquella en la que un águila de gran tamaño se lleva en sus garras a la hija de unos huertanos, temática recurrente en comunidades del ámbito rural. Una narración que combina el mundo animal y el referente religioso, desdibujada ya en la memoria de los informantes, de la que sólo he podido recuperar el final (feliz), mimetizado con una aparición mariana.

Labradores, labradores,

poner colchones,

que baja la Virgen

de los Dolores.


Los había que incluso funcionaban como anticuentos cuando no era el momento de relatos.

El cuento de María Sarmiento,

que se fue a cagar

y se la (lo) llevó el viento.

Sin cuento, o sin María Sarmiento, la historia en cualquier caso terminaba y quien quería escuchar uno se tenía que conformar. No había más. ¿Recordáis?

Muchas de estas historias repetidas generación tras generación ya se han perdido irremediablemente. Aunque unas pocas quedan todavía en el imaginario colectivo. Algunas dirigidas al público adulto. ¿Recordáis la de aquel hombre tan torpe que se cayó siete veces en el mismo agujero? ¿O la de ese cabota torrevejense, ejemplo de tozudez donde los haya, que acabó caminando por el sol y la langosta que llevaba la tiró a la sombra? Su versión para los mayores es lo que hoy se llamaría incorrecta. Pero eso ya... forma parte de otra historia.


Amparo Moreno Viudes

Doctora en Antropología. Historiadora

(morenoviudesamparomail.com)