Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 76 – Otoño 2024
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

La materialidad de la guerra en la Edad Moderna. Ejércitos, armamentos y fortalezas

 

Así pues, un príncipe no debe tener otro objetivo ni otra preocupación, ni debe considerar como suya otra misión que la de la guerra, su organización y disciplina.

Nicolás Maquiavelo, El Príncipe

 

Introducción

La Edad Moderna es un periodo histórico complejo cuyas transformaciones políticas y socioeconómicas, que abarcan desde 1453 hasta 1815, condicionaron las formas bélicas preexistentes. Aspectos que analizamos desde la cultura material. El fenómeno monástico medieval y la irrupción de la imprenta provocaron un alud de textos que constituyen las fuentes documentales por excelencia de la historiografía. Sin embargo, la arqueología de la guerra es otra rama que nos permite acceder al conocimiento histórico de los campos de batalla, considerados como un conjunto de soldados, armamentos y fortalezas. Este recelo, en cualquier caso, sigue presente tanto en la sociedad como en el ámbito académico, debido a la predominancia de las fuentes primarias. Ciertamente, existen crónicas que detallan los movimientos de las tropas en una batalla, memorias que especifican el fenómeno constructivo de una muralla y relaciones que fiscalizan la producción industrial de mosquetes y cañones. No obstante, la arqueología plantea todo esto desde una óptica más cercana, a ras de suelo, como testimonios materiales insertos en la cultura de una época. Esto es así en la medida en que la guerra de la Edad Moderna no se libró tanto con tinta como con armas, cañones, fortificaciones y corazas, es decir, con objetos materiales.

 

Arqueología de la guerra y poliorcética

Hoy en día, la arqueología tiene la capacidad de abordar cuestiones relacionadas con fenómenos armamentísticos y elementos bélicos a partir de los restos materiales de las sociedades modernas. Además, las aplicaciones de esta disciplina van más allá de descripciones meramente formales. Por ejemplo, una muralla no es sólo una estructura física y monumental con ciertas características. En realidad, representa un empaque de conocimientos y experiencias que se depositan en sus materiales. Esto incluye connotaciones políticas, económicas, sociales, culturales, arquitectónicas, artísticas y bélicas que reflejan los comportamientos, funciones e intereses de las sociedades humanas. Como menciona Ángela Alonso Sánchez (1988), la arqueología busca entender la organización social de una comunidad a través de su cultura material.

Así, entonces, ¿qué papel tiene la arqueología? ¿Qué conclusiones pueden surgir de un estudio pormenorizado de los objetos materiales de la guerra? Las respuestas son extraordinarias. Una fortaleza, dentro de la poliorcética —el arte de atacar o defender plazas fuertes—, es tanto un símbolo como una expresión material de la defensa de un territorio. Controlar un territorio, desde la perspectiva absolutista, era una misión básica para el funcionamiento y autoabastecimiento de un Estado, a partir de una infraestructura de comunicaciones, un sistema de explotación y una estructura burocratizada. Por lo tanto, el estudio arqueológico de una muralla es esencial para profundizar en la subsistencia de un territorio que, por regla general, se defiende por sus particularidades excepcionales. De hecho, el objetivo económico implica la protección de huertos, campos, animales, utensilios, áreas de trabajo, yacimientos de materias primas, industrias y redes comerciales. Al fin y al cabo, la guerra es un motor económico que se desarrolla —y retroalimenta— para monopolizar recursos, territorios y rutas.

Los soldados son indispensables para esta tarea, ya que son quienes custodian los baluartes. A su formación se suman todo tipo de armas y pertrechos. Como comentó Laura Martines (2013), «la fabricación de armamento impuso, ya en la Europa preindustrial, un alto grado de especialización, especialmente porque muchas de las labores requeridas exigían gran precisión en el trabajo del metal, así como una serie de operaciones en minas, fundiciones y talleres». Esto dio lugar a la producción de grandes cantidades de sables, alabardas, lanzas, espuelas, cascos, corazas, pistolas, mosquetes y cañones. Todos estos objetos, depositados en yacimientos, son restos materiales arqueológicos. Un yacimiento no tiene que ser necesariamente un campo de batalla, ya que los ejércitos eran auténticas ciudades ambulantes que incluían carreteros, herreros, artesanos, carpinteros y soldados que se desplazaban y perdían utensilios por el camino.

Conocerlos en sí mismos y ver cómo evolucionaron sus tipologías y funciones es uno de los quehaceres que desempeña la arqueología de la guerra, en tanto que vestigios de la actividad económico-productiva, de la lucha armada, del monopolio de la violencia, del control de los medios de producción y de la diferenciación social entre soldados corrientes y élites. Además, el análisis de la alteración del paisaje, como convivencia entre una cultura humana y la naturaleza, es otro tema interesante. De este modo, un baluarte defensivo podía estar en un cerro, próximo a un río o incluso en el interior de sus meandros; sobre paredes rocosas o escarpadas, en zonas de paso, entre peñascos, oculto entre una frondosa vegetación, cerca del mar o en una llanura agrícola. Como vemos, la arqueología de la guerra engloba muchos otros elementos que no son exclusivamente bélicos. Economía, sociedad y cultura se imbrican en un mismo proceso material. Todo ello nos ayuda a arrojar luz sobre una época de grandes ejércitos profesionalizados, especializados y financiados. Infantería, caballería o artillería —entre armamentos, fortalezas y navíos— formaron la materialidad de la guerra en la Edad Moderna.

 

La materialidad de la guerra en la Edad Moderna: ejércitos, armamentos y fortalezas

El grueso del ejército estaba compuesto por la infantería (imagen 1), bien equipada y adiestrada. La infantería aumentó su importancia en el campo de batalla como el cuerpo que sostenía toda la presión del combate. Era ágil, versátil y veloz, con una capacidad de organización y movimiento adscrita a su disciplina. Por ejemplo, podía cerrarse y abrirse en columnas o formar cuadros. Sus armas iban desde combinaciones de picas hasta armas de fuego portátiles, generalmente arcabuces y mosquetes, para frenar tanto a la caballería como a la infantería rival. La infantería fue la mayor seña de identidad bélica de la modernidad. A partir de la Edad Moderna, inclusive, la caballería sufrió una transformación profunda de bandas desorganizadas a un cuerpo de uso técnico-estratégico con una perfecta organización de movimiento y posicionamiento táctico (imagen 2). Dentro de la caballería, es posible hablar de caballería ligera —más veloz y menos pertrechada— y caballería pesada —más lenta, pero más potente; sus cargas eran demoledoras—. Las connotaciones sociales eran mayores en la caballería debido a la montura y el equipamiento. La caballería cambió radicalmente su manera de combatir debido a la incorporación de la pica, el sable, el fusil y las pistolas. En suma, la caballería era el as guardado bajo la manga que se lanzaba para finalizar una batalla, o en el momento más desesperado de la misma, normalmente contra los flancos o de frente con tal de romper las filas adversarias.


Imagen 1: la infantería                                                                Imagen 2: la caballería

   

        Christer Jörgensen, Michael F. Pavkovic, et al., 2007: 15.              Christer Jörgensen, Michael F. Pavkovic, et al., 2007: 77.

 

La artillería es el mejor reflejo de los avances técnicos y de la sofisticación experimental en el trabajo del metal y en las actividades preindustriales (imagen 3). De lanzar piedras u objetos pesados se pasó a utilizar contundentes bolas o vainas de metal que eran capaces de destruir estructuras físicas y eliminar grandes bloques enemigos. Por lo tanto, los cañones ocupaban posiciones elevadas para tener una mejor panorámica del campo de batalla. Las piezas y sus municiones, al ser muy pesadas, eran arrastradas por la fuerza motriz de animales o personas. La artillería incluía cañones, morteros y obuses. Por otro lado, la evolución de las guerras, los avances de la tecnología, el aumento demográfico y la presión fiscal trajeron nuevas innovaciones en la naturaleza del mando militar en la época moderna. Los liderazgos se jerarquizaron y nacieron instituciones castrenses que dieron lugar a la aparición de una burocracia especializada en el arte de la guerra, lo que generó la reorganización de los sistemas bélicos europeos en cuanto al posicionamiento de los ejércitos, su despliegue, adiestramiento, funcionamiento y cadena de mando.


Imagen 3: la artillería y los asedios

 

Christer Jörgensen, Michael F. Pavkovic, et al., 2007: 175.

 

En el terreno de la náutica, a su vez, los navíos experimentaron avances tecnológicos, técnicos y tácticos con la misión de crear un sistema armamentístico en disposición de dirigirse a cualquier lugar costero, bien para luchar o hacer bloqueos, bien para comerciar (imagen 4). Los puestos del barco estaban completamente centralizados, por lo que cada uno sabía exactamente lo que debía hacer. El buen manejo de las naves era sinónimo de un ataque devastador, especialmente con los cañones laterales. La guerra naval era un conflicto de ingenio, astucia, desgaste y resistencia. Los buques iban desde los más ligeros —carabelas y galeras— hasta los más pesados y armados —galeones—. La maniobrabilidad del barco, en tiempos modernos, fue el punto clave para determinar el éxito de una batalla naval. En el lado opuesto tenemos los asedios. Aquí las labores de los zapadores eran inutilizar de una forma u otra las defensas enemigas. Incluso podían excavar desde trincheras hasta túneles para atravesar los colosales lienzos de una fortaleza amurallada, así como valerse de toneles de pólvora para abrir brechas. El fuego de artillería fue esencial ante la nueva planta con forma de estrella o traza italiana (imagen 5). La defensa de una fortaleza se antecedía con fosos, trincheras, trampas, antemurales, recodos, recubrimientos, poternas, torres, muros altos y empalizadas provistas de mosqueteros y artilleros (imagen 3).

 

Imagen 4: los navíos                                                                Imagen 5: la traza italiana

    

       Christer Jörgensen, Michael F. Pavkovic, et al., 2007: 220.      Christer Jörgensen, Michael F. Pavkovic, et al., 2007: 174.

 

Conclusión

Hemos explorado cómo los aspectos físicos y tangibles de la guerra, tales como los soldados, las armas y las estructuras defensivas, desempeñaron un papel crucial en la configuración de los Estados durante la Edad Moderna. La materialidad no sólo se refiere a los objetos en sí, sino también a cómo estos elementos influyeron en las estrategias militares, la organización social, las actividades económicas, la disposición territorial y la política de la época. En definitiva, el estudio de la materialidad de la guerra en la Edad Moderna nos ayuda a discernir mejor las dinámicas de poder, las formas culturales, los sistemas productivos y la evolución de las técnicas bélicas en un contexto dominado por ejércitos, armamentos y fortalezas.

 

Antonio Manuel Berná Ortigosa

antonio_berna_ortigosa@hotmail.com

https://orcid.org/0000-0001-6340-1379

 

Bibliografía

Alonso Sánchez, A. (1988). Arqueología de la guerra. Cáceres: Ediciones de la Universidad de Extremadura.

Andújar Castillo, F. (1999). Ejércitos y militares en la Europa Moderna. Madrid: Editorial Síntesis.

Jörgensen, Ch., Pavkovic, M., Rice, C., Schneid, F., y Scott, Ch. (2007). Técnicas bélicas del mundo moderno (1500-1763): equipamiento, técnicas y tácticas de combate. Madrid: Editorial Libsa.

Maquiavelo, N. (2013). El Príncipe (comentado por Napoleón Bonaparte). Barcelona: Austral.

Martines, L. (2013). Un tiempo de guerra, una historia alternativa de Europa 1450-1700. Barcelona: Editorial Planeta.

Martínez Ruiz, R. (2016). Historia militar de la Europa moderna. Madrid: Editorial Síntesis.

Parker, G. (2020). Historia de la guerra. Madrid: Akal.